Buscando el líder perdido

Tarancón serie TVE Pepe Sancho

Juan María Laboa valora la serie ‘Tarancón. El quinto mandamiento’ de TVE

Tarancón serie TVE Pepe Sancho

Pepe Sancho interpreta a Tarancón en la serie de TVE

JUAN MARÍA LABOA, sacerdote e historiador | Durante los días navideños, La Primera de TVE ofreció, en dos capítulos seguidos –a los que se añadieron las opiniones de algunos periodistas y personas representativas de aquella época–, un perfil del cardenal Tarancón que fue visto por un número considerable de españoles hasta altas horas de la noche. Inmediatamente, los habituales expertos en caricaturas y desperdicios atacaron la presentación y, por el mismo precio, al personaje.

Desconozco quiénes son el productor, el guionista y el director, pero me pareció una serie ágil y bien interpretada.

Naturalmente, dado el reducido tiempo con el que contaban, resultó incompleta, con una selección de algunos aspectos que pueden parecernos discutibles, más centrada en aspectos sociales que estrictamente religiosos, pero creo que, en el conjunto, consiguieron lo que razonablemente pretendían: señalar que Tarancón contribuyó eficazmente a que la sociedad española resultase más justa y más libre, y a que Iglesia no permaneciese enfeudada con los poderes sociales y políticos.

El elevado porcentaje de espectadores del programa nos indica el interés que sigue suscitando el tema y el personaje. Conviene decir que la Iglesia –no solo Tarancón– quedaba bien parada y que para muchos de ellos, no solo jóvenes, esto pudo constituir una sorpresa.

Tarancón fue un conductor y guía
de la comunidad creyente, y
muchos alejados de cuanto significara la Iglesia
le respetaron.

Tarancón fue un conductor y guía de la comunidad creyente, y muchos alejados de cuanto significara la Iglesia le respetaron. Fue un líder con prestigio en una España que estrenaba con esperanza democracia y libertades y que se descubrió mucho más plural de lo que se sospechaba.

Se mantuvo cercano a la gente y captó el precio del mercado, es decir, los deseos, las tendencias y las esperanzas de los suyos, adoptando el diálogo como forma de presencia y de anuncio.

En este sentido, la serie pudo insistir más en que su actuación no respondía solo a su manera de ser, sino, también, al deseo de Pablo VI y de la mayoría de los cristianos. Respetó a todos, dentro y fuera de la Iglesia, y actuó en su nombre, y ellos se sintieron representados.

Considero igualmente importante señalar que, aunque Tarancón no fue significativo en los debates conciliares, captó enseguida el espíritu y el significado del Vaticano II, y, con otros muchos obispos españoles, dedicó su tiempo y acción a ponerlo en práctica. En este campo, también, los españoles de toda ideología se sintieron identificados y representados por él. Hoy podemos comprobar que quienes abominan de Tarancón son los mismos que silencian el Concilio.

Tal vez la desesperanza y el desapego de muchos
se inició con el alejamiento de Tarancón,
momento prolongado en los últimos decenios
con una política equivocada y miedosa.

Su alejamiento se debió al imperativo canónico, pero también a un diseño elaborado para cambiar el talante de la Iglesia española. Tal vez la desesperanza y el desapego de muchos se inició en ese momento, prolongado a lo largo de los últimos decenios con una política equivocada y miedosa, capaz de confundir identidad y fidelidad con servilismo y amiguismo.

En cualquier caso, el liderazgo brilla por su ausencia y se echa de menos; falta talante conciliar y son patentes sus consecuencias; se pretende difuminar la eclesiología conciliar y estos son los lodos.

En nuestros días, parece que nos encontramos instalados en la provisionalidad: un Papa con 85 años, un presidente de la Conferencia Episcopal con la dimisión presentada, una Nueva Evangelización cuya novedad se desconoce, una comunidad cristiana que observa desconcertada cómo una parte de su clero, sintiéndose afín a Lefebvre, no puede afirmar lo que susurra, que el Concilio se equivocó, porque es consciente de que si lo afirma, tambalea el fundamento de su tradición.

Sospecho que no celebrarán el aniversario conciliar como no celebraron la Transición ni el centenario del cardenal contemporáneo que más respeto suscitó, sin darse cuenta de que la comunidad española sigue pensando que han sido eventos y personas muy relacionadas entre sí y muy importantes en nuestra historia.

En el nº 2.784 de Vida Nueva.

 

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