Editorial

La Iglesia, un hogar para las familias

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El 30 de diciembre se celebra la Jornada de la Sagrada Familia

padre con su bebé en una iglesia

EDITORIAL VIDA NUEVA | El 30 de diciembre, un año más, vuelve a celebrarse la Jornada de la Sagrada Familia con motivo de la Navidad. La familia de Nazaret es taller y escuela; es misterio de vida y comunión; es un ensayo de comunidad creyente en el seguimiento de Jesús. Para los creyentes, es el paradigma de la vida familiar y siempre celebra con gozo este cuadro en el que se aprecia con fuerza y vigor el Misterio de la Encarnación.

La Iglesia misma, nuevo Pueblo de Dios, se reconoce como la familia reunida en torno a la mesa del Pan y de la Palabra, presidida por el Resucitado, que nos invita a recorrer los caminos para devolver al mundo la fraternidad rota por el odio y el rencor. “Que todos nos reunamos en la heredad de tu reino, como una familia”, decimos en una de las oraciones litúrgicas.

Celebrar juntos el misterio del amor encarnado que supone la familia, y hacerlo en el contexto de la Navidad, es una ocasión propicia para el agradecimiento por tantas cosas buenas recibidas en el seno familiar, principalmente el don de la vida, el primer anuncio de la fe, en muchas ocasiones, y el crecimiento humano y espiritual, la mayoría de las veces.

Pero también la fiesta nos ha de situar en niveles de realismo que no olvide los graves problemas que hoy tienen las familias, amenazadas por la crisis económica, pero también por la crisis moral que ha roto hogares con malos tratos, con el consiguiente dolor de los hijos.

Más allá de una condena, a la Iglesia le corresponde acoger,
comprender y actuar de forma samaritana
y seguir sembrando valores.

Familias desestructuradas por el hambre, la droga, la muerte y el dolor. Familias que han tenido que tomar caminos diversos, en los cuales han encontrado sus miembros una felicidad negada en situaciones anteriores. Ha crecido el número de separaciones y divorcios y los hijos se ven en un continuo trasiego de casa en casa desde su más tierna infancia. Más allá de una condena, a la Iglesia le corresponde acoger, comprender y actuar de samaritana y seguir sembrando los valores que hagan de la familia un espacio para el amor y el compromiso, para el crecimiento interior y exterior.

Hay, por otro lado, nuevos escenarios laborales, culturales y sociológicos que deben ser tenidos en cuenta para que, manteniendo la comunión de vida y amor, la familia se viva como un espacio de libertad, de crecimiento, de honradez y de profunda gratitud que lleve a la entrega, que rompa los círculos cerrados y que sea signo y sacramento del amor compartido… Familias abiertas al mundo para seguir construyendo la gran familia de los hijos de Dios, sin anatemas, sino con mucho amor y calor.

Las familias cristianas buscan en la Iglesia el hogar común para la comprensión, para el diálogo y también para la corrección, si cabe. Lo que nunca van a aceptar es una Iglesia que esté únicamente pendiente del desliz para el consiguiente varapalo. Por eso, con realismo, siguen siendo muy necesarias propuestas pastorales de vida familiar en la línea evangélica, acompañadas de actitudes de escucha y acompañamiento, más que simples elencos de doctrinas que ahogan a las familias, ya agobiadas de por sí por el duro bregar de estos tiempos, no fáciles a la fidelidad conyugal y a la convivencia amorosa, y donde la tentación de tirar la toalla está siempre al acecho.

En el nº 2.781 de Vida Nueva. Del 17 al 23 de diciembre de 2011.

 

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