Isa Solá: “Experimenté que el hambre te empuja a hacer lo que sea”

Isa Sola religiosa española en Haiti

Religiosa española en Haití

Isa Sola religiosa española en Haiti

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Isa Solá, religiosa de Jesús-María nacida hace 46 años en Barcelona, conoce perfectamente el alma haitiana. Y es que ya llevaba un año en su capital, Puerto Príncipe, el 12 de enero de 2010 en que esta copó la atención mediática mundial cuando un terremoto la devastó. Los más de 200.000 muertos y la destrucción de miles de casas ponían un (durísimo) hito más en la historia del país más pobre de América Latina, que, además, arrastra el terrible peso de una herencia de siglos de esclavitud, guerras, saqueo de recursos por sus colonizadores y caos gubernamental.

Ese día, Isa sufrió un aldabonazo en lo más íntimo de su ser. Siempre segura de su vocación –tanto que a los 19 años ya ingresó en su congregación– y de su afán por servir a los demás –antes de Haití, pasó 14 años como directora de una escuela en Guinea Ecuatorial, pues su sueño siempre fue “ser misionera en África y vivir entregada a los hermanos, especialmente a los más pobres”–, aquel 12 de enero, en solo un instante, se vio rodeada de muerte y destrucción.

El seísmo le cogió fuera de la escuela en la que impartía clases
. Llegó a lo que eran sus ruinas. Aún se escuchaban voces infantiles bajo los escombros pidiendo ayuda. Hasta que una segunda sacudida las apagó. Y con ellas, la esperanza.

Lo mismo ocurrió con la residencia de su comunidad, reducida a la nada, con algunas de sus hermanas heridas. Alojada en una tienda de campaña, se dedicó en los días siguientes a poner en práctica sus estudios de Enfermería (que, junto a Magisterio, realizó por encargo de la orden para poder ser misionera).

En plena calle, sin instrumental y sin médicos, los días previos a que llegaran los equipos especializados, tuvo ella misma que realizar las tareas más dicíciles, como amputar brazos y piernas. No tenía fuerzas. Llevaba días sin comer.

Todo esto supuso un impacto que le hizo plantearse muchas cosas: “La gente deambulaba por las calles. Algunos se ponían violentos porque tenían hambre. Yo misma experimenté que el hambre te puede empujar a hacer lo que sea”. También había otras personas que “daban gracias a Dios por estar vivas, aunque hubieran perdido su casa o estuvieran heridas. Yo solo sentía tristeza. No entendía por qué había pasado aquello… Solo veía mi cobardía y mi debilidad”.

Pero pronto recuperó su confianza en Dios. Con la fuerza que da saber que se puede ayudar a muchas personas, dando esperanza a quien no la tiene. Y es que en Haití, por el peso que el vudú (herencia del origen africano del país) aún tiene entre la gente, a los mutilados se les ve como seres malditos, castigados por Dios: “Aquí, un amputado no vale nada, se le rechaza en todos los sitios. Lo que supone que, además de haber quedado dañado de por vida, se le cierran las puertas hasta para poder encontrar un trabajo”.

Centro para amputados

De ahí que, sin dudarlo, con la ayuda de la Fundación Juntos Mejor (de las religiosas de Jesús-María), Cáritas Barcelona y dos asocaciones de amputados de España, haya puesto en marcha un centro de atención para personas a las que le han sido amputadas las piernas. En sus diez meses de vida, ya han pasado por él 92 personas.

A todas les entregan gratuitamente las prótesis y se les hace un seguimiento personalizado, para enseñarles a andar con ellas. Además, se les ofrece un tratamiento psicológico –“les pedimos que nos cuenten cómo perdieron las piernas para ayudarles a superarlo”– y, en algunos casos, les ayudan con un programa de microcréditos para que puedan impulsar ellos mismos su propio negocio.

Dos años después del terremoto, Isa sigue caminando. Y acompaña en su camino, ofreciendo piernas y oportunidades para andar por sí mismos, a quienes carecen de ambas. Porque “Dios me dio la vida y esta ya no tiene sentido si no es para darla”.

EN ESENCIA

Un libro: el Evangelio.

Una película: El chico, de Charles Chaplin.

Una canción: Smile, en versión de Rod Stewart.

Un deporte: la carrera del día a día.

Un recuerdo de la infancia: cuando me regalaron una guitarra a los 7 años.

Un rincón del mundo: aquí y ahora.

Un sueño: un mundo sin hambre y sin guerras.

La mayor tristeza: el terremoto del 12 de enero de 2010.

La mayor alegría: estar en Haití en estos momentos.

Un valor: todo el mundo es mi hermano.

Un regalo: estar viva y sana.

Una persona: Jesús de Nazaret.

Que me recuerden por… haber vivido para los demás.

En el nº 2.781 de Vida Nueva.

 

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