Dios, ese soporte que empuja y cuestiona

tres voluntarios cristianos

tres voluntarios cristianos

JOSÉ LUIS PALACIOS. Fotos: LUIS MEDINA | Están acostumbrados a hacer, más que a hablar. Pero se han parado un instante para explicar a Vida Nueva por qué “se quitan tiempo” para darlo a los demás. Son tres voluntarios, implicados en algunas de las muchas acciones sociales que impulsa la Iglesia.

Antonio Cuenca: “Hay que encontrar la manera de ofrecer un horizonte de esperanza”

Antonio Cuenca voluntario cristiano

Antonio Cuenca

Antonio Cuenca, de 68 años y padre de cuatro hijos, colabora con la Casa del Amparo de la Sociedad de San Vicente de Paúl en Madrid, que acoge a personas que arrastran el estigma social asociado al virus del sida.

Su padre ya colaboraba con las famosas conferencias fundadas por Federico Ozanam en Francia y traídas a España por Santiago Masarnau. Ya antes de prejubilarse como profesor de Bellas Artes de la Universidad Autónoma, decidió hacerse voluntario. “El detonante fue mi padre”, a quien acompañaba de crío cuando iba los fines de semana por las casas de Albacete ofreciendo ayuda.

Todos los viernes acude a la Casa del Amparo. Al principio, para impartir un taller de pintura; ahora, para lo que surja: “Visitar un museo, pasear, charlar…”.

Se considera “poco practicante” y entiende que, ya sea “por fe o por sentido de la responsabilidad como persona, hay que echar una mano a los demás”. No anda muy conforme con la “jerarquía”, pero siente que el espíritu de Cristo se hace presente en “muchos grupos y lugares”, donde se cumple aquello de que “el que quiera ser el primero, que sea el último y el servidor”.

Para Antonio, “es una satisfacción poder estar con la gente, poner la oreja para escucharles”, y asegura que “las gracias que me dan cuando voy al ascensor o me acompañan a la parada del autobús me llegan al alma”. Eso sí, “la mayor tragedia anímica que muchos tienen es el aislamiento y la desconfianza hacia el otro”, por lo que opina que, “a pesar de que la mayoría no tiene una buena experiencia de las instituciones religiosas, habría que encontrar la manera de ofrecerles un horizonte de esperanza”.

María José Rois: “La fe me mantiene en los momentos duros”

Maria Jose Rois voluntaria cristiana

María José Rois

María José Rois coordina la acogida en Cáritas y el proyecto de menores Rakapaka de la Parroquia de San Alfonso María de Ligorio, en Aluche (Madrid). A sus 49 años, casada y con dos hijos, esta educadora social está en paro.

Lleva como voluntaria desde 1989, como integrante del grupo juvenil, aunque, en función de los horarios laborales que ha tenido, ha dedicado más o menos energías a la acción social de la parroquia.

En su caso, la elección de sacar tiempo para los demás era algo normal en su entorno: “Desde la familia y el grupo se me animaba para que pusiera al servicio de los demás los talentos que tenía, según el Evangelio”.

Admite que “ver la realidad e intentar enjuiciarla desde el Evangelio y actuar en consecuencia me sigue haciendo hoy estar en este camino”, a la vez que le da “un plus al voluntariado, y el voluntariado a la fe”.

Así, explica que “esta me alimenta y me mantiene en los momentos duros, en las meteduras de pata y cuando llega el desánimo”, pero también le lleva a desarrollar su labor “al estilo de Jesús”, sabiendo, además, que “tratar tan de cerca con sus favoritos me hace crecer como persona y como creyente”.

Miguel García: “No estoy para recoger, sino para sembrar”

Miguel Garcia voluntario cristiano

Miguel García

Miguel García, joven investigador universitario, ayuda desde hace cuatro años a chavales del madrileño barrio de la Ventillaa sacar adelante los estudios que cursan. Su compromiso se desarrolla en la ONG Pueblos Unidos, creada por los jesuitas.

“El mundo no está lo bien que debería, y todos tenemos que echar una mano en la medida que podamos”. “He tenido la suerte de nacer en un país desarrollado, con un montón de oportunidades. ¿Qué pasa con la gente que no las ha tenido? No podemos quedarnos de brazos cruzados, no es justo. Ciertamente la suerte existe, la suerte de nacer aquí o allí, pero es responsabilidad de todos el repartirla”, apunta este físico de 26 años.

“La fe me da un horizonte que no tendría de otra manera”, sostiene Miguel. Gracias a este don, y a pesar de los sinsabores, que siempre llegan, mantiene su compromiso porque “no estoy para recoger, sino para sembrar. ¡Así que a sembrar como locos! Y a confiar, con mayúsculas, en que Otro se encargará de hacer que los frutos salgan”.

Esa relación con Dios no solo hace de soporte, sino que también “cuestiona” y “empuja” para que “desde lo que tengo y lo que soy, haga lo posible por construir un pedacito más de Reino”.

Según su experiencia, “la entrega trasforma. Dejas de ser tú el protagonista de la película, y das paso al otro. Y eso te descentra, te da perspectiva y dejas hueco para que Dios vaya haciendo su espacio”.

Miguel tiene muy claro que la fe y la lucha por la justicia social están íntimamente unidas: “Ofrecer mis aptitudes, lo que soy a los demás, es la pata tangible de mi relación con Dios. Entrelazando acción y oración, ambas cobran más sentido, una lleva a la otra, y al revés. No entiendo una fe que no esté ligada a una entrega a los demás, sea del modo que sea”.

Es más, reconoce Miguel, “la experiencia de dar, y dar gratuitamente, abre el corazón a los demás y a Dios. Uno aprende a juzgar menos y a dar más las gracias; aprende que sus dones no le pertenecen por entero y que se es más persona cuanto más se tiene en cuenta a los demás”.

En el nº 2.779 de Vida Nueva.

 

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