Marc Ouellet: “La esencia de la Iglesia está en la comunión entre todos”

Prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina

Cardenal Marc Ouellet prefecto Congregacion para los Obispos

DARÍO MENOR – ANTONIO PELAYO. ROMA | Benedicto XVI puso hace un año al frente de la Congregación para los Obispos y de la Pontificia Comisión para América Latina a un hombre de su absoluta confianza, el cardenal canadiense Marc Ouellet. De forma espontánea pero firme, Ouellet explica en perfecto español con acento colombiano las características ideales de un obispo: heraldo de la fe, líder que escuche a los demás, defensor de la comunión y buen comunicador. [Siga aquí si no es suscriptor]

Apuesta por prelados con este bagaje, pero con experiencias y personalidades diversas, y pide a América Latina que siga explotando la riqueza que supone su unidad lingüística, cultural y católica para crecer en su fe.

– ¿Qué modelo de obispo buscan en la Congregación cuando reciben las ternas?

– En el encuentro con los jóvenes obispos que realizamos cada año insistimos siempre en que deben ser maestros y testigos de la fe. El obispo tiene que ser capaz de exponer y de defender la fe. Ha de ser un evangelizador en el contexto de hoy en día, en el que prima la Nueva Evangelización. El obispo debe ser el primero en proclamar el carisma y comunicar la fe desde el corazón y la mente, teniendo presente también el pontificado en el que nos encontramos, en el que hay una gran insistencia en el diálogo entre la fe y la razón. Se necesita una nueva apologética, una capacidad para dar las razones de la fe.

El obispo también debe ser un hombre de comunión. Tiene un presbiterio consigo, ha de ser el servidor de la unidad de este presbiterio. Con sus colaboradores inmediatos debe cuidar dicha unidad. También ha de hacerse cargo del discernimiento de los carismas de la comunidad. En la diócesis hay sacerdotes, pero también tantos otros carismas que son muy importantes para la vida y la misión de la Iglesia local. Debe ser un hombre de discernimiento y de unidad. Ojalá también tenga facilidad para la comunicación. Ha de estar familiarizado con este mundo, ser abierto al diálogo con los medios modernos de comunicación. Hoy en día esto es casi ineludible.

Cardenal Marc Ouellet con Antonio Pelayo

El cardenal Ouellet con el corresponsal de VN, Antonio Pelayo

¿Uniformidad?

– A veces se critica la existencia de una cierta uniformidad en el modelo episcopal. Las características que describe son compatibles con diversos caracteres y formaciones humanas. Sin embargo, se privilegia al rector o al director espiritual del seminario, al profesor de teología… Hace algunos años había perfiles de otro tipo. ¿Tiene un modelo?

– Necesitaría más tiempo en este cargo para saber si hay una uniformidad en el modelo. Yo veo pasar candidatos que provienen de muchos horizontes diversos: parroquias, seminarios… En el caso de los seminarios, los candidatos están ligados al conocimiento de los sacerdotes, lo que se empieza con los seminaristas. El obispo debe tener una atención a sus seminaristas y seguir a sus sacerdotes. Un hombre que debe formar sacerdotes ciertamente adquiere una competencia y un refinamiento espiritual para poder hacer crecer a los jóvenes en la vida espiritual. Eso me parece importante para el discernimiento episcopal ulterior. Hay hombres que han tenido experiencia como vicario general o de pastoral. Eso es muy variado. Mi experiencia, como decía, no es lo suficientemente larga en este trabajo para tener un modelo único de obispo o decir que esta o aquella es la tendencia. Mi orientación personal no es la de tener un solo modelo. Es bueno traer a gente que tiene otro tipo de preparación, siempre que tenga las cualidades antes descritas.

– ¿Cómo debe ser la relación entre el obispo y los religiosos de su diócesis? ¿Cómo se pueden evitar los roces que muchas veces surgen?

– No conozco la situación detalladamente de España. Ciertamente, los carismas son diversos. El obispo debe asegurar la unidad. Los religiosos tienen cada uno su propio carisma específico: la enseñanza, la atención a los enfermos, el auxilio a los pobres… En ocasiones, puede haber divergencias, pero es muy importante que el obispo tenga una teología donde quepan todos los carismas. La diócesis, como decía, no es solo el obispo y su clero.

El Gobierno pastoral

– A muchos obispos se les echa en cara que se comportan como si fuesen papas en sus respectivas diócesis…

– El obispo, evidentemente, es el responsable de las decisiones últimas que se toman en su diócesis, pero el consejo de pastoral y el consejo presbiteral son organismos importantes. Para el gobierno de la diócesis, el consejo presbiteral es imprescindible en ciertas circunstancias. Hay que asociar los sacerdotes a los proyectos y a la toma de decisiones. Me parece que esto es algo muy importante para un obispo. Manteniendo que, en última instancia, es él quien tiene que decidir. Tiene prerrogativas muy precisas, como ordenar sacerdotes. Debe escuchar a su equipo de seminario, pero al final es él quien decide si acepta a este o a aquel candidato. No es fácil, y hoy en día menos que antes.

Cardenal Marc Ouellet - Dario Menor

El canadiense Ouellet posa con Darío Menor

– Usted estuvo al frente de la Archidiócesis de Quebec durante casi ocho años. ¿Qué elementos destacaría de aquella experiencia pastoral?

– Cuando organizamos el Congreso Eucarístico Internacional en Quebec conté con la colaboración de tres redes: la de las parroquias, la de la Vida Consagrada y la de los movimientos. Fue una aventura diocesana extraordinaria, de tal manera que después hice el organigrama de la diócesis poniendo más en claro que este debe ser como una comunión de redes. Las tres redes, la territorial, la de los movimientos y la de Vida Consagrada, muestran de forma muy clara cómo debe ser el organigrama. Los religiosos me decían sorprendidos que era la primera vez que se veían funcionar en el conjunto de la Iglesia local. Para mí fue el resultado de un gran acontecimiento diocesano donde todas las fuerzas se pusieron de acuerdo para acoger a la Iglesia universal. Eso cambió un poco la perspectiva de la misión de la diócesis como Iglesia en misión. Es, al fin y al cabo, la aplicación del modelo trinitario, la comunión en torno a tres redes de comunión que son diversas, pero que son todas importantes.

– ¿Piensa que este modelo de organización puede aplicarse a la Iglesia universal?

– Creo que eso es la Iglesia. Esta experiencia para mí fue un momento de toma de conciencia de una realidad que funciona de hecho así, pero que no está muy reflexionada. Fue un descubrimiento. Me di cuenta al explicarlo a los otros implicados. Veíamos entonces mejor el sentido de la Iglesia local. En este caso, la misión es realmente lograr la comunión. El resto, el testimonio de la Iglesia, viene de la comunión. La esencia de la Iglesia está en el sacramento de la comunión trinitaria. Cuando esto se logra, hay un fenómeno de atracción.

“La Conferencia Episcopal debe ser
de ayuda al obispo local.
Lo importante es
el obispo local, es él el heraldo de la fe”.

– A veces no existe una buena coordinación en la relación entre el obispo y la Conferencia Episcopal. ¿Hasta dónde llega la libertad del obispo frente a la Conferencia y hasta dónde la Conferencia puede aconsejar una cierta línea?

– Es un equilibrio no siempre fácil. Yo lo viví personalmente. La Conferencia Episcopal debe ser de ayuda al obispo local. Lo importante es el obispo local, es él el heraldo de la fe. El testimonio de la fe viene, ante todo, de la predicación del obispo. Si uno hace callar al obispo en su diócesis, estamos mal. No se puede decir que hay que discutir primero y luego ya se hablará. En ciertas cuestiones se pide que se espere seis meses antes de hablar, por lo que, cuando el obispo lo hace, el debate que existía en ese momento ya pasó. Es cuando está pasando el debate cuando se debe intervenir. Debe haber comunicación, pero no siempre desde la Asamblea Plenaria. Existen también otras vías, como la Comisión Permanente. Si hay cosas que conciernen a la relación con el Estado, debe intervenir el presidente de la Conferencia Episcopal.

Iglesia y comunicación

– Usted conoce bien el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). ¿Piensa que se podría copiar su estructura de trabajo en otros continentes donde la Iglesia católica está en expansión, como África o Asia, para compartir recursos y unificar proyectos?

– El CELAM tiene mucha historia y se ve beneficiado por el hecho de que la cultura continental en América Latina es similar. Está un paso por delante con respecto a otros casos. La Asamblea de Aparecida, en 2007, por ejemplo, fue un acontecimiento extraordinario en el que tuve la suerte de participar. Me impresionó la orientación hacia la Nueva Evangelización. Quizás anteriormente se puso un acento excesivo en la solución de los problemas sociales. Se trata de algo enorme, pero no hay que perder el centro. Lo que uno ofrece es Jesucristo; la solución de los problemas sociales debe brotar de la fe y de su impacto caritativo. Hay estructuras similares al CELAM que funcionan en África y Asia, pero que no tienen la misma fuerza. Su tradición es más breve; además deben hacer frente a una gran diversidad. En América Latina está la ventaja de la unidad lingüística, del sustrato católico, de Nuestra Señora de Guadalupe… En los otros continentes, la situación se complica por la diversidad de lenguas y de culturas. En América Latina están el español y el portugués, pero prácticamente nos entendemos entre nosotros.

“Hay estructuras similares al CELAM
que funcionan en África y Asia,
pero que no tienen la misma fuerza.
El CELAM está un paso por delante”.

– En las últimas décadas, América Latina ha vivido un progreso económico y democrático que ha llevado de la mano un crecimiento de la descristianización. Hay, además, un número de católicos que encuentran a Dios en otros lugares, como ocurre en Brasil con las sectas pentecostales. ¿Cómo se puede hacer frente a este proceso más allá de la Nueva Evangelización, en la que lleva trabajándose desde hace tiempo?

– Es cierto lo que dice. Hay que reconocer el gran trabajo de algunas Iglesias de América Latina en el terreno de la comunicación. En la Asamblea Plenaria de América Latina me di cuenta de que Brasil está muy por delante en la utilización de los medios de comunicación. La Iglesia allí tiene televisiones nacionales. En mi país no existe eso. Después de ver esta realidad, cuando todavía era arzobispo de Quebec, al regresar a mi ciudad decidí crear un portal de Internet para comunicar informaciones. Volví a mi casa y me dije: “Tenemos que hacer algo. Hay que crear algo similar a lo que tienen los brasileños”. Hicimos este portal en vista del congreso eucarístico y nos quedó después como una herramienta muy importante.Cardenal Marc Ouellet prefecto Congregacion para los Obispos

El mundo de las comunicaciones es un lugar donde la Iglesia tiene que expresarse de algún modo. No es fácil, pues tiene sus propias lógicas y leyes. No es que deban ponerse a nuestro servicio. La cultura actual es así. Se debe buscar la forma de expresarse a través de los medios de comunicación. Ciertamente, la formación sacerdotal y los carismas son importantes. Cuando estuve en Brasil, conocí una experiencia en la que me di cuenta de su compromiso con la comunicación. Eran expresiones carismáticas católicas que respondían al desafío de los pentecostales, que fueron los que atrajeron a muchos católicos. A los pentecostales les falta la Santísima Virgen, por lo que muchos de sus nuevos fieles no duran mucho tiempo entre ellos. La cultura mariana latinoamericana es una protección. Cuando falta esta dimensión, no duran y vuelven.

América misionera

– ¿Se debe dar una respuesta conjunta en América Latina a la descristianización?

– La Iglesia en América Latina debe seguir explotando la riqueza patrimonial que tiene, la unidad lingüística, cultural y católica. Debe cultivar esa conciencia de que, si uno cuenta los 50 millones de católicos de los Estados Unidos, tiene prácticamente la mitad de la población católica del mundo. Ahora América Latina está enviando misioneros. Cuando se creó la Pontificia Comisión para América Latina era justo para lo contrario: para enviar misioneros allí desde Europa. Hoy hay latinos en muchas diócesis de Italia, de Francia, de Alemania… Es algo estupendo que progrese la conciencia misionera de América Latina, en un sentido que me parece equilibrado, hacia África, por ejemplo, o hacia Asia. Todo lo que pueda unir el continente y darle un sesgo propio a nivel económico, también sirve para la misión.

– Hubo una época en la que se decía que la Pontificia Comisión para América Latina (CAL) era una sucursal del CELAM en Roma. ¿Cómo es hoy la relación entre ambos organismos?

– Las relaciones son óptimas. El CELAM es una estructura continental, mientras que la CAL es un organismo de la Curia romana para ayudar al diálogo entre este continente y la Curia, y para sensibilizar a los dicasterios romanos sobre las necesidades de América Latina. Necesidades hay. Por ejemplo, todavía la CAL asegura las ayudas económicas que financian seminarios, proyectos pastorales… La información circula en ambas direcciones y, ahora, estamos tratando de impulsar varios proyectos. El 12 de diciembre, como saben, habrá una misa en San Pedro para celebrar desde un punto de vista católico el bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos. Esta iniciativa se une a tantas otras celebraciones que se llevan a cabo en diversos contextos latinoamericanos, de forma que aquí también, en el corazón de la Iglesia universal, esté presente la realidad de América Latina.

“A raíz de los terribles casos de abusos sexuales,
la purificación de la Iglesia ya está en curso,
pero debe penetrar aún más”.

– ¿Cómo valora el proyecto de Misión Continental en esta región?

– Es una idea extraordinaria. Este gran proyecto de evangelización se va realizando al ritmo de cada diócesis y de cada país, con una coordinación particular. Es muy interesante cuando se ponen los obispos en la reunión plenaria a intercambiar experiencias sobre la Misión Continental. Van recibiendo otras ideas y enriqueciéndose. La CAL es una estructura que tiene 60 años y que ha prestado muchos servicios, tanto a la Curia como de la Curia al Continente. Ahora hay un laico al frente, el profesor Guzmán Carriquiry, lo que tal vez nos ayude a conectar con otros ámbitos de la cultura y con el laicado. Tenemos proyectos en camino en ese sentido. Carriquiry es muy competente, conoce la Curia estupendamente.

Renovación

– En su viaje a Alemania del pasado mes de septiembre, el papa Benedicto XVI pronunció un significativo discurso en Friburgo ante un grupo de laicos comprometidos en labores eclesiales. Abogaba por la renovación profunda de la Iglesia, por su “desmundanización”. ¿Cree que debe reformarse la Iglesia?

– Como dice san Pablo, hay que buscar en el pensamiento de Cristo. La renovación ya se está realizando. Hay una purificación a raíz de los terribles casos de abusos sexuales. Hay muchas situaciones de dolor, muy difíciles. Yo sigo en particular el caso de Irlanda. Hay muchos sacerdotes que sufren, también injustamente, porque son sospechosos por casos que no han cometido. Hoy existe una purificación, una llamada a la vida más coherente con nuestro compromiso sacerdotal. La vivencia feliz del celibato es un testimonio extraordinario que se puede dar al mundo. Hay que afianzarlo y ayudar a los sacerdotes a seguir adelante, con alegría, con libertad y sin pensar que este testimonio ya no se da o ya no es creído por la gente. Si uno lo vive y lo cree, hay dificultades que se pueden atravesar. La predicación del sacerdote, cuando toda la vida está comprometida, también por el sacrificio que representa el celibato, es un testimonio que impresiona.Cardenal Marc Ouellet prefecto Congregacion para los Obispos

El Papa insistió en esto no solo en Alemania; lo lleva haciendo desde el principio de su pontificado. Yo creo que la purificación está en curso, pero debe penetrar aún más. Ojalá lo que está pasando en la Iglesia afecte al resto del mundo, porque no olvidemos que, por ejemplo, en el caso de los abusos, es erróneo pensar que solo afectan a la Iglesia. En otras partes es mucho más grave. Ojalá haya un efecto positivo de moralización, pero siempre desde Jesucristo, no por medio de una moral impuesta.

– ¿Le gustaría que hubiese más universalidad en el Gobierno de la Iglesia?

– Fue el Concilio el que nos trajo este espíritu de catolicidad. La Curia se empezó a internacionalizar desde entonces, lo que considero algo positivo.

Caridad y justicia

– ¿Piensa que América Latina en particular y la Iglesia universal en general necesitan una teología más social, más volcada en los pobres, más evangélica?

– De lo que tiene realmente necesidad la Iglesia es de una cristología. Una evangelización sin una cristología profunda no tiene éxito. Esta era un poco la debilidad que tenía la teología de la liberación. Estaba más condicionada por un modelo cultural, en este caso socialista, mientras que su enraizamiento cristológico, al menos en ciertas experiencias, era débil. Eso había que ajustarlo, y así se hizo. El desafío social y político, sobre todo el social, es permanente

Sobre esta realidad debe siempre interrogarse la fe cristiana, que es el patrimonio de América Latina. Dicho patrimonio sufre un desafío de parte de las discrepancias sociales. Es verdad que hubo un progreso económico y democrático durante los últimos años. Este proceso existió, gracias a Dios, pero las favelas y la pobreza persisten. La caridad, la justicia y la lucha por ambas son desafíos muy grandes, que permanecen en el centro de la misión de la Iglesia. Pero siempre desde la profundidad de una visión cristológica. Mi preocupación es que realmente la Iglesia evangelice. Una vez que se produce la conversión a Cristo, el resto debe seguir, pero con seriedad.

En el nº 2.778 de Vida Nueva.

 

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