Olivier Clément. El hombre, el cristiano y el teólogo

Olivier Clement teologo ortodoxo ecumenista

CAROLINA BLÁZQUEZ CASADO, OSA, Monasterio de la Conversión, BECERRIL DE CAMPOS (PALENCIA) | El próximo 17 de noviembre, Olivier Clément celebraría su 90 cumpleaños. Es esta, por tanto, una fecha propicia para el recuerdo agradecido y el homenaje a esta gran figura de la cultura y el pensamiento filosófico y teológico de la Europa del reciente siglo pasado. Ocasión favorable, también, para dar a conocer a quienes aún no han oído hablar de él la hondura de su vida y el gran interés de su legado bibliográfico, como nos proponemos en estas páginas.

La vida como búsqueda infatigable

Olivier Clément nació en un pueblo del sur de Francia, Aniane (región del Languedoc), en el año 1921. Y lo hizo en el seno de una familia socialista en la que nunca oyó hablar de Dios, a excepción de algún comentario irónico seguido de risas contenidas. Un “mundo sin Dios”, como él alguna vez calificó a esta etapa de su vida.

De su infancia y adolescencia, en su autobiografía espiritual, El otro sol, el autor describe dos importantes sentimientos existenciales que marcarán toda su vida: el estupor y la angustia. El primero manaba del contacto con los seres, al rozar la vida con toda su intensidad y belleza: ante la maravilla de un atardecer, del azul del cielo mezclado con el mar y su susurro, los rostros y la tierra, de la que brotaba una fuerza incontenible de fecundidad que golpeaba su corazón hasta llorar de pura alegría.

Clément era un niño, y un joven, atraído por todo, invitado a gustarlo todo, a gozarlo todo. A la vez, con la misma pureza y fuerza de este primer sentimiento, surgió la angustia. Esta oprimía su corazón desprevenidamente ante el presentimiento de la proximidad de la nada, el desasosiego por la muerte, el recuerdo de que aquello que amaba podía terminarse, desaparecer, enterrado en el olvido.

“Entonces, alguien me miró. Él, sobre el icono.
No me haré el iluminado (…).
Me dijo que yo existía, que él quería
que yo existiera y, por tanto,
que no era ya nada”.
Olivier Clément.

Atraído desde muy temprano por la historia, Clément nos cuenta cómo se despertó un día horrorizado al caer en la cuenta de que todos los personajes de sus libros estaban muertos. Llevaban años, siglos bajo la tierra, sumidos en el silencio eterno. Este vaivén de sentimientos encontrados meció su adolescencia y juventud y le zarandeó de tal manera que acabó convirtiéndose en un buscador infatigable, un ser inquieto y preocupado por el sentido de la existencia. (…)Olivier Clement teologo ortodoxo ecumenista

La conversión

Fue una mirada. Había gastado todo el dinero que tenía en la compra de un icono, un tríptico de Cristo con María y Juan el Bautista, en una tienda de antigüedades del centro de París. El icono estaba abierto en su cuarto. Y Jesús le miró. Le miró con un amor de misericordia y perdón tal, que abrió la puerta de la esperanza en su vida para siempre. Este momento, sobre el que Clément construirá una nueva existencia, lo describió, de modo incomparable, en su autobiografía espiritual:

“Entonces, alguien me miró. Él, sobre el icono. No me haré el iluminado. Todo era silencio, palabras de silencio, en una profundidad mayor que la de la entidad, en una profundidad en la que ya no estaba yo solo. Me dijo que yo existía, que él quería que yo existiera y, por tanto, que no era ya nada. Me dijo que yo no era todo, pero sí responsable. Que el mal era lo que yo hacía. Pero que, aun más profundo, él estaba ahí. Me dijo que yo necesitaba ser perdonado, curado, creado de nuevo. Y que estaba perdonado, curado y creado de nuevo. ‘He aquí que estoy a la puerta llamando’. Y abrí”.

Tras esta experiencia personal de encuentro con el amor de Dios vivo en Jesucristo, Clément profundizó su relación con Lossky y con otros miembros de la Iglesia ortodoxa como el padre Sofronio, que fue para él un verdadero padre espiritual. Comenzó un proceso de preparación para el bautismo en la Iglesia ortodoxa, que recibió finalmente el 1 de noviembre del año 1952, cuando contaba 30 años. Fue un día de mucha lluvia, y él se sentía nacer de nuevo en el seno de la Iglesia de Cristo, donde permaneció hasta el final de sus días como hijo perdonado y agradecido, y también, más tarde, como maestro y padre de otros. (…)

La difícil tarea ecuménica y un camino hacia la reconciliación

Ortodoxo de corazón, convencido de su pertenencia a la Iglesia de Oriente, Clément, sin embargo, trabajó sin descanso por la unidad de los cristianos, sobre todo como miembro de la Fraternidad Ortodoxa francesa. Para él, lo único importante y valioso era llegar a ser realmente cristiano, y nunca consideró a las otras confesiones –católica, anglicana, protestante– como enemigas o adversarias. Esta división era una herencia del pasado, decía, que los cristianos del presente debíamos asumir en una actitud de reconciliación de cara al futuro.

Clément trataba de reconocer e integrar
los aspectos de bondad y gracia
que cada confesión tiene,
para juntos buscar y reconocer
los elementos esenciales de la Iglesia de Cristo.

En este sentido, reconocía los destellos de la pureza y originalidad del cristianismo, especialmente en las acentuaciones peculiares de cada confesión: la difícil y, por ello, tan valiosa síntesis entre unidad y universalidad del catolicismo, de la cual el papa se presentaba ante el mundo como símbolo; el amor y conocimiento de la Escritura de los protestantes; así como la seriedad en sus compromisos éticos (trabajo, austeridad, solidaridad…) característicos del mundo calvinista.

Olivier Clement teologo ortodoxo ecumenistaPara Clément, todos los cristianos en el camino de la unidad deberíamos aprender unos de otros y enriquecernos, pues la comunión nunca puede nacer de una actitud de rechazo, indiferencia o desprecio. No se trata de anular ni destruir la peculiaridad de cada uno, sino de reconocer e integrar los aspectos de bondad y gracia que cada confesión tiene, para juntos buscar y reconocer los elementos esenciales de la Iglesia de Cristo.

Este esfuerzo traerá también consigo purificación, poda y conversión en las Iglesias en la búsqueda de la verdad, que es el objetivo último en el camino ecuménico. Esta actitud de apertura y diálogo que caracterizaba su reflexión y posición respecto al ecumenismo provocó que en el seno de la Ortodoxia, en los contextos más intransigentes, fuera en alguna ocasión tachado de cripto-católico o cripto-protestante.

En realidad, Clément sufría y se dolía por la división de los cristianos, pues veía en ella un antitestimonio ante las otras religiones y ante el mundo. Soñaba con la posibilidad de una verdadera comunión entre las Iglesias, expresada, finalmente, en la intercomunión, sobre todo, entre la Iglesia católica y la ortodoxa.

Pliego íntegro, en el nº 2.776 de Vida Nueva.

 

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