“Aquí no hay autoservicio: nos gusta servir”

El comedor benéfico San Vicente de Paúl de Marín cumple 25 años

Comedor benéfico Hijas de la Caridad Marin Pontevedra

FRAN OTERO. Fotos: DIEGO TORRADO | Marín, villa marinera en la provincia de Pontevedra, tiene una suerte, la de contar entre su comunidad con la aportación impagable de las Hijas de la Caridad, que no se puede resumir mejor que con estas dos palabras: educación y caridad, dos recetas para luchar contra la crisis moral y económica, ambas impregnadas y con su razón de ser en el Evangelio, y aderezadas con el carisma de los fundadores de la congregación, san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac.

Educación a través del Colegio La Inmaculada, del que han salido y salen jóvenes con una gran formación, en todos los aspectos, muy cuidada en lo humano. Y caridad, que es lo que nos ocupará en este reportaje, con el Comedor San Vicente de Paúl.

Con crisis y sin ella ha estado a disposición del necesitado este comedor de caridad, una iniciativa que, tal y como insiste sor Manuela, una de sus actuales alma mater, nació del voluntariado hace ahora 25 años, aunque surge de las visitas a domicilio que hacían las religiosas y las voluntarias, habituales en la congregación desde el siglo XVII.

Comedor benéfico Hijas de la Caridad Marin PontevedraHoy, la situación es muy diferente. Ya no hay niños, pues consideran que es mejor que las familias se lleven la comida a casa y la preparen para los pequeños.

Víctimas silenciosas de la crisis

Y también cambió el perfil de los que acuden a por un plato caliente. Los autóctonos y los inmigrantes –sobresalen en este colectivo los africanos, sobre todo, de Ghana– se reparten a partes iguales. Eso sí, el 90% son hombres.

En total, cada día se ofrece comida a entre 60 y 65 personas en verano, y a 80 y 85 en invierno. Pero su labor no se queda ahí, porque, además, atienden a 103 familias a las que les dan los alimentos para que se los lleven a casa. Sin duda, familias que son víctimas silenciosas de la crisis y cuyo último recurso, tras intentarlo con las administraciones públicas, es la caridad de los creyentes.

Apunta sor Manuela que las pautas en el comedor están muy claras. La primera de todas, y objetivo general, es dar cobertura a las necesidades básicas de los que allí acuden. Y algo muy importante: “Realizar el servicio con cercanía, amabilidad, respeto y tolerancia”. Se resume en la acogida al necesitado “viendo en él a Cristo”. “Lo que das a mis pobres, me lo das a mí”, cita.

Cariz cristiano

Quizá por este ambiente, que atribuye a sor Josefa (el motor de esta obra, fallecida el pasado mes de marzo), el comedor de Marín tiene una cualidad: nunca hay problemas. “Ni siquiera levantan el tono de voz… Damos la bendición de la mesa e, incluso, el pasado 27 de septiembre, fiesta de san Vicente de Paúl, hicimos una pequeña reflexión sobre el santo. Este comedor tiene el cariz cristiano. Antes, yo misma daba catequesis a los que querían después de comer; hoy ya no lo hago porque la mayoría son musulmanes. Una pena, pero se dejó”, cuenta la Hija de la Caridad, que recuerda cómo en la época de los niños se les ofrecían clases de apoyo y, por ejemplo, la posibilidad de asistir a campamentos cristianos.

La asistencia al necesitado es integral, humana y espiritual. Las voluntarias saben dónde vive y dónde está cada uno, y hasta se acompaña a los que están solos y enfermos en sus últimos días. “En definitiva, el pobre está atendido y bien atendido, que es lo importante”, explica.

Hasta tal punto es así que las tres religiosas –una a tiempo completo, sor Celsa– y las cinco voluntarias del comedor sirven ellas mismas la comida. “Aquí no hay autoservicio: aquí se sirve. Y nos gusta servir porque así tenemos contacto directo con los pobres”, dice sor Manuela.

En el nº 2.776 de Vida Nueva (reportaje completo para suscriptores).

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