Nuevas realidades sociales, nuevas realidades eclesiales

Religiosos jóvenes de Verbum Dei

MAITE LÓPEZ MARTÍNEZ | El pasado viernes 21 de octubre se celebraba la II Jornada de estudio sobre Nuevas formas de Vida Consagrada (NFVC), organizada por la Cátedra de Teología de la Vida Consagrada de la Universidad San Dámaso de Madrid, en colaboración con la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada de la Conferencia Episcopal Española (CEE).

En el encuentro estuvieron presentes Francisco Cerro Chaves, obispo de Coria-Cáceres y miembro de la Comisión, quien habló de experiencias y seguimiento de las NFVC; Juan Carlos Ortega Rodríguez, Legionario de Cristo y miembro del movimiento Regnum Christi, con una ponencia sobre el Camino recorrido, camino por recorrer; Juan Martínez Sáez, de la Fraternidad Misionera Verbum Dei, con otra ponencia sobre las perspectivas y retos; y Vicente Jiménez Zamora, obispo de Santander y presidente de la Comisión, encargado de clausurar el acto.

Sin duda, aunque no se hable mucho de esta realidad eclesial, se trata de un asunto de gran importancia para la Iglesia. En los últimos 50 años, es decir, desde la clausura del Concilio Vaticano II, son muchos los institutos religiosos que han desaparecido. Algunos por su propio desarrollo, pero otros por las muchas fusiones y uniones que, entre 1960 y 2009, han producido la desaparición de cerca de 370 congregaciones.

Gracias a la publicación de un volumen dedicado a las nuevas formas de VC, escrito por el paulino italiano Giancarlo Rocca (Primo censimento delle nueve communitá, Roma, 2010), podemos saber que estas nuevas comunidades sobrepasan las 800 en todo el mundo y que, de ellas, más de 80 han desaparecido ya. Algunas de estas han sido aprobadas por el Pontificio Consejo para los Laicos. Otras –las menos–, por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada.

El Anuario Pontificio de 2011 recoge seis nuevas formas, de las que tres son de fundación española: la Obra de la Iglesia (fundada por la Madre Trinidad en 1963, con aprobación pontificia de 1997); la Fraternidad Misionera Verbum Dei (fundada por Jaime Bonet Bonet en 1963 y con aprobación pontificia de 2000); y el Instituto Id de Cristo Redentor, Misioneras y Misioneros Identes (fundado por Fernando Rielo en 1959, con aprobación pontificia de 2009).

Además de estos institutos, se han aprobado como tales la Sociedad de Cristo Señor (fundado en Montreal en diciembre de 1951 por el jesuita Ludger Brien, aprobada en 1993); la Asociación de Vírgenes Consagradas Servidoras (fundada en 1952, en Buenos Aires, por el Siervo de Dios Luis María Etcheverry Boneo y aprobada en 1995); y la Familia Monástica de Belén, de la Asunción de la Virgen y de San Bruno (fundada en 1950 por el padre Ceslas Minguet, OP, de origen francés y aprobada en 1998).

Conocer para acoger

Aunque la aprobación de las NFVC se reserva exclusivamente a la Sede Apostólica, tal y como reza el canon 605 del Código de Derecho Canónico, “corresponde a los obispos diocesanos discernir los nuevos dones de VC otorgados a la Iglesia por el Espíritu Santo y ayudar a quienes los promueven para que formulen sus propósitos de la mejor manera posible y los tutelen mediante estatutos convenientes”. Por esta razón, es normal que los prelados acompañen a estos nuevos movimientos y sigan sus pasos muy de cerca.

Ante estas realidades, y utilizando palabras de Camilo Maccise, “en los grupos de Vida Consagrada, como en toda realidad humana, es normal nacer, crecer, morir y también renacer”.

Madre Bonifacia, ya santa

Por eso, “a vino nuevo, odres nuevos”. A nuevas realidades sociales y culturales, nuevas realidades eclesiales. El Espíritu de Dios sigue vivo y actuando en nuestra historia, y gracias a ello, las NFCV se van abriendo paso. Unos son llamados a inspirarlas y fundarlas. Otros, a vivirlas y mantenerlas. Otros se encargan de discernirlas y acompañarlas. Pero corresponde a toda la comunidad de creyentes conocerlas y acogerlas, sin olvidar que lo importante no son los odres, sino el vino que contienen.

LEVADURA

No le hizo falta esperar a que se concediese el voto a la mujer, no pudo aguardar con los brazos cruzados la llegada de los movimientos feministas del s. XX, ni pensó remotamente que los gobiernos se inventarían un Ministerio para la Igualdad. Hablamos de la Madre Bonifacia, ahora santa Bonifacia, que supo transmitir a las Siervas de San José su sencillez de vida y su pasión por la promoción de la mujer trabajadora. Tuvo que morir, como el grano de trigo, para entrar por la puerta grande, esa de los santos de carne y hueso.

En el nº 2.774 de Vida Nueva.

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