Lluís Duch: “Estamos al final de un mundo, no del mundo”

Antropólogo y monje de Montserrat

JORDI LLISTERRI. Fotos: FRAGMENTA | “Sin una buena antropología, no se puede hacer una buena teología”, una idea de este monje benedictino de Montserrat que justifica una vida dedicada al estudio. Pero dice Lluís Duch que lo humano es imposible de acotar en una definición, como es imposible “empalabrar” a Dios. Los seis volúmenes de Antropología de la vida cotidiana, los dos de Aproximación a la logomítica, Un extraño en nuestra casa o Religión y Comunicación son algunas de sus obras reconocidas en el mundo académico.

Sus 75 años han sido también motivo de homenaje con el libro-miscelánea Empalabrar el mundo (Fragmenta).

– Su antropología destaca la ambigüedad del ser humano. ¿No es una fórmula muy abierta?

– Les certezas están, pero yo no hablo de ambigüedad como un juicio moral, sino como una condición que toda persona debe resolver. Dos personas ven un accidente: el accidente objetivamente no existe; lo que existen son las versiones de cada persona y la manera en que lo asumen. Es decir, resuelven la ambigüedad de diferente manera. Por eso, para mí, hablar de la ambigüedad humana es definir al ser humano. Si se quiere, es una definición en forma de indefinición. Pero definir es acotar o estabilizar, y, en cambio, el ser humano se mueve entre la persistencia y el cambio.

– ¿Y hay factores que determinen la dirección que tomemos?

– Cuando hablo de ambigüedad, no soy optimista ni pesimista: hablo de una condición humana que pende de un hilo. Las cuestiones más fundamentales de nuestra existencia no están decididas de antemano. Que se deba circular por la derecha no presenta ambigüedad: forma parte de un mundo que ya está dado por hecho. Pero la persona debe tomar decisiones ante cuestiones fundamentales: ante la vida, ante la muerte, ante el mal, ante la enfermedad, ante la beligerancia… Lo que estamos haciendo continuamente son trasvases entre la interioridad y la exterioridad, desde dentro hacia fuera, y viceversa, traduciendo y traduciéndonos a través de todos los sentidos. En este momento de traducir es cuando resolvemos la ambigüedad.

– ¿La tradición eclesiástica no nos ofrece modelos más cerrados?

– Ciertamente, el ser humano es un ser tradicional. Nunca parte de cero. Pero lo peligroso de la tradición es creer que hay un pasado normativo. Lo expresa muy bien Kierkegaard cuando nos pregunta si somos nosotros los contemporáneos de Cristo o si es Cristo nuestro contemporáneo. Si es lo primero, tenemos que dar marcha atrás, con una regulación ortodoxa y reaccionaria. Pero si es Cristo nuestro contemporáneo, esto nos pide contextualizarnos permanentemente: en nuestro entorno, en las personas que nos acompañan o en las preguntas ante la crisis económica.

– ¿El entorno no favorece al homo religiosus?

– Es que el mundo actual es un entorno de una honda confusión. Debemos dejar de lado el pesimismo que hay en los medios eclesiásticos de nuestros días, como si la crisis actual fuera una cosa que solo afecta al cristianismo. Es una crisis global. Estamos al final de un mundo, no del mundo. Pero las preguntas están. Algunos antropólogos hablan de religiones implícitas. Es evidente que puede haber personas para las que, aparentemente, no tengan importancia las preguntas religiosas, pero entonces se pueden buscar los equivalentes funcionales de esta persona. ¿Es la ciencia? ¿Es la carrera profesional?… La cuestión está en si el ser humano puede dejar de ser religioso. Y este hombre religioso puede tener como objeto al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, o puede tener como objeto un Macintosh.

Los ídolos y Dios

– La idea es que la gente no ha dejado de creer…

– Cuando a mí una persona me dice “yo no creo”… Bueno, no cree en lo que yo creo, pero cree en otras cosas. Y cuando más seriamente nos planteamos la vida, más discernimos entre los ídolos que nos atraen –fama, honor, dinero, sexo– y este Dios que prácticamente no tiene nombre y que se manifiesta en el rostro de cualquier ser humano. Hoy, sobre lo que dudo, es que haya equivalencia entre las preguntas religiosas que se plantean y las respuestas que damos. Y reconozco que es muy difícil en una situación de cambio, provisionalidad y sobreaceleración.

En el nº 2.774 de Vida Nueva (entrevista íntegra para suscriptores).

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