La otra Iglesia de Benedicto XVI

JOSÉ LUIS PALACIOS | Benedicto XVI insiste, desde su elección como Obispo de Roma, en la reforma de la Iglesia. En Friburgo, dio un paso más en el Encuentro con los Católicos Compremetidos en la Iglesia y en la Sociedad al apuntar las razones y dirección de los cambios. Es un pronunciamiento trascendental por cuanto llama a los bautizados a emprender las reformas pendientes y a asumir su responsabilidad en la vida de la Iglesia. Joseph Ratzinger empezó reconociendo que “asistimos a una disminución de la práctica religiosa, constatamos un creciente distanciamiento de una notable parte de los bautizados de la vida de la Iglesia”, para preguntarse: “¿Acaso no debe cambiar la Iglesia?”. [Siga aquí si no es suscriptor]

La novedad de este pronunciamiento no ha pasado desapercibida. Para el obispo auxiliar de Barcelona, Sebastià Taltavull, “en sus expresiones tan ricas de contenido evangélico, manifiesta el profundo deseo de una Iglesia libre de toda atadura que le impida acercarse a Dios y manifestar la limpieza a la que es llamada en las Bienaventuranzas para poder conocerlo y comunicarlo”.

Enrique Belloso, responsable del Apostolado Seglar de Sevilla, apunta que “sigue la estela de su pontificado, con palabras muy sencillas, yendo a lo esencial y con la vista puesta en el futuro de la Iglesia”.

El profesor de la Universidad Pontificia Comillas, Pedro Fernández Castelao, coincide en destacar que “se trata de un discurso lúcido, claro, muy bien estructurado, que sorprende por su certeza al plantear el tema pendiente, que es la reforma de la Iglesia en relación con el Vaticano II”. Efectivamente, Benedicto XVI señala que, “para cumplir su misión, [la Iglesia] deberá continuamente también tomar distancias respecto a su entorno, deberá, por decirlo así, desligarse del mundo”.

El Papa ha recordado que la Iglesia, “cuando es realmente Ella misma, está siempre en movimiento, debe ponerse constantemente al servicio de la misión que ha recibido del Señor”. Juan Martín Velasco, sacerdote, profesor emérito de Fenomenología de la Religión, y durante años director del Instituto Superior de Pastoral de Madrid, apunta que el Papa acepta “la necesidad de un cambio en la Iglesia y propone a las Iglesias ponerse en movimiento”, lo cual “no constituye una sorpresa, pero es de agradecer que recuerde que cualquier cambio ha de tener su centro en la conversión de las personas”.

La actitud valiente del Papa ante la pérdida de influencia de la Iglesia –quien afirmó que “en cierto sentido, la historia viene en ayuda de la Iglesia a través de distintas épocas de secularización que han contribuido en modo esencial a su purificación y reforma interior”–, no ha caído en saco roto. Martín Velasco entiende que la secularización, tal y como la comprende Benedicto XVI, puede ser “ocasión para la purificación de la Iglesia y su vuelta a la pobreza extrema”.

El jesuita Daniel Izuzquiza interpreta que se “aborda la secularización como un movimiento que viene de fuera y que nos ayuda a liberarnos de fardos y privilegios. Sería un fenómeno de autentificación de la Iglesia”. Coincide Castelao en señalar que “habla en positivo de la secularización como una profunda liberación. Aunque primero se vive con tensión y dolor, como un enfrentamiento y algo lesivo para su identidad, pasado el tiempo se puede llegar a interpretar como una ayuda para ser ella misma”.

Ni huida ni repliegue

Pero “desligarse del mundo”, como dice Benedicto XVI, no es una huida ni un repliegue: “ [La Iglesia] debe abrirse una y otra vez a las preocupaciones del mundo, del cual ella precisamente forma parte, dedicarse sin reservas a estas preocupaciones, para continuar y hacer presente el intercambio sagrado que comenzó con la Encarnación”.

“El Papa ve en la secularización
una posibilidad de abrirnos realmente
a las necesidades del mundo y
dar credibilidad a nuestra misión”.
Lucía Ramón.

La teóloga Lucía Ramón destaca que “el Papa ve en la secularización una posibilidad de abrirnos realmente a las necesidades del mundo y dar credibilidad a nuestra misión, una llamada a ser valientes y a confiar en las virtualidades del Evangelio del que somos portadores y que se nos escapan, y una invitación a pensarnos como una Iglesia que no tiene miedo a diluirse y perder relevancia. Una Iglesia que se sabe sal de la tierra, aunque sea en lo escondido y no un lobby que defiende sus intereses”.

Frente a la tentación de una “Iglesia satisfecha de sí misma, que se acomoda en este mundo”, según el análisis del Papa, este propone “una Iglesia que está siempre en movimiento, que reconoce que hay motivos para el cambio y que está dispuesta a cambiar. Una Iglesia que dé más importancia a estar abierta a Dios y al prójimo que a la organización y al número. Una Iglesia que pueda ser un espacio acogedor y de humanización y crecimiento espiritual para las personas que hoy se encuentran en búsqueda y en duda”, opina Lucía Ramón.

“El Papa está proponiendo
una Iglesia muy espiritual,
donde los cristianos lo seamos a tiempo completo”.
Enrique Belloso.

De un modo más directo, Enrique Belloso entiende la exhortación como un “alejarnos de un mundo que nos tiene pillados, para centrarnos en lo esencial, que es Cristo, y no quedarnos mirando el ombligo, sino a los otros”. Según él, el Papa está proponiendo “una Iglesia muy espiritual, donde los cristianos lo seamos a tiempo completo, con pleno conocimiento y capacidad de expresarlo en público, pero con humildad y sencillez, además de con cercanía a los problemas planteados: la desestructuración de la familia, la falta de sentido de la vida, la manipulación del mercado y del poder…”.

Un amor que se difunde

Benedicto XVI, una vez más, dirige su mirada hacia la piedra sobre la que está construida la Iglesia: “La misión de la Iglesia se deriva del misterio del Dios uno y trino, del misterio de su amor creador. Y el amor no está presente en Dios solo de un modo cualquiera: Él mismo lo es, es por su naturaleza amor. Y el amor de Dios no quiere quedarse aislado en sí mismo, sino que por su naturaleza quiere difundirse”.

Algo que subraya Taltavull: “Una Iglesia convertida al Señor y entregada por amor al servicio de los demás aparece visiblemente de forma distinta de la que muchos la perciben. De ahí, la importancia de un testimonio coherente con el Evangelio y de la imagen exterior que proyecta”.

De hecho, el Papa, siguiendo su combate contra los abusos sexuales, dice que “se crea una situación peligrosa cuando estos escándalos ocupan el puesto del skandalon primario de la Cruz, haciéndolo así inaccesible; esto es, cuando esconden la verdadera exigencia cristiana detrás de la ineptitud de sus mensajeros”.

Pero la falta de un programa de cambios concretos no implica que el llamamiento pontificio de desoiga. En este sentido, Castelao aprecia que, “al hacer explícita la responsabilidad de todos los creyentes en la pervivencia y transmisión del mensaje de la Iglesia, no solo acierta teológica y esencialmente, sino que lo plantea no como una cuestión estética y táctica, sino que apunta las consecuencias que tiene. Significa que tenemos que buscar espacios de participación y diálogo entre todos y revisar cómo tomamos las decisiones, sin negar los distintos niveles de responsabilidad y dirección en la Iglesia. Poner el énfasis en que lo que nos hace cristianos y miembros de la Iglesia es el bautismo, tiene que tener una traducción. Si los laicos tenemos responsabilidad en la sociedad y en la transmisión del Evangelio, también debe haberla dentro de la Iglesia”.

Izuzquiza señala la paradoja del Papa, que entiende la secularización interna como “volcar las energías en la dinámica interna, la organización e institucionalización, dar demasiada importancia a lo que somos en vez de a la misión que tenemos”. Y explica que, “por definición, la Iglesia es una comunidad que está referida a otro, a Dios, al misterio, y a los otros; por eso es una Iglesia misionera, abierta, dinámica y en conversión. Encerrarse en sí misma es adaptarse a los criterios del mundo. Tal vez estemos haciendo eso por miedo a lo distinto. Pero son movimientos que tienen que ver con el elemento más estructural de la Iglesia institucional, y, a la vez, con lo que ocurre en las parroquias, movimientos y grupos en España”.

Martín Velasco, en cambio, confiesa cierta decepción, ya que “tras referirse a la conversión de las personas, no se ha referido a la ‘reconversión’ de las estructuras de la Iglesia y no se hecho eco de las propuestas que están dirigiendo grupos cada vez más importantes de fieles y presbíteros, entre otros, en Alemania”. Tal vez, esas posibles “lagunas” se justifiquen porque, como dice Belloso, “este Papa, teóricamente de salida, no quiere reformar tanto las estructuras –que las entienden como algo secundario– como el corazón de las personas y de las instituciones, de la que dependen estas”.

“No se puede hablar de cambios
solo pensando en estructuras,
si no son resultado de una vida
profundamente arraigada en Cristo”.
Sebastià Taltavull.

Del mismo parecer es el obispo catalán, para quien “no se puede hablar de cambios solo pensando en estructuras. Serían solo una máscara, algo puramente externo, si no fueran el resultado –como dice Benedicto XVI– de una vida profundamente arraigada en Cristo, siendo instrumentos de la redención, dejándonos impregnar por la Palabra de Dios e introduciendo al mundo en la unión de amor con Dios. También esta época nuestra, un auténtico kairós, puede ser ocasión de purificación y reforma interior, fuente de recuperación de la fuerza vital de la fe cristiana, especialmente en el ámbito social y caritativo. Desde la sencillez del Evangelio, todo cambio es inteligible y necesario”.

Cambio personal

De este modo, el pasaje de Ratzinger en el que se refiere a la anécdota de Teresa de Calcuta, que respondió “usted y yo” a la pregunta de qué sería lo primero que habría que cambiar en la Iglesia, revela todo su sentido. Para Taltavull, “nos sitúa en la corriente de un cambio personal profundo, que puede ser fuente de transformación social. Esta puede ser la cara visible de una Iglesia que sabe que su misión se basa, ante todo, en una experiencia personal. El ‘vosotros sois testigos’ se expresa en relaciones: ‘Haced discípulos a todos los pueblos’. Y transmite un mensaje universal: ‘Proclamad el Evangelio a toda la Creación’.

Sin embargo, los retos lanzados demandan respuestas. Según Lucía Ramón, “para que la Iglesia, que, como dice el Papa en el discurso, somos todos los bautizados, sea una comunidad viva, dinámica y abierta a las necesidades de todos. Y para que sea percibida por nuestros conciudadanos como una comunidad proactiva y propositiva, necesitamos una auténtica conversión no solo individual, sino también comunitaria. Esta conversión, para ser creíble, debe traducirse en cambios reales en las estructuras eclesiásticas que faciliten el diálogo, la participación de todos y todas y una verdadera comunión. Seguimos teniendo una Iglesia muy clericalizada, donde los laicos y, en especial, las mujeres, que somos la mayoría silenciosa, estamos marginadas de los espacios de reflexión, magisterio y toma de decisión. A pesar de nuestro fuerte compromiso con la Iglesia y su obra evangelizadora y social, rara vez se nos consulta y se cuenta con nuestras contribuciones a nivel institucional a la hora de responder a los grandes retos de la Iglesia y de nuestro mundo actual”.

No es extraño que esta teóloga señale que, para ella, “esto constituye uno de los dolorosos escándalos de los que habla el Papa, y que debemos afrontar con valentía y lucidez, como él ha hecho con los abusos sexuales de los clérigos”.

“La reforma tiene que ser, de alguna manera, una radicalización de lo cristiano en su propia esencia. La estructura de la Iglesia en su determinada dimensión histórica, en la cual hay formas de comprender el poder, gestionar la autoridad y tomar la decisiones, que no ha sido igual en toda la historia, tiene que ser confrontada con la esencia del mensaje cristiano y, a su luz, iluminarse para que, efectivamente, se pueda reproducir el ‘no sea así entre vosotros’. Mandar es servir y la mayor responsabilidad en la Iglesia no es no rendir cuentas, sino todo lo contrario. La dimensión interna y personal de la estructura también debe ser atendida por esa exigencia de conversión a la luz del mensaje de Cristo”, explica Pedro Fernández Castelao, quien, por ejemplo, considera que las comunidades parroquiales deberían contar más a la hora de designar al párroco, diseñar el plan pastoral y distribuir las responsabilidades.

No se olvida el Papa en su discurso de indicar las urgencias de nuestro tiempo: “Estar abiertos a las vicisitudes del mundo significa por tanto para la Iglesia desligada del mundo testimoniar, según el Evangelio, con palabras y obras, aquí y ahora, la señoría del amor de Dios”.

Precisamente, en una época de crisis que algunos consideran “sistémica”, y ante tantos damnificados de la economía y de la propia organización social, Izuzquiza señala que, “para que la Iglesia sea lo que es, todo es necesario: catequesis, liturgia, acción caritativa… Pero es indudable que la pregunta es si la presencia más viva y amplia en el compromiso social, cerca de los más pobres y vulnerables, está siendo suficiente, si lo impulsamos, si es prioritario, si podemos avanzar más, si estamos respondiendo a los nuevos retos… La respuesta no nos puede dejar satisfechos y debemos hacer más. Tenemos, como Iglesia, unos retos en los que poner más energías en esta dirección. No es olvidar ni desdeñar lo que ya se hace, pero no nos podemos quedar satisfechos con lo que hay”.

“Los momentos que vivimos no son fáciles. Lo sabemos bien y compartimos el dolor y la decepción por no hallar soluciones”, admite Sebatià Taltavull, quien añade que “es edificante la contundencia con la que el Papa plantea la necesidad de ‘encarnación’ y asumir, como Jesús, todo lo que comporta, como Él, que lo da todo a Dios y a las personas con las que se encuentra, sea cual fuere su situación. Por ello, nos pide que ‘nos abramos una y otra vez a las preocupaciones del mundo para continuar y hacer presente el intercambio sagrado que comenzó con la Encarnación’”.

En el nº 2.774 de Vida Nueva.

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