José Luis Mumbiela: “Stalin fue el gran misionero de Asia Central”

Obispo español en Kazajstán

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | José Luis Mumbiela (1969, Monzón, Huesca) es un ejemplo de que es mejor no hacer planes para la vida. Él se deja llevar, en este caso por una mano invisible, pero de cuyo poder no duda: “Me fío del Espíritu Santo”. Así, pese a que “nunca tuve demasiado espíritu misionero ni jamás estudié Misionología”, arribó en 1998 en Kazajstán. Ordenado sacerdote tres años antes en Lérida, donde se incardinó, no lo dudó cuando le ofrecieron su nuevo destino.

Llegó a la antigua república soviética, vecina de China, Rusia y otros antiguos estados centroasiáticos como ella, “sin apenas conocer nada del país”. Tras ser vicario parroquial en Shymkent, hasta 2006, fue designado vicerrector y después rector del Seminario Mayor Interdiocesano de Karaganda, al norte del país. Hasta que otro soplo del Espíritu volvió a cambiar su vida: en mayo fue consagrado obispo de Santísima Trinidad en Almaty. De pronto, era pastor “de una diócesis con un territorio del tamaño de España, pero con una población de apenas seis millones de personas”.

Su feligresía tampoco es muy abundante: en toda la diócesis solo hay siete parroquias, atendidas por 14 sacerdotes y 20 religiosas. Sumando a todos los que van a misa cada domingo, calcula que son poco más de 500. En este sentido, se dan casos curiosos. Como el de una parroquia que cuenta con un orfanato –en realidad, la parroquia prácticamente es el orfanato– en el que permanecen 100 niños. El triple de las personas que participan de la vida pastoral.

Una situación que le recuerda “a la Iglesia de los Hechos de los Apóstoles”. Y es que los cristianos nunca lo han tenido fácil en Kazajstán: “Tras las matanzas del siglo XIV, el cristianismo desapareció del mapa del país”. Así hasta que otro momento de persecución, en la primera mitad del siglo XX, cambió, paradójicamente, la Historia: “Stalin fue el gran misionero de Asia Central y, concretamente, de Kazajstán. Sus purgas de católicos polacos y alemanes, a los que desplazó en campos y cárceles de nuestro territorio, volvieron a sembrar la semilla de la fe allí donde llevaba siglos desaparecida. Fueron años duros, pero también se vio un gran testimonio martirial, propio de la Iglesia de las catacumbas, que al final acabó dando grandes frutos”.

Una realidad muy compleja

¿Cómo es el Kazajstán en el que este obispo misionero desarrolla su ministerio? Un país muy complejo, en el que se mantiene el mismo Gobierno que puso fin a la época comunista, caído el Muro de Berlín, y que ejerce, desde un fuerte presidencialismo, de garante del equilibrio religioso. Prohibida toda simbología espiritual más allá de los templos, la recién aprobada ley religiosa, de carácter muy restrictivo, trata de vigilar que no surjan fundamentalismos.

Algo que no preocupa excesivamente a Mumbiela: “En nuestro caso prevalecen los acuerdos internacionales con la Santa Sede. En el fondo, se busca que se mantenga el islam moderado que hoy predomina oficialmente, aunque el futuro es incierto… La estabilidad, tras 70 años de guerra, no está aún asentada en el país”. Ante un 60% de musulmanes, un 20% de ortodoxos y una mayoría de protestantes, los católicos pretenden ser “sembradores de paz y unión”.

El crisol del país asiático, que Juan Pablo II visitó hace 10 años, comprende a gentes de hasta 100 nacionalidades de origen. Algo que también se da en la Iglesia, donde, en ocasiones, se aprecian divisiones nacionalistas. Sin embargo, este joven obispo español, desde sus tiempos de sacerdote, supo dar con la clave: “Los fieles están necesitados de pastor. Si ven que los quieres y te haces uno de ellos, con sencillez, te aceptan. Cuando tomé posesión de la diócesis, sentí que ella tomaba posesión de mí”. Semilla de unión en un alambicado laberinto.

EN ESENCIA

Una película: Gladiator.

Un libro: El niño del pijama de rayas.

Una canción: Eres tú.

Un deporte: el fútbol.

Un rincón del mundo: Kazajstán.

Un recuerdo de la infancia: las huchitas del Domund.

Una persona: Juan Pablo II.

La mayor tristeza: todos los momentos tristes tienen un sentido de esperanza en el futuro.

Un sueño: el encuentro de la gente de Kazajstán con la alegría de la fe en Cristo.

Un regalo: la sonrisa.

Un valor: la amistad.

Que me recuerden por… hacer todo lo que pude.

En el nº 2.774 de Vida Nueva.

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