¿Cómo está el diálogo fe-ciencia en España?

A propósito de una nueva antología de textos de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI

JOSÉ MANUEL LOZANO-GOTOR PERONA, doctor en Teología | La inminente aparición en español de una antología de textos de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI sobre el diálogo fe-ciencia (Fe y ciencia: un diálogo necesario, Sal Terrae, 2011) nos brinda una magnífica ocasión para, guiándonos por el pensamiento del Papa, intentar esbozar una visión de conjunto de los textos sobre fe y ciencia disponibles en nuestra lengua, hoy por fortuna ya abundantes.

La publicación de la antología Fe y ciencia: un diálogo necesario (Sal Terrae, 2011), preparada por el italiano U. Casale, profesor de Teología Fundamental en Turín, viene a confirmar el creciente interés que la teología española muestra desde hace años por el diálogo fe-ciencia.

Está, en primer lugar, la existencia de diversos y muy dinámicos grupos de trabajo (la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión de Comillas; el Grupo de Investigación sobre Ciencia, Razón y Fe de Navarra; el Grupo METANEXUS de Granada; etc.). Sería injusto no mencionar aquí las aportaciones pioneras de la Asociación Interdisciplinar José de Acosta.

'Fe y ciencia. Un diálogo necesario', J. Ratzinger-Benedicto XVI (Sal Terrae)

También llama la atención la cada vez más amplia y variada bibliografía sobre el tema. La brecha comenzó a ser abierta en el último cuarto del siglo XX por autores como los ya fallecidos M. Artigas (físico y destacado filósofo de la ciencia; véase, p. ej., Ciencia, razón y fe, Palabra, 1984) y J. L. Ruiz de la Peña (su desenmascaramiento del cientificismo está sintetizado en un magistral puñado de páginas en Crisis y apología de la fe, Sal Terrae, 1995, pp. 115-209) o A. Pérez de Laborda (quien sigue ensayando sin pausa el tránsito de la racionalidad científica a la racionalidad creyente; ya en Ciencia y fe, Marova, 1980).

Y luego ha sido meritoriamente ensanchada, sobre todo, por científicos creyentes. Algunos de ellos jesuitas: M. Carreira, M. Gª Doncel, J. Leach, I. Núñez de Castro, L. Sequeiros y A. Udías. Otros laicos: T. Alfaro Drake, F. J. Ayala, S. Gutiérrez Cabria, J. R. Lacadena, A. Fdez. Rañada, etc.

Pero también por filósofos (J. Arana, J. Monserrat, F. J. Soler Gil, M. Trevijano, etc.) y algún teólogo académico (p. ej., R. Berzosa, Ll. Oviedo y M. R. Viguri). Hay, asimismo, varios monográficos de revistas, capítulos de libros, obras colectivas y tesis doctorales, como
las recientes de R. Amo y E. Marlés.

En algunos de estos autores nos detendremos más adelante. Por ahora baste con subrayar lo que acaba de insinuarse: no son tanto teólogos académicos cuanto científicos creyentes quienes en mayor grado han contribuido al reciente florecimiento en nuestro país del interés por la interacción fe-ciencia.

Es curioso observar que esta misma circunstancia se dio en el mundo anglosajón en la etapa fundacional de los actuales estudio fe-ciencia en las décadas finales del siglo XX: los padres de la nueva disciplina fueron dos físicos –I. G. Barbour y J. Polkinghorne– y un bioquímico, A. Peacocke, todos ellos reconvertidos en teólogos. A estos nombres habría que añadir el de S. L. Jaki, quien se esforzó por presentar el cristianismo como matriz cultural de la ciencia moderna.

De todos estos autores hay publicados títulos en español. Ya en 1972, Sal Terrae tradujo la enciclopédica Problemas de religión y ciencia de Barbour (actualizada en Religión y ciencia, Trotta, 2004; y sintetizada y reelaborada en El encuentro entre ciencia y religión, Sal Terrae, 2004), un auténtico clásico de la disciplina en el que su autor propuso por vez primera la tipología de modelos de relación fe-ciencia hoy generalizada: conflicto, independencia y contacto, aunque Barbour desglosa este último en diálogo e integración.

Benedicto XVI con el científico Stephen Hawking

Fijémonos en las dos versiones del contacto. Mientras que los defensores del diálogo estudian los presupuestos comunes, las cuestiones límite y los paralelismos metodológicos de fe y ciencia, quienes abogan por la integración aspiran a una cierta síntesis de los contenidos de ambas.

“Teología de la naturaleza”

Tal síntesis puede realizarse bajo la guía de la ciencia, la metafísica o la teología; en este último caso, tenemos la llamada “teología de la naturaleza” (que no debe confundirse con la teología natural, en la que el protagonismo corresponde al saber científico).

Los anglicanos Polkinghorne y Peacocke son teólogos de la naturaleza, el primero más o menos fiel a las ideas teológicas tradicionales, el segundo convencido de la necesidad de revisarlas en la línea del naturalismo teísta. Teólogos de la naturaleza son también algunos autores católicos vertidos al español, como el difunto K. Schmitz-Moormann y, de una generación posterior, D. Edwards y J. Haught: todos ellos se esfuerzan, inspirados en parte por Teilhard, en pensar a Dios y pensar la creación en un mundo en evolución. A pesar de que algunas de sus propuestas son muy controvertidas, el luterano W. Pannenberg nos ofrece un ejemplo magno de teología de la naturaleza en el cap. VII de su Teología sistemática II (UPCO, 1996).

De lo que no hay nada reciente traducido es de la abarcadora metafísica que ensaya la teología del proceso. Sería enriquecedor, asimismo, prestar mayor atención a lo que se escribe en Alemania, ya que allí el debate transcurre en una clave algo distinta de la habitual en el ámbito anglosajón. Solo H. Küng (El principio de todas las cosas, Trotta, 2007) y H.-D. Mutschler (autor del capítulo sobre “Fe en la creación y ciencias de la naturaleza”, en M. Kehl, Contempló Dios toda su obra y vio que estaba muy bien, Herder, 2009; el propio Kehl compendia las ideas de Mutschler en La creación, Sal Terrae, 2011, pp. 125-135) flanquean a Pannenberg. Algo análogo podría decirse en relación con el mundo francófono, del que únicamente nos ha llegado una obra del teilhardiano belga É. Boné (¿Es Dios una hipótesis inútil?, Sal Terrae, 2000).

Diálogo necesario y frutífero

Entre los autores españoles mencionados, predomina el modelo del contacto en su versión moderada, la del diálogo. Este se considera necesario y fructífero, a la vez que se insiste en que toda conversación presupone la existencia de interlocutores autónomos y con identidad propia: fe y ciencia son dos visiones del mundo complementarias que se iluminan mutuamente.

Esta clara apuesta por el “diálogo desde la independencia” puede deberse al doble trasfondo científico y teológico de muchos de estos autores, pero también es consecuencia de un cuidado posicionamiento epistemológico. Y en este terreno están en general cercanos a las reflexiones de J. Ratzinger-Benedicto XVI que van a ser publicadas estos próximos días.

Pliego íntegro, en el nº 2.774 de Vida Nueva.

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