Encuentros de Asís: el empeño por la paz

Se cumplen 25 años de la histórica jornada interreligiosa ideada por Juan Pablo II

ANTONIO PELAYO. ROMA | En 1986 se celebró el primer Encuentro de Asís, que reunió a líderes religiosos de todo el mundo. Juan Pablo II tuvo que hacer frente a críticas y asegurar que lo que se buscaba era ofrecer un espacio para que las religiones se juntaran para orar por la paz. Al cumplirse 25 años, y ante la Jornada del 27 de octubre, que preside Benedicto XVI, recordamos estas citas históricas. [Siga aquí si no es suscriptor]

Habían pasado unos minutos de las seis de la tarde del sábado 25 de enero de 1986, cuando en la Basílica de San Pablo Extramuros, donde clausuraba la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, Juan Pablo II, dirigiendo su mirada a lo alto, dijo: “En esta solemne ocasión, deseo anunciar que estoy llevando a cabo oportunas consultas no solo con varias Iglesias y confesiones cristianas, sino también con otras religiones del mundo para promover con ellas un especial encuentro de oración por la paz en la ciudad de Asís, lugar que la seráfica figura de san Francisco ha transformado en un centro de fraternidad universal”.

Los cardenales y los representantes de las Iglesias cristianas presentes se cruzaron miradas de sorpresa. Solo tres –el secretario de Estado, Agostino Casaroli; Johannes Willebrands, presidente del entonces Secretariado para la Unión de los Cristianos; y Roger Etchegaray, presidente de la Pontificia Comisión Justicia y Paz– habían sido puestos al corriente por el Papa de una iniciativa con la que Karol Wojtyla quería significar la aportación de las religiones al Año Mundial de la Paz proclamado por la ONU.

Primero e histórico Encuentro de Asís, en 1986

Al día siguiente, todos los medios de comunicación del mundo se hacían eco del sorprendente anuncio, y los comentarios fueron, en su gran mayoría, positivos. Por su parte, a Roma comenzaron a llegar respuestas afirmativas a la invitación papal, de manera que el Papa pudo anunciar, el 6 de abril, que el Encuentro tendría lugar el 27 de octubre (lunes fue el día de la semana escogido porque no podía ser ni viernes, ni sábado, ni domingo, por su significado para musulmanes, judíos y cristianos).

“La paz –dijo el Papa al anunciarlo– es un bien tan fundamental y al mismo tiempo tan insidiado que suscita en las personas conscientes una trepidación constante y a veces hasta un sentimiento de impotencia, ya que parece un horizonte humanamente inalcanzable. Pero el creyente sabe que, en este desafío, puede contar con la ayuda que viene de lo Alto”.

Aunque la idea del Papa no fue discutida en público por ningún eclesiástico católico de cierto rango, no faltaban en ambientes curiales voces que criticaban una “iniciativa equívoca” y la acusaban de favorecer el sincretismo religioso. Por no hablar de algunos círculos de la extrema derecha –los hijos de monseñor Lefebvre en primera fila–, que veían en esa reunión la “perversidad” del Vaticano II.

Es una contra-verdad histórica sumar a esos disidentes al cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de Doctrina de la Fe. No hay un solo texto suyo que pueda aducirse para justificar esa sospecha. Lo que sí hizo el purpurado –como era su deber– fue insistir en que se delimitara bien el diseño de la Jornada, para que no se prestase a interpretarla como una “ONU de las religiones” y eliminar “no solo el sincretismo, sino cualquier apariencia de sincretismo”.

“No hay que esperar una oración común,
no es posible.
Pero estaremos juntos
en el mismo lugar para rezar”,
explicó el cardenal Etchegaray.

Fruto de estas aportaciones, nació la fórmula que satisfizo a todos: “No rezar juntos, sino estar juntos para rezar”. Así lo explicó en rueda de prensa el 27 de junio el cardenal Etchegaray: “No hay que esperar una oración común, no es posible. Pero estaremos juntos en el mismo lugar para rezar. Hay que respetar la plegaria de cada uno, permitir a todos expresarse en la plenitud de su fe, de sus creencias”.

A finales del verano, ya se tenía la lista de las más importantes personalidades religiosas del mundoque habían confirmado su presencia en Asís: el Primado de la Iglesia Anglicana, Robert Runcie; el Dalai Lama; el Metropolita de Kiev, Filarete; el secretario del Consejo Ecuménico de las Iglesias, Emilio Castro; el Gran Rabino de Roma, Elio Toaff; el Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel; Madre Teresa de Calcuta; el príncipe Abdulghassam Amini y el jeque Mohammad Nasi Al-Aboudi de Arabia Saudí, con varios muftíes de Marruecos, Pakistán y Kenia; el budista Nikkyo Niwano, fundador de la Conferencia Mundial de las Religiones por la Paz; la vicepresidenta de la Federación Luterana Mundial, Susanna Telewowa; el vicesecretario de la ONU, Eric Suy; y un sinfín de representantes de los patriarcados ortodoxos del mundo, de las antiguas Iglesias orientales, del hinduismo, del sintoísmo, de las religiones tradicionales de África y de los Estados Unidos.

Un momento de la oración coral en la plaza de San Francisco, en 1986

La jerarquía católica estaba formada por una quincena de cardenales y arzobispos en representación de las conferencias episcopales continentales.  Entre los invitados personales del Papa, el cardenal Franz König, gran impulsor del diálogo interreligioso.

Tregua universal

El 4 de octubre, durante su visita a Francia, Juan Pablo II lanzó desde Lyon un llamamiento para que el 27 de octubre se observase una “tregua universal”, es decir, que ese día, las partes interesadas en alguno de los muchos conflictos que se desarrollaban en el planeta respetasen una tregua de al menos 24 horas.

Al mismo tiempo, les incitaba a “iniciar o proseguir una reflexión sobre los motivos que les llevan a buscar por la fuerza, con sus consecuencias de miserias humanas, lo que podrían obtener a través de negociaciones sinceras y el recurso a otros medios ofrecidos por el derecho”.

Desmintiendo el escepticismo con el que en algunos ambientes se acogió la invitación papal, la práctica totalidad de los movimientos guerrilleros de América Latina y África dieron su adhesión, lo mismo que el Frente Polisario, el presidente Sadam Hussein, Yaser Arafat, los jemeres rojos camboyanos, las milicias cristianas libanesas o el IRA irlandés, no así ETA.

La Jornada se programó con tres momentos cumbre: el Papa acogía en la Basílica de Santa María de los Ángeles a los líderes religiosos llegados a Asís; cada religión se retiraba después a las sedes asignadas para rezar por la paz; por la tarde, todos se encontrarían en la plaza adyacente a la Basílica para unirse en una oración coral por la paz.

Juan Pablo II llegó a las nueve de la mañana y fue recibido en nombre del Gobierno italiano por Giulio Andreotti, ministro de Exteriores. En el atrio de la Basílica fue saludando uno por uno a sus invitados.

“Veo el encuentro de hoy
como un signo muy elocuente
del compromiso de todos vosotros
con la causa de la paz”.
Juan Pablo II en 1986.

Una vez dentro del templo, y ante la iglesita de la Porciúncula, tan ligada al santo franciscano, los representantes de las 63 religiones escucharon el canto del salmo 148 y el saludo pontificio: “El hecho de que nos encontremos aquí no implica ninguna intención de buscar un consenso religioso entre nosotros o de negociar nuestras convicciones de fe (…). Veo el encuentro de hoy como un signo muy elocuente del compromiso de todos vosotros con la causa de la paz (…). La paz, donde existe, es muy frágil. Está amenazada de tantas formas y con tales imprevisibles consecuencias que nos obliga a darle unas bases sólidas”.

Siguió una pausa de silencio y, con las notas de un canto litúrgico japonés, las delegaciones abandonaron la reunión para dirigirse a los sitios donde iban a celebrar sus propias ceremonias.

Pasadas las dos de la tarde, en sendas procesiones, todos confluyeron en la plaza para unirse en la plegaria común por la paz. El recinto estaba abarrotado y era muy visible una pancarta con la palabra “Paz” escrita por los jóvenes de Umbría en nueve lenguas diferentes. El cardenal Etchegaray abrió la ceremonia: “Cada una de las religiones que profesamos tiene como fin esencial la paz interior y la paz entre los individuos y las naciones”.

Asentían todos los dirigentes sentados en idénticas sillas en una peana cuadrangular frente a la cual había un ambón, desde el cual fueron pronunciando sus respectivas oraciones los sintoístas, los hinduistas, los musulmanes, las religiones tradicionales africanas, los shik, los jainitas, los zoroastrianos, los judíos, los budistas, los cristianos.

Después del de 1992, el tercer Encuentro tuvo lugar en 2002

Especialmente expresiva fue la oración de John Pretty, jefe de la nación Crow en Montana (Estados Unidos), con su penacho de plumas y su pipa de la paz: “¡Oh Gran Espíritu!, símbolo de paz, concordia y fraternidad, te pedimos que estés entre nosotros y que nos bendigas hoy”.

Al final, Juan Pablo II pronunció un extenso discurso en el que, entre otras muchas cosas, dijo: “Repito humildemente mi convicción: la paz lleva el nombre de Jesucristo. Pero, al mismo tiempo y con el mismo espíritu, reconozco que los católicos no siempre hemos sido fieles a esta afirmación de fe. No hemos sido siempre constructores de paz. Para nosotros mismos, y quizás también en un cierto sentido para todos, este encuentro de Asís es un acto de Penitencia”.

Escuchar las conciencias

“No hay paz –añadió– sin un amor apasionado por la paz. No hay paz sin una voluntad indómita para alcanzar la paz. La paz espera sus profetas (…), la paz espera sus artífices (…), la paz está no solo en las manos de los individuos, sino también de las naciones. A las naciones les toca el honor de basar su autoridad a favor de la paz sobre la convicción de la sacralidad de la vida humana y sobre el reconocimiento de la indeleble igualdad de todos los pueblos entre sí (…). Movidos por el ejemplo de san Francisco y santa Clara, nos comprometemos a examinar nuestras conciencias, a escuchar más fielmente su voz y a purificar nuestros espíritus de los prejuicios, del odio, de la enemistad, de los celos, de la envidia. Intentaremos ser operadores de paz en el pensamiento y en la acción, con el corazón y la mente orientados a la unidad de la familia humana”.

“Nos comprometemos a purificar nuestros espíritus
de los prejuicios, del odio, de la enemistad,
de los celos, de la envidia”.
Juan Pablo II en 1986.

El discurso concluyó con la conocida oración de san Francisco: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz”. Entre tanto, un grupo de jóvenes repartía ramos de olivo. Luego, todos los huéspedes del Papa acudieron a una frugal cena en el Sacro Convento y, antes de regresar al Vaticano en helicóptero, el Papa se arrodilló ante la tumba del Poverello, encomendándole los frutos de una Jornada que había abierto a la humanidad luminosos horizontes de paz.

Nuevos conflictos

Por desgracia, aparecieron pronto densos nubarrones de nuevos conflictos y guerras abiertas. Esto sucedía después de que el mundo hubiese asistido atónito a la caída, en noviembre de 1989, del Muro de Berlín y al subsiguiente desmoronamiento del imperio soviético.

Quizás este fenómeno, unido a ancestrales causas étnicas y de otra naturaleza, provocaron en los Balcanes escenarios de una violencia exasperada, ante los que la comunidad internacional parecía incapaz de reaccionar. La antigua Yugoslavia saltó hecha pedazos y, en Bosnia-Herzegovina, los enfrentamientos adquirieron una crueldad inaudita, provocando la muerte de miles de víctimas inocentes, mientras se incendiaban y saqueaban iglesias cristianas y mezquitas. En el Cáucaso, el escenario era parecido.

Juan Pablo II con Bartolomé I, en Asís en 2002

El 1 de diciembre de 1992, Juan Pablo II anunció que se celebraría en Asís, “bajo la protección de san Francisco, un encuentro especial presidido por el Papa, en el que participarán representantes de todos los episcopados de Europa. Consistirá en una vigilia de oración el 9 y en una celebración eucarística la mañana del 10”.

En su alocución, dirigía “una cordial y calurosa invitación a las otras Iglesias y comunidades cristianas de Europa para que se hagan representar. Esta invitación la extenderemos con alegría también a los judíos y a los musulmanes, con la esperanza de que también ellos estén presentes en dicha circunstancia, renovando de alguna manera el memorable encuentro del 27 de octubre de 1986”.

Tal vez por la premura de los plazos, pero sobre todo por el enquistamiento de las posiciones, el llamamiento tuvo esta vez un eco mucho más mitigado que seis años antes. En síntesis, podríamos afirmar que las Iglesias ortodoxas boicotearon el encuentro de Asís, mientras que las comunidades islámicas lo acogieron calurosamente.

Por parte de los primeros, solo asistió un obispo ortodoxo de Macedonia; el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, envió al Papa un mensaje de solidaridad pero ni un solo representante. El patriarca Pavle de Serbia –al que el Pontífice había invitado con una carta personal– respondió que “las circunstancias, en estos momentos y en este contexto, no me permiten participar directamente en la Jornada de oración por la paz”.

Los musulmanes, por contra, mandaron a treinta personalidades, algunas muy significativas, como el Muftí de Herzegovina, Seid Smajkic; el Imán de Mostar, Sefko Tinjak; el Gran Muftí de Albania, Hafiz Sabri Koci; varios ulemas y consejeros de la Asamblea Islámica de Croacia; el rector de la Gran Mezquita de París, Dalil Boubakeur; el miembro del Consejo turco para Asuntos Religiosos, Esat Kelecer; y el Rais Ul-Ulema de Sarajevo, Jacub Selimoski. Las Iglesias cristianas mandaron delegados de segundo orden, y el rabino David Rosen corrió él solo con la representación del mundo judío.

“Hasta que los creyentes no estén unidos
en el rechazo de las políticas de odio y discriminación,
no podrá existir una paz auténtica”.
Juan Pablo II en 1992.

Al recibir a la delegación musulmana, el Papa les dijo: “La fe religiosa es una fuente de comprensión recíproca y de armonía, y solo la distorsión del sentimiento religioso conduce a la discriminación y al conflicto. Usar la religión como pretexto para la injusticia y la violencia es un abuso terrible que debe ser condenado por todos aquellos que creen verdaderamente en Dios”. Luego añadió: “Hasta que los creyentes no estén unidos en el rechazo de las políticas de odio y discriminación y en la afirmación del derecho a la libertad religiosa y cultural de todas las sociedades humanas, no podrá existir una paz auténtica”.

El acto central fue la misa del domingo 10 de enero (en la que estaba presente el arzobispo Elías Yanes en representación del Episcopado español). En su homilía, Wojtyla comparó la violencia en los Balcanes con la que había sacudido Europa en los tiempos ciegos del nazismo y del comunismo.

“La guerra actual –subrayó– constituye una particular acumulación de pecados. Seres humanos usan instrumentos de destrucción para matar y exterminar a sus semejantes. ¡Qué terribles experiencias de guerra, especialmente en Europa, ha conocido el siglo XX! Ha sido un siglo marcado por el odio y el profundo desprecio por la humanidad; odio y desprecio que no renunciaban a ningún medio o método para anular y exterminar al otro (…). Una experiencia tan trágica, sin embargo, parece haber renacido de alguna manera en estos últimos años; continúa hoy inundando la península balcánica”.

El 2002, el Papa llegó a Asís en tren

Aludiendo a las conversaciones de paz que se estaban desarrollando en ese momento en Ginebra, el Santo Padre invitó a los negociadores a la “valentía”. También recordó la tradicional doctrina católica.

“Cada nación –insistió– tiene derecho a la autodeterminación como comunidad. Se trata de un derecho que puede realizarse mediante la propia soberanía política o mediante una federación o confederación con otras naciones. ¿Podía haberse salvado una u otra modalidad entre las naciones de la ex-Yugoslavia? Es difícil excluirlo. Sin embargo, la guerra que se ha desencadenado parece haber alejado tal posibilidad. La guerra sigue su curso. Humanamente hablando, parece difícil ver su fin”.

La sombra del 11-S

En efecto, tuvieron que pasar algunos años para que las armas callasen en los Balcanes, pero el panorama internacional se entenebreció extraordinariamente el 11 de septiembre de 2001, con los atentados en los Estados Unidos, desencadenando en todo el planeta una oleada de miedos, violencias, discriminaciones, represalias más o menos encubiertas, mutuas desconfianzas entre las diversas religiones. En fin, todo lo contrario a lo que se conocía ya como el “espíritu de Asís”.

Pero Juan Pablo II no estaba dispuesto a bajar sus brazos, y el domingo 18 de noviembre de 2001, tras reconocer las “preocupantes tensiones” en la escena internacional, anunció que invitaba “a los representantes de las religiones del mundo a venir a Asís el 24 de enero de 2002 a rezar para que se superen las contraposiciones y para promocionar la verdadera paz. Debemos encontrarnos juntos cristianos y musulmanes para proclamar ante el mundo que la religión no debe convertirse en motivo de conflicto, de odio y de violencia”.

Esta vez ya no hubo que insistir tanto en que no se trataba de ceder al “sincretismo religioso” y, por el contrario, era urgente destacar que “las religiones son un factor de solidaridad, condenando y aislando a los que instrumentalizan el nombre de Dios con fines y métodos que en realidad lo ofenden” (Angelus del 20 de enero de 2002).

“No hay finalidad religiosa
que pueda justificar
la práctica de la violencia
del hombre sobre el hombre”.
Juan Pablo II en 2002.

La respuesta fue esta vez de alto nivel: el patriarca ecuménico Bartolomé I, el metropolita Pitirim en nombre del Patriarcado de Moscú y Su Beatitud Ignace IV Hazim, patriarca greco-ortodoxo de Antioquía, entre otros altos exponentes de las Iglesias ortodoxas y orientales. El secretario general del Consejo Ecuménico de las Iglesias, Konrad Kaiser; el presidente del Consejo Metodista Mundial Sunday Mbang; el secretario general de la Alianza Bautista Mundial, Denton Lotz; un grupo de rabinos bajo la presidencia de Israel Singer, presidente del Congreso Judío Mundial; el príncipe El Hassan bin Talal de Jordania junto a exponentes musulmanes de Arabia Saudí, Filipinas, Egipto, Irán, Bosnia, Jerusalén, Libia, etc. Todas las familias del budismo japonés, del sintoísmo y del confucianismo, del sijismo, del hinduismo, del zoroastrismo con representantes de las religiones tradicionales africanas.

La Jornada de 2002 fue un éxito, tras el poco eco de la de 1992

El Papa llegó a Asís esta vez en tren desde el Vaticano, emulando el ejemplo de Juan XXIII en 1962 antes de la apertura del Vaticano II. Tras ser acogido por las autoridades italianas, se dirigió a la Plaza de San Francisco, donde saludó a las delegaciones presentes. “En los momentos de mayor aprensión por el futuro del mundo –aseguró–, se siente más vivamente el deber de comprometerse personalmente en la defensa y en la promoción de ese bien fundamental que es la paz”.

Siempre en el mismo escenario, se oyeron los testimonios a favor de la paz de los portavoces de las doce grandes religiones del planeta, a los que respondió Juan Pablo II, que, a pesar de sus achaques, hizo acopio de energías para esta transcendental Jornada. “Es un deber –enfatizó– que las personas y las comunidades religiosas manifiesten el más neto y radical rechazo de la violencia, de toda violencia, a partir de la que pretende alimentarse de la religiosidad, invocando incluso el nombre sacrosanto de Dios para ofender al hombre. La ofensa al hombre es, en definitiva, ofensa a Dios. No hay finalidad religiosa que pueda justificar la práctica de la violencia del hombre sobre el hombre”.

Respecto al primer Encuentro de Asís, hay que registrar una novedad: la aceptación de los presentes de un compromiso por la paz formulado en diez mandamientos, donde se reafirma que “la violencia y el terrorismo contrastan con el auténtico espíritu religioso”. Al final de su lectura, realizada por las más relevantes personalidades presentes, Karol Wojtyla sintetizó la idea motriz con un vibrante llamamiento: “¡Nunca más la violencia, nunca más la guerra, nunca más el terrorismo! En nombre de Dios, todas las religiones traigan sobre la tierra justicia y paz, perdón y vida”.

Un mes después, el 24 de febrero, el Papa dirigió una carta a los jefes de Estado y de Gobierno del mundo en la que les presentaba el “Decálogo de Asís” y les manifestaba su convencimiento íntimo de que “ la humanidad tiene que escoger entre el amor y el odio”.

En el nº 2.773 de Vida Nueva.

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