La vida interior

PABLO d’ORS | Sacerdote y escritor

“De haber tenido un hijo, mi máxima preocupación habría sido cómo educarle en la vida interior. Cuando veo a mis contemporáneos, compruebo que de lo que más adolecen es de capacidad de silencio y gusto por la soledad. Sin eso no hay interioridad”.

De haber tenido un hijo, mi máxima preocupación habría sido cómo educarle en la vida interior. Cuando veo a mis contemporáneos, compruebo que de lo que más adolecen es de capacidad de silencio y gusto por la soledad. Sin eso no hay interioridad, de donde deduzco que mis contemporáneos –lo sepan o no– están privados de vida interior. Sin esta, no hay vida espiritual; y sin vida espiritual, no puede haber nada parecido a la religión. Así pues, estaría muy preocupado por cómo educar a un hijo en una sociedad como la actual.

Nunca he conocido a un hombre de Dios que no sea un solitario. Y no es para sorprenderse, pues el amor requiere de la intimidad con el Amado. Para alcanzar esa intimidad no hay que buscar, sino solo abrir los ojos.

Desde que supe que en la vida no se trataba de buscar, las vicisitudes de la existencia han dejado de inquietarme en buena medida: me importa menos estar triste o alegre; sucumbir o triunfar. Y sonrío más como respuesta a las cosas mismas, puesto que son ellas las que me sonríen.

¿Habéis visto alguna vez la sonrisa de un árbol, de una taza humeante de café? ¿Habéis visto sonreír a una estrella, a una lagartija? He tenido que matar todo lo que pensaba y creía para llegar a una sonrisa así. He tenido que abandonar mi idea de Dios para que apareciera radiante en las cosas.

Cuando me libré de mi preocupación por sentir a Dios empecé a sentirlo más
. Para sentirlo no hay nada peor que quererlo sentir. Dios es la menor preocupación de mi vida espiritual.

En el nº 2.772 de Vida Nueva.

Compartir