¿Qué universidad necesita la Nueva Evangelización?

Análisis y propuestas pastorales

Dr. FRANCISCO BUENO PIMENTA, capellán de la ETS Ingenieros Agrónomos, Universidad Politécnica de Madrid | Obligación irrenunciable de todo bautizado es evangelizar, dar testimonio de Cristo en su ambiente concreto. El contexto actual, sin embargo, exige que se lleve a cabo con renovado impulso “en su ardor, en sus métodos y en su expresión”, como ya exhortara Juan Pablo II. Se trata de la Nueva Evangelización, un desafío al que también está llamado el mundo de la cultura y uno de sus pilares fundamentales: la Universidad.

Coincidiendo con el inicio de curso, estas páginas nos invitan a reflexionar en clave pastoral sobre la necesaria colaboración de dos instituciones –Iglesia y Universidad– comprometidas con la causa humana.

La relación entre la Universidad y la Iglesia es tan antigua como el origen de dicha institución académica. No es necesario hacer grandes esfuerzos argumentativos, en el contexto de la historia occidental, para demostrar que la génesis de la misma se halla, precisamente, en las escuelas monásticas, episcopales y cardenalicias que poblaron el extenso suelo europeo1. Ni Grecia ni Roma conocieron nada similar. Dichas escuelas fueron el auténtico germen de la fundación de las primeras universidades en el siglo XI, y de su definitiva constitución en el siglo XII. Baste recordar, dentro del ámbito hispano, la palentina, la salmantina o la alcalaína Complutense, regida por las famosas Constituciones del cardenal Cisneros.

La vinculación con los orígenes

De la lectura detallada de las reglamentaciones y pragmáticas universitarias más antiguas que conservamos, podemos destacar la convivencia intelectual que entre profesores y alumnos acontecía cotidianamente en aquellos establecimientos del saber. Ella propiciaba una auténtica comunicación de ideas, en el marco de fértiles debates interdisciplinares, que confluían, en último término, en el común esfuerzo por la búsqueda de la verdad.

La Universidad que hoy conocemos procede del esfuerzo eclesial
por la sistematización de un riguroso proyecto intelectual
orientado a la conservación, cultivo, desarrollo y extensión
del conocimiento universal.

Aún más, la Universidad que hoy conocemos, con su gobierno general, facultades, cuerpo jerarquizado de profesores, grados docentes, títulos, programas de estudios y exámenes procede –como ha demostrado el historiador Lowrie Daly– del esfuerzo eclesial por la sistematización de un riguroso proyecto intelectual orientado a la conservación, cultivo, desarrollo y extensión del conocimiento universal. Un trabajo que en todo momento se vio alentado y sostenido por el constante apoyo de la Santa Sede, mediante la concesión de cédulas pontificas, destinadas a erigir y privilegiar los centros de estudios superiores que se fueron implantando por todas las partes del viejo y nuevo mundo.

De igual modo, la investidura de doctores en la fiesta de Santo Tomas de Aquino, la celebración de los santos patrones de la facultades y escuelas o aspectos estéticos tales como la vestimenta académica o el canto del Veni Creator (que en nuestros días siguen formando parte esencial del ceremonial y protocolo universitario) ponen de manifiesto la estrecha vinculación con los orígenes. Todo ello, pese a los esfuerzos de algunos por querer hacerlos desaparecer de la memoria colectiva o, sencillamente, intentar negarlos.

Ahora bien, la vinculación entre Universidad e Iglesia no se puede reducir solo a los aspectos históricos, organizativos o estéticos señalados. Mantienen una relación mucho más profunda y dinámica. No exenta de tensiones, las cuales suelen resolverse cuando la razón, el bien y el sentido común hacen su aparición tras el conflicto.

Verdadero pluralismo

En la actualidad, la acción pastoral de la Iglesia se presenta ante la comunidad universitaria –profesores, PAS (personal de administración/servicios) y alumnos– como un servicio. Este quiere contribuir a las exigencias de todo verdadero pluralismo. No se puede ignorar que son muchas las personas de esta comunidad que reclaman que se les faciliten las legítimas ayudas para atender a sus necesidades religiosas (sacramentales, de formación teológica, etc.) en el lugar mismo donde desarrollan gran parte o toda su vida profesional.

Así, la Universidad que oferta este servicio no solo expresa su capacidad de responder a las legítimas necesidades de sus miembros, sino que posibilita el libre ejercicio de derechos constitucionales (art. 16 de la Constitución Española & 1), de lo establecido en acuerdos internacionales (art. V del Concordato entre el Estado Español y la Santa Sede), del cumplimiento de leyes orgánicas del Estado (art. 2 de la Ley orgánica de libertad religiosa 1980) y de los estatutos o convenios que existen o pudieran establecerse.

Dentro del organigrama de la Universidad,
el servicio religioso ha de situarse junto al resto de servicios
que, con toda normalidad,
se ofrecen a los integrantes de la institución.

Por otra parte, este servicio religioso, dentro del organigrama de la Universidad, ha de situarse junto al resto de servicios que, con toda normalidad, se ofrecen a los integrantes de la institución, tales como actividades culturales, deportivas, lúdicas, tecnológicas, asesoramientos laborales, cursos de formación, comedores, transportes y todas las que están orientadas hacia el buen funcionamiento de la misma.

Finalmente, la experiencia demuestra que la leal colaboración entre la Iglesia y la Universidad refuerza y cohesiona al conjunto de la sociedad. Ambas trabajan a favor de la causa del hombre. Por eso, la promoción de un sistema de valores que complete las carencias de un excesivo reduccionismo intelectual, el fomento de la solidaridad, del voluntariado y del trabajo por la justicia son tareas esenciales en las que solo un esfuerzo en común puede conseguir hacerlas llegar a su deseada realización.

Docencia e investigación

Benedicto XVI, en el texto del discurso a la Universidad romana de la Sapienza –que, como es sabido por los medios de comunicación, no pudo ser pronunciado en 2008 debido a la oposición de un pequeño grupo de estudiantes y profesores laicistas radicales–, sitúa el sentido de esta institución en el afán de conocimiento propio del hombre. Es decir, en ese querer saber qué es todo aquello que le rodea, y querer saberlo con verdad. Ya san Agustín enseñó que “aprendemos muchas cosas… consultando a la verdad de dentro que preside nuestra mente”.

En efecto, la tarea fundamental de la Universidad, su vocación específica, es la de trabajar en orden al desarrollo del conocimiento. Ahora bien, la complejidad y vastedad del saber que nuestro mundo globalizado tiene a su disposición, exige necesariamente del cultivo de cualidades morales y espirituales cada vez más elevadas.

Por eso, la nueva síntesis cultural que está emergiendo en la actualidad ha de contar con la aportación de intelectuales capaces de proponer y de hacer renacer en el ámbito académico el eterno deseo del hombre por la búsqueda de Dios.

Diálogo fe-razón

De igual modo, uno de los elementos vertebradores e irrenunciables de la Universidad tiene que ser el del establecimiento de un permanente foro de diálogo entre las distintas disciplinas científicas. Ejercicio que, por otra parte, siempre ha caracterizado el trabajo intelectual. Así lo rememoraba el Santo Padre en la sede de Ratisbona: “Una vez al semestre había un día academicus, en el que los profesores de todas las facultades se presentaban antes los estudiantes de la universidad haciendo posible así una experiencia de universitas; es decir, la experiencia de que, pese a todas las especializaciones que a veces nos impiden comunicarnos entre nosotros, formamos un todo y trabajamos en el todo de la única razón con sus diferentes dimensiones, colaborando así también en la común responsabilidad respecto al recto uso de la razón”.

El diálogo entre la fe y la razón (uno de los aspectos más destacados del magisterio pontificio de Benedicto XVI) halla, así, su enclave en el corazón mismo de la acción evangelizadora de los cristianos en la universidad del siglo XXI.

Cuestiones prácticas

La experiencia trasmitida por aquellos que llevan muchos años de su vida dedicados a la evangelización en la Universidad nos demuestra el valor universal y la importancia pastoral de determinadas acciones y gestos. Proponemos los siguientes:

  • La organización por áreas de trabajo: celebraciones litúrgicas, encuentros y peregrinaciones, voluntariado y solidaridad, actos culturales, comunicación e información.
  • La celebración estable, cuidada y digna de la sagrada liturgia. Especial atención se ha de procurar en las eucaristías de inicio y clausura del curso, funerales, fiesta de los patronos, tiempos fuertes (Adviento, Cuaresma y Pascua), convocatoria anual del sacramento de la Confirmación. Fomento de la adoración/oración ante el Sacramentado y de la celebración de alguna de las partes de la Liturgia de las Horas.
  • Atención pastoral personalizada (sacramento de la Reconciliación, acompañamiento espiritual, discernimiento vocacional, ayudas sociales inmediatas…).
  • Fomentar, a lo largo del curso académico, diversos encuentros de la comunidad  universitaria con el pastor de la diócesis.

Pliego íntegro, en el nº 2.771 de Vida Nueva.

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