Editorial

El Pacto Educativo no puede esperar más

Compartir

EDITORIAL VIDA NUEVA | Tal y como está la situación económica, la educación debe ser una prioridad, un factor de desarrollo con el que cambiar definitivamente nuestro modelo productivo y no un motivo de continua disputa política. Por ello, aunque viene siendo tónica habitual en la democracia, es necesario continuar denunciando la incapacidad de nuestros representantes para alcanzar acuerdos de futuro, problema al que se une el descontento de parte del profesorado o de algunos sindicatos, en pie de guerra en las últimas semanas en varias comunidades autónomas debido al aumento de horas lectivas –que no de trabajo– y el recorte de plazas que venían ocupando profesores en situación de interinidad.

Al margen de la cuestión laboral de los docentes, discutible en todo caso, es necesario poner de manifiesto el olvido en todas estas disputas de quien es el sujeto principal en la educación: el alumno. Ellos son los más perjudicados en polémicas que suenan a batalla electoral. Son ellos los  que sufren las huelgas de los docentes, y también su descontento; los que padecen los continuos cambios en la legislación; los perjudicados porque la exigencia y el esfuerzo requerido para superar etapas es cada vez más flojo.

Y, entre tanto, la Escuela Católica sigue dando ejemplo de buen hacer, lo que es corroborado cada año, y de manera creciente, con la confianza que los padres le otorgan para que sea ella la que forme a sus hijos. Calidad, valores, futuro y austeridad… Son las propuestas de siempre de una educación que pone en primer lugar al niño o al joven, según el caso; todo ello, si nos centramos en la escuela concertada, con muchos menos recursos que la escuela pública.

El objetivo de la educación
no son las estadísticas:
son las personas;
no son las elecciones,
sino el progreso de una sociedad.

Por tanto, sería una magnífica noticia (y ya vamos necesitando alguna buena) que, tras las elecciones del próximo 20 de noviembre, se abordara de nuevo la posibilidad de alcanzar un Pacto por la Educación, fracasado durante estos últimos años por falta de auténtica voluntad política. Un pacto que mejore la calidad, tanto de los alumnos como de los docentes; que fomente el esfuerzo, la educación en valores, que no deje a nadie en la cuneta por falta de recursos y en el que se optimice la concesión de becas; que mejore la situación de los conciertos…; y cuyo objetivo último sea formar, y no adoctrinar, a los ciudadanos del futuro.

El objetivo de la educación no son las estadísticas: son las personas; no son las elecciones, sino el progreso de una sociedad. Las elecciones se ganan para servir, no para mandar, algo que nuestros políticos no acaban de entender, pues siguen lanzándose dardos envenenados con cualquier excusa, en este caso, la educación. Esto debe cambiar.

También está dando que hablar el fallo del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña sobre el modelo de inmersión lingüística en catalán, otra polémica cuyo mayor perjudicado es el alumno. El idioma debería ser factor de integración y no de división, porque tanto el catalán como el castellano son lenguas de todos y no deberíamos permitir que se conviertan en factores ideologizantes. Está bien la escuela en catalán, y la escuela en castellano. Las soluciones técnicas deben ofrecerse lo antes posible para dejar de condicionar a nuestros hijos.

En el nº 2.768 de Vida Nueva.

INFORMACIÓN RELACIONADA