Editorial

A los diez años del 11 de septiembre

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Con ocasión del décimo aniversario de los atentados terroristas que sufrieron los Estados Unidos, ocurridos el 11 de septiembre de 2001, la Iglesia recuerda este acontecimiento con una serie de reflexiones, mensajes de sacerdotes que sirvieron a las familias de las víctimas en el contexto de los fatídicos hechos, recursos litúrgicos para las parroquias, declaraciones de los obispos y celebraciones diocesanas, entre otros. Aún permanece vigente el mensaje pastoral Viviendo con fe y esperanza después del 11 de septiembre, que los obispos dirigieron a los fieles del país días después de los atentados.

Han pasado diez años y las imágenes siguen produciendo los mismos escalofríos. Diez años y sigue en la retina la narración en directo del mayor atentado en la historia de los Estados Unidos. Diez años ya en los que otras ciudades, como Madrid o Londres, también fueron golpeadas por la sinrazón terrorista. Diez años de recuerdo a los fallecidos y de horribles secuelas para muchas otras víctimas también inocentes. No es fácil pararse y mirar hacia atrás. No lo es, aunque los medios de comunicación llenen sus espacios de reportajes, películas, documentales, vídeos inéditos… Y una vez más, ante el dolor humano, se busca una mirada a Dios.

Pero el responsable ha sido el hombre. Y como nada humano es ajeno a la Iglesia ni al creyente, ella también recordará y rezará en este trágico cumpleaños. Con algunas heridas cerradas, no todas, la Iglesia debe ser actor fundamental en la promoción del diálogo, la paz, el desarrollo, para que nadie vuelva a ser engañado por el terror y para dejar bien claro que religión y violencia son términos antagónicos, aunque algunos quieran relacionarlos.

Reflexionaba el Episcopado estadounidense sobre el atentado en la carta que publicó dos meses después del suceso, y en la que ofrecía un análisis sosegado y profundo de algo inexplicable. Una de las mayores aportaciones, además de la atención de todo tipo a los que sufren, ha sido y es su capacidad para transmitir la postura de la Iglesia sobre el uso de la fuerza como respuesta a un ataque y sus límites, la pobreza y el terrorismo, la violencia y el islam.

Eran y son conscientes de que la forma de terrorismo que inauguró el siglo XXI tenía un componente de pobreza muy fuerte, además de una instrumentalización del islam, mientras Occidente no veía o no quería ver. No es un problema religioso, como algunos han querido demostrar; no lo es. Hoy tenemos que mirar a la Zona Cero, rezar, perdonar, escuchar, aprender… pero también hay que hacerlo con Irak, Afganistán… vinculadas irremediablemente a ese fenómeno terrorista.

Es necesaria una decidida apuesta por una solución global, una solución que promueva el desarrollo de los pueblos, de la persona humana, la educación, el  respeto por los bienes naturales. Estamos convencidos de que haciendo esto, un mundo en paz ya no será una utopía. Nunca lo ha sido para un cristiano, pues tiene la esperanza de que, aunque un atentado  terrible cambie el mundo, no todo está perdido.

Nuestra solidaridad para con quienes luchan desde cualquier lugar para erradicar el terrorismo.

En el número 2.767 de Vida Nueva