Fe y arte iluminan las cruces de este mundo

Emocionante Vía Crucis de la JMJ 2011 vivido en Madrid

JOSÉ LUIS CELADA | Una emoción generalizada embargó, durante la tarde del 19 de agosto, a la inmensa muchedumbre que, dispuesta en forma de gigantesca cruz humana, se congregó en los madrileños paseos de Recoletos y del Prado y la calle de Alcalá. Otra cruz, la que recorrió casi veinte mil kilómetros por todas las diócesis españolas, fue –junto a Benedicto XVI y los propios jóvenes– la gran protagonista del histórico Vía Crucis celebrado ese día en el marco de la JMJ.

Portada a hombros por chicos y chicas de las más diversas procedencias, se detuvo en cada estación ante imágenes cedidas generosamente por cofradías y hermandades de todo el país, convertidas para la ocasión en iconos de este irrepetible Calvario, lejos de sus lugares de origen y del habitual marco litúrgico de la Semana Santa. Imágenes “donde la fe y el arte –como diría el Papa al término de este piadoso ejercicio– se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión”.

Camisas negras, hábitos claros y oscuros y hasta torsos desnudos contra el sofocante calor, gorras y sombreros, abanicos y sombrillas, un bosque de banderas, y agua, muchas bolsas y botellas de agua. Todo cabía entre esa masa de cientos de miles de jóvenes (y más de un adulto con su sillita plegable) que aguardaban la aparición del Pontífice en la tribuna instalada ante el Ayuntamiento de la capital.

La cruz de la JMJ acompañó cada una de las estaciones

Tras la atronadora ovación de bienvenida, dio comienzo una bella meditación en 15 pasos (los 14 habituales más la oración final ante la sevillana Virgen de Regla) en torno a la Pasión y Muerte de Cristo, la misma que “nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes”, recordó Benedicto XVI.

Recrearon esa vía dolorosa jóvenes de España, de Albania, de Tierra Santa, de Irak, de África (Burundi, Ruanda y Sudán), de lugares castigados por los desastres naturales (Haiti, Japón o Lorca), jóvenes de países en los que se sufre persecución por la fe, jóvenes con discapacidad, jóvenes emigrantes, marginados, que sufren precariedad laboral y paro, que salieron del infierno de la droga, que atienden a enfermos de sida

Unos y otros cargaron con la cruz entre el recogimiento del inabarcable auditorio, acompañados por la Palabra de Dios y los comentarios de las Hermanitas de la Cruz, sin olvidar el rico repertorio de la Orquesta y Coro de la JMJ, dirigidos por Pedro Alfaro. Por no hablar de esa saeta que arrancó el aplauso espontáneo de la multitud mientras Jesús era despojado de sus vestiduras, o el estremecedor redoble de tambor anunciando su muerte en la cruz.

Compartir los dolores

Animados por esos textos y por la contemplación de los inigualables grupos escultóricos frente a los que se oraba y meditaba (obras de Francisco Salzillo o Gregorio Fernández, entre otros, llegadas de puntos tan alejados de nuestra geografía como León, Málaga, Segovia, Murcia, Valladolid, Orihuela, Jerez, Zamora, Granada, Cuenca o Úbeda), los participantes tuvieron la oportunidad de compartir los dolores del mundo: los de quienes buscan condiciones laborales más dignas o padecen toda clase de abusos, los de cuantos se hallan postrados en una cama o son víctimas de tantas dependencias (drogas, alcohol…).

Diversas formas de sufrimiento que son “llamadas del Señor para edificar nuestras vidas siguiendo sus huellas y hacer de nosotros signos de su consuelo y salvación”, como subrayó Benedicto XVI. Para todas ellas hubo un sentido recuerdo en clave de misericordia cristiana, recogiendo así el llamamiento papal a “estar cerca de los menos favorecidos” y no pasar de largo ante ese sufrimiento humano, “donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer”.

Con el deseo de “que sepamos acoger estas lecciones y llevarlas a la práctica” guiados por la “misteriosa sabiduría de la cruz”, concluyó uno de los actos más recordados (y llorados) de esta JMJ.

A continuación, caída ya la noche, las imágenes partieron hacia la céntrica Puerta del Sol, desde donde se dirigieron luego a sus respectivos templos de acogida en la capital. Un breve pero concurrido itinerario, durante el que peregrinos, fieles y curiosos disfrutaron de una improvisada procesión que puso el broche de oro a ese camino del Calvario tan español y tan universal a un tiempo: realzado por la belleza singular de nuestra imaginería, aunque portador –en palabras del portavoz vaticano, P. Federico Lombardi– de un legado de “mensajes tradicionales, pero perennes”. Como perdurará en la memoria de la ciudad esta irrepetible celebración de la Semana Santa en agosto.

En el nº 2.765 de Vida Nueva.

NÚMERO ESPECIAL de Vida Nueva

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