Monopolio de progreso

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Nada de apropiarse gratuitamente del título de “progreso”. Este galardón se ha de merecer, y que se juzgue en el tribunal de la sensatez, la inteligencia y la justicia si hay méritos sobrados para ello. Ni apropiación indebida, ni monopolio y capitalización, sino justicia y derecho”.

Cada uno, y a su modo, quiso apropiarse de una especie de idea-talismán, un tanto presuntuosa, que fuera como solución y abracadabra que encandilara a los posibles votantes: ¡Progreso! Es palabra mágica utilizada por unos y por otros. Y cada cual se la lleva a las ascuas de sus propios deseos de medro y brillo.

Opción de progreso, se dice, no tanto por los avances que propone, sino para dejar de lado a los potenciales contrincantes de otros grupos políticos y sociales. Aquí viene, también, lo del partido de progreso, para que tomen buena cuenta aquellos a los que se considera retrógrados, reaccionarios y poco menos que cavernícolas.

Así que cada cual se adueña de la piedra filosofal del progreso, pensando ganarse mente y voto en los comicios que se preparan, sin tener en cuenta que el personal quiere distinguir bien lo que cada cual presenta en su programa.

Progreso es avance y prosperidad. Lo contrario, retroceso e involución. Ahora viene lo de hacer la escala de criterios y valoración. En este ranking, y en el primer puesto, y con todos los honores, la persona como el valor más completo e íntegro, con una incuestionable nitidez acerca de su dignidad y derechos, de su libertad y de unas responsabilidades imprescindibles.

Aunque en este capítulo se incluyen todos los demás, habrá que especificar, como llamada de atención para los que no se enteran de que, entre esos derechos, el primero es el de poder vivir y morir con dignidad, sin que le pongan el fórceps en la primera fase de su vida o la guillotina eutanásica al final. La auténtica dignidad se refiere a la misma vida, y a hacer lo posible para que alcance la calidad que le es más propia.

Todo lo demás, después, y como añadidura y consecuencia: libertad, educación, familia, trabajo, igualdad de oportunidades, bienestar social, libertad religiosa… Por eso, tanto sorprenden algunas leyes en las que más que garantizar los derechos fundamentes, parecen casi un lastre que dificulta el verdadero desarrollo y la verdadera libertad personal.

Así que nada de apropiarse gratuitamente del título de “progreso”. Este galardón se ha de merecer, y que se juzgue en el tribunal de la sensatez, la inteligencia y la justicia si hay méritos sobrados para ello. Ni apropiación indebida, ni monopolio y capitalización, sino justicia y derecho.

Decía el papa Benedicto XVI que el anuncio del Evangelio “no solo está al servicio del crecimiento del pueblo en la fe y en la vida cristiana, sino también de su progreso en las sendas de la concordia y de la paz. Cristo es el Salvador de todo el hombre, de su espíritu y de su cuerpo, de su destino espiritual y eterno y de su vida temporal y terrestre. Cuando su mensaje es acogido, la comunidad civil se hace también más responsable, más atenta a las exigencias del bien común y más solidaria con las personas pobres, abandonadas y marginadas” (Discurso al Presidente de Italia, 24-6-2006).

En el nº 2.763 de Vida Nueva.

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