Desde una columna

JORGE JUAN FERNÁNDEZ SANGRADOR, director de la BAC

“Apostado en esta columna de la revista, he escrito durante cuatro años sobre temas variados. Y al bajar ahora de ella, colmado de gratitud, pido a –palabras de poeta– “Dios de los anacoretas, que se pasea por las plataformas de las columnas” que bendiga a los lectores”.

Hipóstila. Así ha adjetivado alguien a la revista Vida Nueva. Por tener muchas columnas. De opinión. Aunque, a decir verdad, no son tantas. No forman un bosque, como las de la catedral de Córdoba; tampoco son corpulentas, como las del templo de Apolo en Dídima; ni sublimes, como las del santuario de Amón en Karnak. Son más bien como las que hubo hace siglos en Siria y en diversos lugares de la geografía cristiana: las de los estilitas.

Encaramado en el capitel o en la plataforma que remataba el fuste de una columna, que podía alcanzar los 18 metros de altura, el anacoreta se hallaba entre el cielo y la tierra. Sobre aquella elevación soportaba los rigores del clima, se sujetaba para no caer al suelo abatido por un huracán o un terremoto y aceptaba la posibilidad de que un rayo pusiese fin a sus días.

El estilita vivía allá arriba entregado a la oración, la mortificación y el apostolado. El más famoso fue Simeón el Grande (390-459). En Qalaat Semaán todavía se puede ver la base de la columna sobre la que moraba y desde la que, a voces, catequizaba a la gente y dirimía rencillas entre pastores. De noche, la luz de su lámpara era un faro para las caravanas.

Apostado en esta columna de la revista, he escrito durante cuatro años sobre temas variados. Y al bajar ahora de ella, colmado de gratitud, pido a –palabras de poeta– “Dios de los anacoretas, que se pasea por las plataformas de las columnas” que bendiga a los lectores, a los amigos y a la gran familia de Vida Nueva con su gracia, amor y paz.

jjfernandezs@vidanueva.es

En el nº 2.763 de Vida Nueva.

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