Ocio: una oportunidad para el desarrollo personal

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Estamos en verano, la época del año más esperada por la mayoría de la gente. Descansar, viajar, pasar más tiempo en familia o leer los libros pendientes son algunos de los proyectos más habituales el día que comienzan las vacaciones. Sin embargo, cuando estas acaban, muchos sienten que las han desperdiciado. ¿Falta una pedagogía del ocio? ¿En qué modo el tiempo libre, más allá de la simple diversión, puede ayudar al crecimiento personal y redundar en una mayor felicidad? [Siga aquí si no es suscriptor]

Cada vez más, las propuestas de ocio ofrecen un abanico casi inabarcable. Sin embargo, por contraste, muchos de los que basan la mayor parte de su tiempo libre en consumir esas ofertas, acaban instalándose en el hastío y la permanente insatisfacción.

Es lo que Francesc Torralba, profesor de la Universidad Ramon Llull de Barcelona, denomina como “una maquinaria circular perversa”, la que nace de “una dinámica de consumo que no se puede saciar, pues, como decía san Agustín, el deseo solo se puede colmar momentáneamente”. Algo muy propio del contexto actual en los países occidentales, donde el ocio imperante es “masivo y tecnodependiente” y convierte a la persona “en un mero recipiente informativo”. Como percibe el también presidente del Consejo Asesor de Diversidad Religiosa de la Generalitat de Cataluña, “llega un momento en que el quedarse por un tiempo sin teléfono móvil u ordenador puede producir en el individuo desamparo y perplejidad, pues no sabe qué hacer”.

Para Torralba, este tipo de ocio fundado en el consumo es claramente negativo, teniendo consecuencias perjudiciales incluso para la salud, pues, cuando se da en exceso, favorece la rigidez y el estatismo. De ahí que su apuesta sea “por un ocio creativo, innovador y que potencie las cualidades de la persona, naciendo de ella misma y no de lo que pueda consumir”.

En virtud de esta nueva “filosofía del ocio”, se pueden estimular cosas tan positivas como “la imaginación y la creación, desde la pintura o la escritura; o las relaciones personales, a través del cultivo de la buena y sosegada tertulia”. Otro claro ejemplo de ocio positivo sería la práctica del deporte o el paseo por enclaves naturales, “que también desarrollan capacidades muy importantes para el ser humano”. Y es que, a juicio del docente catalán, “falta una verdadera sabiduría del cuerpo”, siendo esta tan importante como la mental.

Manuel Cuenca, director del Instituto de Estudios del Ocio, de la Universidad de Deusto, explica que todo ocio “que sea humanista, que desarrolle a la persona y fomente la inteligencia” es el indicado, “pues implica a la persona más a fondo en la vida”. Para él, además de desconocimiento, han prevalecido muchos tabús sobre el ocio, teniendo una consideración negativa en ciertos contextos y épocas: “El ocio no es vagancia ni estar sin hacer nada, sino todo lo contrario. Implica un gran esfuerzo de la persona, aunque esta lo acomete porque le causa satisfacción; que no es el mero placer”. Por ello, diferencia ocio de descanso: “Dormir o estar echado sin hacer nada no es ocio. Precisamente, este comienza cuando la persona está activa, acometiendo un esfuerzo que empieza por lo mental”.

Como explica Cuenca, estas reticencias también se dieron cuando el Instituto se fundó, en 1988: “Poco tiempo antes, cuando se cumplía el centenario de la Universidad de Deusto, nos planteamos ideas para el siguiente centenario, ya en el siglo XXI. Entonces se vio que el ocio era un tema importante. Los alumnos mostraban su inquietud por él y la Universidad entendió que era un asunto muy relacionado con nuestra apuesta por el humanismo y la dignidad humana. Sin embargo, en los años 80, Bilbao se encontraba en plena convulsión, pues estábamos ante el fin del modelo basado en la industria, con los astilleros en huelga. Hablar en ese momento de ocio resultaba chocante… Pero, en  cambio, nos encontramos con que hoy Bilbao es una ciudad en auge, en gran parte, a través del ocio, con el Museo Guggenheim como estandarte”.

“El ocio no es vagancia
ni estar sin hacer nada, sino todo lo contrario.
Implica un gran esfuerzo de la persona,
aunque esta lo acomete
porque le causa satisfacción, que no es el mero placer”

Para Manuel Cuenca, el ocio con visión mercantilista se agota en sí mismo: “Pagas a cambio de algo, lo obtienes y ya está. No se puede comparar con el ocio que reclama de ti entrega y no te pide nada a cambio”. Algo que Francesc Torralba comparte: “El ocio de consumo es aquél en el que se sigue un guión preescrito. Un claro ejemplo son los parques temáticos o de atracciones. Unas horas en ellos suponen un alto y continuado coste económico, que incluye la entrada, el aparcamiento, la comida… El ocio basado en estímulos, puesto que estos solo se satisfacen momentáneamente, acaba generando instatisfacción. Así es como se entra en una dinámica de consumo basada en el negocio de unos pocos, cuya industria resulta exclusiva y elitista”.

Saturación de ofertas

Para Torralba, esta es la causa de que, habiendo cada vez más ofertas de ocio, sea complicado llenar de sentido el tiempo libre, lo que causa malestar personal: “Parece que hay intolerancia a la posibilidad del aburrimiento. Pero, a veces, tocar fondo en el aburrimiento puede llevar al autoconocimiento, descubriendo uno mismo en su interior capacidades que pueden llenarle, como escribir,  pasear, hacer ejercicio… Así es como se llega al ocio positivo, que es el que nace de la propia persona”.

El modelo del ocio que propone Manuel Cuenca contiene tres características principales: “Es libre, buscado por sí mismo y satisfactorio. Es decir, no se realiza para sacar nada material a cambio ni ningún beneficio salvo el propio bienestar y crecimiento personal. Implica por completo a la persona y se integra en ella misma, siendo una afición sustancial y practicada asiduamente”.

Otra característica, a su juicio, es que ha de ser “abierto y complementario. Está bien tener una afición favorita, pero sin cerrarse a otras posibilidades. No debemos limitarnos, pues siempre podemos descubrir otras cosas que nos llenen, avanzando hacia un ocio maduro”.

Este carácter abierto es el que hace que el ocio tenga muchas dimensiones, siendo su culminación, para el director del Instituto de Estudios del Ocio, la solidaridad: “Si imaginamos una pirámide del ocio, en la base estaría el simple entretenimiento, aquel que no aporta nada a la persona salvo distracción. En lo más alto de esta estructura es donde estaría el ocio solidario, aquel que encuentra la satisfacción en la ayuda a los demás y no se hace de un modo egoísta u obligado; en esos casos, no podemos hablar de ocio, aparte de que es muy difícil que se extienda en el tiempo”.

Torralba también lo entiende así: “Dedicar el tiempo propio a conseguir más calidad de vida en otro ser humano es un modo de usarlo con mucho sentido, pues otorga una satisfacción a ambos, al que ayuda y al ayudado”. De este modo, el ocio deja de ser algo individual y contribuye a la mejora de la comunidad.

“Dedicar el tiempo propio
a conseguir más calidad de vida en otro ser humano
es un modo de usarlo con mucho sentido,
pues otorga una satisfacción a ambos,
al que ayuda y al ayudado”

Un ejemplo práctico de este ocio solidario es el que protagoniza Aurora Madariaga, doctora en Ocio y Potencial Humano por la Universidad de Deusto. Desde 1994, cuando se creó la Cátedra de Ocio y Discapacidad, en el Instituto de Estudios del Ocio, ella siempre ha trabajado en el ámbito de la inclusión social, promoviendo el derecho al ocio de las personas con discapacidad. Algo que no siempre ha sido entendido por todos: “Cuando nació la Cátedra, parecía que teníamos que justificarnos. Hoy, en cambio, en España hay 3.000 asociaciones de atención a discapacitados, de las cuales el 80% cuenta con programas para el ocio”.

Concretamente, la labor de la Cátedra abarca varios campos: “Desde la realización de estudios para analizar qué panorama de ofertas hay en las asociaciones hasta la mediación con las instituciones para que faciliten servicios propios. Muchas veces son las propias asociaciones o administraciones públicas las que acuden hasta nosotros para encargarnos un servicio de asesoría o investigación. Buscamos ser un referente en el ocio para discapacitados”.

Evolución muy positiva

Como concluye Madariaga, “la evolución en estos años es muy positiva. El ocio tiene un mayor protagonismo en general, los derechos de las personas discapacitadas son más visibles y las instituciones ligadas a esta causa se han adaptado a los nuevos tiempos, hasta el punto de que la ley les obliga a la atención de sus derechos. Además, los propios discapacitados reclaman más ocio, más variado y para toda la vida. Algo que refleja que la mentalidad está cambiando también en ellos, evidenciando que saben que sus prácticas de ocio no son tan distintas a las del resto y que las barreras están en su entorno, no en ellos mismos”.

Otra dimensión del ocio, apuntada por Francesc Torralba, es la espiritual. Y es que el mayor tiempo libre puede ser empleado para profundizar en una vivencia de la fe que escape de la rutina y de prácticas que causen agotamiento espiritual: “El ocio puede servir para explorar caminos de fe nuevos, para generar inteligencia espiritual. Es bueno hacer algo así como una auditoría de la fe, analizando el propio sentido de la existencia. El ocio es un momento idóneo de parada, de cambio de ritmo, propicio para la meditación, la contemplación de la naturaleza, la acción pausada. El ocio vivido en su plenitud es el que desarrolla las potencias personales, también las espirituales”.

Como apuntan todos los expertos, la clave para un ocio sano está en el equilibrio. Por ejemplo, pese a que la televisión y las nuevas tecnologías suelan ser los ámbitos en los que más se da el predominante ocio de consumo, Torralba advierte que “todo depende del uso que se les dé. Bien utilizadas, generan felicidad. Pueden ser una plataforma para leer o escribir, o para crear redes de amistad a distancia”. Manuel Cuenca está de acuerdo en que “el problema no está en ellas, pues estas son simples medios, que se pueden utilizar bien o mal”.

Este mismo equilibrio, como apunta el profesor de la Ramon Llull, es el que se ha de mantener en dos extremos muy marcados. Por un lado, el de los “adictos” al trabajo: “Como lo puedan ser los adictos a la droga, son seres unidimensionales, incapaces de diferenciar la vida laboral de la personal. A veces, esto se da por una evasión de la familia, de sí mismos o por un vacío existencial”.

Y, en el otro lado de la balanza, los “adictos” a las aficiones, aquellos cuya vida orbita en torno a una cosa, condicionando su día a día: “Puede nacer como un ocio saludable, pero si llega al colapso, genera tensiones que pueden tener consecuencias terribles en su vida familiar y personal”. También está el caso de personas cuyo espacio para el ocio es tan reducido, a causa de las  cargas laborales y domésticas, que sienten “rencor por no tener más tiempo para sí mismos”.

Espacio académico

En definitiva, en expresión de Manuel Cuenca, el ocio es “un área del desarrollo humano”. De ahí que sea tan importante, en su opinión, que sea materia de estudio. Y es que, si ya existe la asignatura de Pedagogía del Ocio en varias universidades –en la de Deusto es optativa en todas las carreras y obligatoria en las ligadas a la Educación–, no ocurre así en los institutos y escuelas.

En el caso del Instituto de Estudios del Ocio, todos sus docentes cuentan con un amplio currículum y experiencia. Además, como explica su director, “cuentan con la ventaja de la pasión por lo que hacen. En la Universidad dan las asignaturas que tienen que impartir. Pero, en el Instituto, cada uno está especializado en un tipo de ocio, ya sea cultural, viajero, solidario, artístico… Y eso lo perciben los alumnos, que se empapan de ese mismo entusiasmo”.

Así es como, poco a poco, se va generando una cultura del ocio maduro, libre, reflexivo y que nace de la persona, desde su esfuerzo propio, y no se limita a la mera recepción de estímulos provenientes del mundo comercial. La experiencia de décadas de Manuel Cuenca en este campo le permite asegurar que, pese a las apariencias, “en los jóvenes se está produciendo un cambio”. La llamada generación de los Ni-Ni (“ni estudian ni trabajan”) puede testimoniar su apuesta por un ocio que, más allá de las horas interminables ante videojuegos y programas de televisión basura, genere profunda felicidad. En ellos mismos y en los que les rodean.

En el nº 2.762 de Vida Nueva.

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