Kurt Koch: “Nuestra sociedad no tiene una relación sana con la dimensión religiosa”

Presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos

DARÍO MENOR | “El diálogo necesita mucha paciencia y mucha sensibilidad diplomática”. Esta es una de las claves que ofrece el cardenal suizo Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, para que tenga éxito el ecumenismo, una de las prioridades del pontificado de Benedicto XVI. [Siga aquí si no es suscriptor]

Con gran experiencia en la relación con las otras Iglesias, con el islam y con el judaísmo tras su paso por el vértice del episcopado helvético y del Consejo Suizo de Religiones, Kurt Koch destaca la “generosidad” del Papa al permitir que comunidades cristianas como la anglicana entren en comunión con Roma conservando su liturgia. “Siempre digo que si quieren entrar en nuestra Iglesia, no deben dejar nada. Pueden traer toda su fe y espiritualidad y aquí recibirán todavía más”, apunta el cardenal.

Abierto y con sólida formación, ha madurado gracias a la experiencia en su país una sólida opinión sobre cómo favorecer la integración de los inmigrantes musulmanes en Europa. “Para ellos, el problema es nuestra sociedad absolutamente secularizada. Una sociedad que quiere que la religión sea solo una cosa privada no es capaz de entablar un diálogo interreligioso”.

– Su dicasterio mantiene conversaciones con quince comunidades cristianas diferentes. ¿Cómo se organiza el trabajo?

– Tenemos dos sectores: el del Este y el del Oeste. El primero se dedica al diálogo con los ortodoxos, con quienes mantenemos la Comisión Internacional para el Diálogo entre ambas Iglesias. Dimos un gran paso adelante en Rávena, donde católicos y ortodoxos declararon que la Iglesia necesita un protagonismo entre pares a nivel local, regional y universal. Hemos hablado sobre cómo fue realizado el primado del obispo de Roma durante el primer milenio, que es común para ambos. Establecimos dos semanas de diálogo, una en Chipre y otra en Viena, para profundizar sobre esta cuestión histórica, pero luego los ortodoxos no quisieron continuar.

– ¿Cuántos años o siglos deberemos esperar para ver un acercamiento más intenso con la Iglesia ortodoxa?

– Se deben dar todavía algunos pasos. Nosotros hemos decidido continuar con una disposición más teológica, entre primado y sinodalidad de la Iglesia. Tenemos que ver cómo va en el futuro el trabajo de la citada Comisión para el Diálogo.

Ortodoxos y anglicanos

– ¿Dónde encuentra la Iglesia católica un interlocutor más abierto con el mundo ortodoxo: en el Patriarcado de Constantinopla o en el de Moscú?

– Estuve en Estambul para la gran fiesta de San Andrés, cuando me reuní con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla. Bartolomé I es un hombre muy gentil y muy abierto al ecumenismo, sobre todo respecto a la Iglesia católica. Ofreció una gran hospitalidad en su patriarcado durante los dos días en que celebramos la festividad de San Andrés. Fue un viaje muy bueno. En marzo visité a Kiril I, Patriarca de Moscú. Conozco desde hace mucho tiempo al Metropolita Hilarión, y sé que con ellos podemos discutir bien los pasos futuros. Para mí es muy importante tener relaciones personales con todos los interlocutores. Solo así puede alcanzarse el objetivo último de este diálogo: la plena comunión eclesial. En el último milenio, las dos Iglesias han evolucionado por vías distintas: por nuestra parte se ha acentuado el papado, mientras que los ortodoxos han desarrollado la autonomía.

– El Papa ya ha visitado Turquía. ¿Piensa que podemos imaginar un viaje de Benedicto XVI a Rusia o Ucrania?

– Podemos imaginar cualquier cosa. En cualquier caso, antes de esperar algo así, habrá que esperar a las próximas conversaciones que mantendremos en Moscú.

– Hablemos ahora del sector Oeste. ¿Cómo está siendo la relación con los anglicanos después de la creación del Ordinariato para los miembros de esta Iglesia que desean su comunión con el catolicismo?

– Aquí en Roma, en la Curia, hacemos una diferencia entre los obispos, sacerdotes y fieles anglicanos que quieren entrar en la Iglesia católica, que tratan con la Congregación para la Doctrina de la Fe, mientras que nuestro Pontificio Consejo continúa trabajando en el diálogo ecuménico. Es previsible ahora que en otros países suceda lo mismo que ya ha ocurrido con los anglicanos del Reino Unido. Si estos anglicanos quieren entrar en nuestra Iglesia, el Santo Padre no puede decir que no. El Papa debe abrir la puerta. Pienso, además, que Benedicto XVI es muy generoso cuando dice a estos cristianos que pueden venir a nuestra Iglesia conservando su liturgia. Supone una gran apertura. Esta situación es el fruto del diálogo ecuménico, el cual ha mostrado que muchas cosas son comunes entre la Iglesia católica y la anglicana. Pensemos, además, que se trata de una situación dolorosa, pues, para nosotros, católicos, es importante también que la Iglesia anglicana esté unida.

– ¿Cuáles son los países, además del Reino Unido, donde se está trabajando para que las comunidades anglicanas que lo deseen entren en comunión con el catolicismo?

– No lo sé. No puedo decírselo de forma precisa, ya que no soy yo el responsable. Algunas comunidades anglicanas vienen a nosotros, pero la responsabilidad, como le digo, es de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

– Hablaba antes de la importancia del ecumenismo, que ahora permite recoger frutos en la relación con los anglicanos. ¿Será este caso un modelo para futuros acercamientos entre la Iglesia católica y otros cristianos?

– No se puede decir nada preciso porque no hay ninguna invitación de nuestra Iglesia a las otras comunidades para que vengan a nosotros. Son las otras Iglesias las que nos lo piden.

– Su experiencia ecuménica en Suiza ha pesado en la decisión de Benedicto XVI de situarle al frente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos. ¿Qué bagaje tiene de su paso por la presidencia de la Conferencia Episcopal helvética y por el Consejo Suizo de Religiones?

– Lo primero que me dijo el Papa después de proponerme esta responsabilidad fue que quería un obispo que conociese las Iglesias que han nacido de la Reforma, no solo a través de los libros, sino de la propia experiencia. El Santo Padre tiene mucho interés en el diálogo con las Iglesias nacidas de la Reforma. Hay un gran mundo dentro de la Reforma. Entre sus Iglesias no se ven grandes tendencias de unificación, sino que, por el contrario, se va hacia una mayor fragmentación. Esto supone un problema para nuestro Pontificio Consejo, ya que todas las nuevas comunidades quieren mantener un diálogo con nosotros. Aquí tenemos las puertas abiertas a todos los que quieren dialogar pero, por otro lado, hay que ser prudente, ya que la confederación mundial de los luteranos y los reformadores se entristece porque nosotros hablemos con estas nuevas comunidades, que no están unidas a esta confederación.

Abiertos al diálogo

– Se trata entonces de una diplomacia del diálogo…

– El diálogo necesita mucha paciencia y mucha sensibilidad diplomática.

– Hablaba antes de la generosidad del Papa cuando ha permitido el retorno de los anglicanos a la comunión con Roma respetando su liturgia y su especificidad. ¿Cómo enriquece a la Iglesia católica esta nueva comunidad?

– Se debe hacer una diferencia entre la Iglesia anglicana y las Iglesias de la Reforma, ya que el inicio de aquella no viene de la Reforma de Lutero, sino que se debe todo a una cuestión privada del Rey de Inglaterra de entonces, a quien el Papa no le reconoció su segundo matrimonio. Los anglicanos siempre estaban más cercanos a Roma que los otros cristianos reformistas. Siempre digo respecto a estas otras comunidades que si quieren entrar en nuestra Iglesia, no deben dejar nada. Pueden traer toda su fe y espiritualidad y aquí recibirán todavía más.

– ¿Qué significan estas adhesiones para un católico? ¿Son una muestra de que su Iglesia está abierta a todos?

– Sí. Pienso también que, en el ecumenismo, una conversión siempre debe ser posible. Una conversión es una cuestión de conciencia de una persona sola y nosotros debemos respetar estas decisiones de conciencia.

– Ha habido voces que afirman que los anglicanos que han pedido la comunión con Roma son demasiado conservadores. ¿Está de acuerdo?

– Depende de cómo se defina ser conservador. Esta ruptura de la comunidad anglicana se debe a cuestiones que también sufre nuestra Iglesia. Son, sobre todo, por la ordenación de las mujeres y por la bendición a la unión entre dos hombres, por lo que no hay diferencia con el matrimonio entre un hombre y una mujer. Los que vienen con nosotros están convencidos de que nuestra Iglesia se mantendrá fiel a las tradiciones, aunque sabemos que en la Iglesia católica tenemos los mismos problemas.

– El nombramiento del luterano suizo Werner Arber como presidente de la Academia Pontificia de Ciencias ha sido un gesto hermoso. ¿Podemos esperar más gestos similares?

– No pienso que, en primer lugar, sea necesario tener la misma confesión cuando se trata de expertos en los diversos campos de nuestra sociedad y de nuestra ciencia. Si un hombre es experto en un campo científico determinado, pienso que es un buen gesto que el Papa le elija para desempeñar una responsabilidad.

El fruto del Vaticano II

– ¿Aunque se trate de una persona que sea de otra confesión?

– Si es necesario, por ejemplo para el diálogo ecuménico, pienso que no sería un problema, aunque yo no soy el responsable de nombrar a estas personas.

– Se habla mucho del ecumenismo en la Curia, pero ¿piensa que le interesa al católico de a pie?

– Sí, este es el gran fruto del Concilio Vaticano II, tras el cual el ecumenismo se ha convertido en una realidad en las parroquias, en los movimientos y en todos los sectores de la Iglesia. Muchos se han comprometido en este desafío ecuménico. Hay fieles en la Iglesia católica que piensan que el ecumenismo avanza demasiado despacio. Otras personas sostienen que este perjudica a la Iglesia. Hay creyentes de todas las tendencias, aunque creo que la mayoría está a favor del ecumenismo. Juan Pablo II, quien lo llevaba en el corazón, decía que el movimiento ecuménico es irreversible, no tenemos una alternativa, porque es un mandamiento de nuestro Señor.

– Permítame que le haga una pregunta relativa a su anterior responsabilidad como presidente de la Conferencia Episcopal Suiza. Su país es un buen ejemplo de lo que está ocurriendo en Europa con el desafío de la integración de inmigrantes que practican otras religiones. Cuenta, además, con diferentes Iglesias. ¿Cómo cree usted que resulta más fácil la convivencia: a través de comunidades que estén bien diferenciadas o por medio de la asimilación?

– En Suiza existe una buena convivencia ecuménica. El 42% de la población es católica mientras que el 39% es protestante, más o menos. La convivencia entre ambas comunidades es muy buena. Pienso que ocurre lo mismo con las otras religiones: hay una apertura. La votación sobre los minaretes de las mezquitas era un caso especial. La presencia de los musulmanes en nuestra sociedad y en nuestra cultura no está exenta de problemas. Creo que los políticos no han estimado de forma suficiente este problema. Si la gente puede votar sobre una cuestión específica, da una respuesta general. En Suiza, la gente votó sobre diversas cuestiones, no sobre los minaretes. Han dado una señal mostrando que no es adecuado cómo se ha tratado hasta ahora esta cuestión.

– ¿Cómo debe tratarse, en su opinión, entonces a los inmigrantes musulmanes en la sociedad europea?

– Es necesario que haya una profundización de un diálogo interreligioso auténtico. Este es el gran desafío de nuestros países, porque en sus sociedades está muy latente la tensión de privatizar la religión. Se intenta mostrar que esta es algo privado del individuo y que no tiene una dimensión pública. Esta concepción de la religión no ayuda al diálogo interreligioso.

Símbolos religiosos

– ¿Piensa que sería más fácil la integración de los inmigrantes musulmanes, que tienen una clara identidad religiosa, si los europeos tuviéramos también una identidad religiosa clara, en nuestro caso cristiana?

– Sí. Para los musulmanes que vienen a nuestros países, el problema no son los cristianos, sino una sociedad absolutamente secularizada. Una sociedad, que, repito, quiere que la religión sea solo una cosa privada, no es capaz de entablar un diálogo interreligioso. Este es, para mí, el gran desafío. Nuestra sociedad está llena de signos públicos, de la policía, del ejército, de la música y de todo tipo de asociaciones. Ninguna tiene problemas para mostrar sus signos en la publicidad. Los únicos que provocan problemas son los signos religiosos. Esta situación muestra que nuestra sociedad no tiene una relación sana con la dimensión de la religión. Es un gran obstáculo para la integración de personas de otras religiones.

En el nº 2.760 de Vida Nueva.

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir