La obsesión por poner funda a las monjas

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | En el Gran Casino de Madrid hay que entrar con corbata. Si no la llevas, te prestan una, con goma incluida, para que se ajuste al cuello, pero hay que entrar como marca el protocolo. También en las invitaciones a actos oficiales en La Zarzuela se indica la indumentaria que marca el protocolo y las cenas de gala cuidan la indumentaria. Y no hablemos del Ejército, donde el uniforme es como una segunda piel.

Con motivo de la visita del Papa, el protocolo vaticano ha pedido a las religiosas jóvenes que entrarán en el Patio de los Reyes de El Escorial el día 19 de agosto –no al resto que estén en la Lonja, que serán la mayoría– que, “como en todas las audiencias privadas con el Santo Padre, las postulantes, las novicias y las profesas, para poder participar, tendrán que llevar su respectivo hábito”.

Se podrá estar o no de acuerdo, pero son las reglas de la casa. En los otros actos públicos, cada cual vestirá como guste. ¡Ya saben cómo criticaron a la princesa Leticia por ir vestida de blanco en la recepción oficial del Papa en Santiago de Compostela durante la última  visita del pontífice a España…! De haber sido visita privada, debiera haber ido de negro y con mantilla, pero aquello no fue una audiencia privada.

Cuestiones bizantinas aparte, hay algo más preocupante en el fondo. Tras la cortina protocolaria se esconden grupos deseosos de meter en cintura al personal imponiendo el hábito que las mismas constituciones aprobadas por el Papa permiten quitarse. Desatada la polémica, solo gana el integrismo y las tiendas que visten la pasarela de la moda clerical. Lo triste es que no se trata de una polémica inocente

Tomando el rábano por las hojas y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, hay quienes buscan la fotografía de un solo modelo, legítimo, pero no exclusivo, de Vida Religiosa.

La hoja de ruta la marcó el cardenal Amato en la homilía que en Sevilla pronunció en la beatificación de Madre Purísima, en donde atacó las “corrientes demoledoras de la vida consagrada y del piadoso espectáculo de relajación de la doctrina y de las costumbres”. El florilegio ha seguido en boca de un par de obispos.

Veremos una fotografía de enfervorizadas religiosas (de Lerma estará presente casi un centenar) y de nuevas congregaciones, algunas de las cuales esperan aprobación pontificia. Y habrá quien continúe bramando contra los frailes y monjas que no lleven hábito con frases sacadas de contexto del magisterio pontificio.

El uso abusivo de la norma protocolaria por parte de los agoreros de una nueva Contrarreforma buscará ponerle funda a frailes y monjas, ofendiendo a hermanas suyas que, cada día, se dejan la piel en las fronteras de la evangelización.

Dice Hermann Broch, hablando del uniforme, tan consustancial al espíritu alemán, en la primera entrega de su trilogía Los sonámbulos, que “al hombre que por la mañana se ha abrochado el uniforme hasta el último botón se le da realmente una segunda y más densa piel, como si regresara a su vida más propia y verdadera (…) pero cada uno lleva consigo debajo la anarquía común a todos”, y también la misma vocación que un día prendió en sus almas.

El hábito no hace al monje. Llevarlo por protocolo no debe escocer, pero la intransigencia es, cuanto menos, una actitud ridícula.

En el nº 2.760 de Vida Nueva.

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