Josep Roca: “El corazón se te parte cuando tienes que dejar la misión”

Misionero claretiano durante 26 años en Brasil

JORDI LLISTERRI | “Yo soy de allí; 26 años no fueron un paréntesis”. El misionero claretiano Josep Roca habla de la misión de Guajará-Mirima, en la Amazonía occidental del Brasil, en la zona próxima a Bolivia. “Es una diócesis tan grande como todo el territorio de Portugal. Cuando se creó, hace 80 años, no tenía ni un kilómetro de carretera, y la pastoral llegaba hasta donde se llegaba en barca”.

Con 30 años pidió ir a esta misión que los claretianos habían creado dos años antes. Hace poco más de un año volvió por unas semanas, para asistir al Capítulo de los Claretianos de Cataluña, y allí lo eligieron para el nuevo equipo provincial. Sin esperarlo. Suponía dejar la misión y regresar a Cataluña.

“En 1983, cuando pedí ir al Brasil, estuvimos un año madurando mi propuesta y preparándome, pero la decisión de volver la tuve que tomar en pocos minutos. Pedí al Capítulo que reconsiderara la elección, salí de la sala, deliberaron y volvieron a votar”. Fuera de la sala pensaba qué hacer si le volvían a elegir, si era necesario insistir en la negativa. “Te duele dejar la misión, el corazón se parte… pero si cuando sales a misiones vas dispuesto a lo que venga, cuando te piden otra cosa la disposición tiene que ser parecida”.

El fondo de esta disposición la tiene clara: “En la vida misionera y religiosa, el proyecto personal cuenta, pero es un proyecto que se vive en comunidad”.

Y así, desde septiembre, está en Barcelona, encargado del Apostolado de la provincia claretiana. Terminó el curso pasado en Brasil, y ahora ha pasado otro curso que llama de “reinmersión”. De Brasil, además del pasaporte y el voto, le queda ese tono pausado que estamos acostumbrados a escucharle a Pedro Casaldàliga. “Allí valoran que haya misioneros que se queden toda la vida”, dice Roca cuando habla de su compañero claretiano. En este tono, no hace problema de esta “reinmersión”, ni de haber tenido que saltar el “charco” hacia atrás.

“En Brasil también nos hemos dado cuenta de que estamos en un mundo globalizado”. Cuenta que los jóvenes buscan trabajo en cualquier parte del mundo y todos tienen parientes fuera del país.

Y lo que ya ha visto aquí y allí es la importancia de Internet y la llegada de la secularización: “Los padres no tenían electricidad y los hijos ya viven conectados a Internet”, un salto generacional tan rápido como el hecho que “en las comunidades de Brasil ya se empiezan a detectar problemas para que los hijos vengan a la catequesis. De golpe se enfrentan a un mundo secularizado”.

Quizá la sorpresa está en algunas de las preocupaciones pastorales. “Allí no les preocupa, como aquí, qué hacer si no hay sacerdote. Si hay una defunción, ellos mismos preparan las exequias sin problemas. Están acostumbrados a la escasez de sacerdotes; en Brasil se hacen 70.000 celebraciones dominicales de la Palabra presididas por laicos”.

Reorientación

La vuelta de Josep Roca coincide con una reorientación de las misiones de los claretianos. “El ser misionero siempre se debe entender como una cosa provisional, para acompañar la Iglesia local y ayudarla a crecer”. Un primer paso es que las misiones de Latinoamérica sean asumidas por las comunidades locales: “Hay zonas amazónicas del Brasil que necesitan el apoyo misionero, pero esto lo tienen que asumir ya desde otras diócesis del mismo país”. Por ejemplo, su lugar lo ocupará un brasileño.

Mientras, un nuevo ejemplo de crecimiento del compromiso misionero claretiano está en la India. “Ahora nuestra misión debe ir hacia África, Asia y también a algunos países del antiguo bloque soviético”.

Esté aquí o allí, Roca es de los que cree que la misión tiene sentido: “Se mantienen la necesidad misionera, pero cambia la geografía”.

EN ESENCIA

Un libro: Otro mundo es posible… desde Jesús, de José Ignacio González-Faus.

Una película: la brasileña Ciudad de Dios.

Una canción: Utopia, de Zé Vicente.

Un deporte: la montaña.

Un rincón del mundo: el valle del Guaporé, entre Brasil y Bolivia.

Un recuerdo de infancia: las primeras colonias de verano en la montaña.

Una persona: Hélder Câmara.

La última alegría: el buen trabajo de Brasil en la lucha contra la mortandad infantil.

La mayor tristeza: acompañar a muchas familias en la muerte de un niño.

Un regalo: la amistad sincera de muchas personas humildes.

Que me recuerden por… la alegría o la paz que he ayudado a transmitir.

En el nº 2.759 de Vida Nueva.

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