¡Indignaos, superhéroes!

JUNKAL GUEVARA | Biblista, profesora adjunta al Departamento de Sagrada Escritura de la Facultad de Teología de Granada

“El poder de Jesús, que contemplamos en estas fiestas, es un poder ejercido de un modo muy extraño: la kénosis, la entrega gratuita y hasta el fin, el ‘quitarse de en medio’ para darnos protagonismo en esta historia… Es el poder del amor. Y, por eso, es un poder que incluso ‘comparte sus poderes’, y derrama sobre los suyos sus dones. ¡Bendito sea el poder de Dios!”.

Los amantes del cine de aventuras disfrutamos últimamente gracias a las películas de superhéroes. Casi todas animan cómics clásicos: Superman, La patrulla X, Los cuatro fantásticos… En ellos los superhéroes, siempre personajes un tanto inadaptados por lo extraordinario de sus dotes, viven, sin embargo, pendientes de los azares del mundo y dispuestos a librarlo de los malos. En Las aventuras de Superman, este le decía a Lois Lane: “Yo no soy diferente de cualquier otra persona que use los dones que Dios le da para ayudar a los demás”.

Recuerdo a los superhéroes en este mes repleto de fiestas litúrgicas: Ascensión, Pentecostés, Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, la Trinidad, la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo. Unos y otros me han hecho pensar en el poder de la capacidad de influir en el entorno. Los superhéroes volando, doblando barras de hierro o pegando puñetazos ejercen su poder con la responsabilidad que entraña, y, así, liberan al mundo.

Pero el poder de Jesús, que contemplamos en estas fiestas, es un poder ejercido de un modo muy extraño: la kénosis, la entrega gratuita y hasta el fin, el “quitarse de en medio” para darnos protagonismo en esta historia… Es el poder del amor. Y, por eso, es un poder que incluso “comparte sus poderes”, y derrama sobre los suyos sus dones. ¡Bendito sea el poder de Dios!

El período postelectoral y la evolución del movimiento 15-M muestran –a veces groseramente– la ambición y el ansia de un poder irresponsable y amenazador que horada el sistema democrático. Pero no estaría mal que, al hilo de la liturgia, los cristianos miráramos dentro de casa para discernir, primero, el poder que tenemos; para examinar nuestras prácticas en el ejercicio del poder, después. ¿Qué tal si plantamos las tiendas en medio de nuestras comunidades y nos cuestionamos qué estamos haciendo con el poder? ¿Y si nos indignamos para regenerar la comunión, el diálogo y la participación?

En el nº 2.759 de Vida Nueva.

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