Inma Chacón: “La fe es un regalo, un privilegio”

Publica ‘Nick’, una novela juvenil sobre hijos, padres y “mentiras” en las redes sociales

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Inma Chacón (Zafra, Badajoz, 1954) es una escritora anómala, si por ello entendemos que llegó a la literatura por un camino inusual. Una poeta y novelista que se puso a escribir después de la muerte de su hermana gemela, Dulce Chacón (1954-2003), y  por un encargo que la autora de La voz dormida le había hecho poco antes de que un cáncer súbito acabara con ella en poco más de un mes.

“Soy otra persona. Desde que murió Dulce he tenido que aprender a vivir otra vez. Desde el punto de vista literario, yo no existía. Era su sueño y ella lo había cumplido. Al igual que yo, que quería ser profesora universitaria. Entonces me vi abocada a escribir porque ella me lo pidió. Ella, pienso, no sólo quería que escribiera la novela que se le había ocurrido, sino que quería que escribiera sin más, porque la escritura es una manera ser feliz, de encontrarse a uno mismo, de conocerse, de construirse… y eso es lo que he hecho”.

Aquella novela génesis de la Inma Chacón escritora fue La princesa india (Alfaguara), que publicó en 2005. “Ella me encargó una novela de la que tenía una idea muy vaga… o muy formada, pero no nos la contó a nadie. Lo único que nos dijo es que quería escribir una novela sobre una princesa azteca que viene a España con Hernán Cortés”.

Un mundo mágico

“A partir de eso –sigue contando–, tuve que construir una novela desde cero. Pensé que la escribiría y ahí se quedaría. Pero no. La literatura me atrapó. Encontré un mundo mágico y muy enriquecedor. Continúo escribiendo y la literatura me llena”.

Dos años después publicó Las filipinianas (Alfaguara) y ahora Nick (La Galera), ejemplos de “esa capacidad para transportar a otros mundos que tiene la narrativa”. La primera, protagonizada por Don Francisco, Marqués de Sotoñal, organista de la catedral de Manila, en una época, la segunda mitad del siglo XIX, marcada por la pérdida de la colonia, es todo un homenaje “a todos los que sienten de alguna manera a Filipinas en su corazón”. “Yo la siento así porque mi abuela era malinense, de padres españoles, pero nacida en Manila”, añade.

La segunda, la que convoca esta entrevista, es “la novela que escribí para que mi hija recuperase el placer de la lectura. Ahora tiene 18 años, pero entonces era adolescente. Dejó de interesarse por la lectura. Y me planteé escribir algo específico para ella. Y como había vivido, unos años antes, una historia muy bonita en Internet, intenté inspirarme en lo que le había pasado. Así comenzó Nick, como una especie de historia de amor que yo comparo con Cyrano de Bergerac, pero en el mundo de Internet”.

Doctora en Ciencias de la Información por la Complutense de Madrid, decana de la facultad de Comunicación y Humanidades en la Universidad Europea, ahora enseña Documentación. Fundó y dirigió la revista digital Binaria: Revista de Comunicación, Cultura y Tecnología. Por ello, pocas autoras como ella han sabido exponer ese miedo a las redes sociales que se ha apoderado de muchos padres.

“Mucho de los padres que la han leído se han sentido muy reflejados –afirma–, porque reproduce una parte de la vida en el que se produce un desencuentro muy fuerte entre los jóvenes adolescentes y los padres. Los jóvenes parece que viven una revolución interna que le obliga a ver a todo el que le rodea como su enemigo. Y creen que sus padres son la manifestación de ese mundo que tienen en contra. Generalmente, se producen situaciones difíciles de abordar porque nadie nos han explicado cómo hay que tratar esa etapa de la vida, que sobre todo necesita muchísima comprensión, tanto desde el punto de vista de los chicos como de sus padres”.

Chacón desmitifica el ogro de las redes sociales, pero advierte de que no se debe mirar para otro lado: “Todas las generaciones hemos tenido algo que los padres no han entendido. Y en el caso de los padres de hoy, es Internet. Yo creo que lo más importante es que se oriente a los padres en el uso de esta herramienta, que yo creo que es maravillosa. El abuso es lo que los padres tienen que controlar. No creo que sea mejor o peor que otros instrumentos de comunicación”.

Uno de los aspectos que los padres pueden aprender ante esta revolución tecnológica y cultural es el Nick, ese “yo electrónico” que ha elegido para titular su novela “de redes y mentiras”. “Un nick es una proyección de lo que querrían ser. El yo electrónico siempre parte de un yo físico, de un yo virtual, utilizando cualquier elemento que tienen o pudieran tener. Conocer ese nick de nuestros hijos nos va a ayudar mucho a conocerlos mejor, a descubrirlos. Con el simple hecho de elegir un nombre u otro, ya estás queriendo que te perciban de una manera diferente. Si es desagradable o violento ya está diciendo mucho, o si es muy cursi o poco imaginativo, también. Es un disfraz, y darse cuenta de si uno quiere ser agradable o desagradable con él indica bastante”.

En principio, como ella afirma, esta novela juvenil, dictada por el abandono a leer de su hija, ha sido un paréntesis, “pero no descarto la posibilidad de escribir otras novelas para lectores juveniles”. “Me parece un público muy atractivo. Creo que hay multitud de temas que a un público juvenil le interesa y no se ha explotado debidamente. Es un público que, ahora más que nunca, quiere vivir de otra manera”, continúa.

Poesía y Dios

En cualquier caso, su próximo libro será de poesía: “Siempre compagino los dos géneros. No he querido nunca escribir novelas tristes, sin embargo, a la poesía sí le permito la tristeza. Cuando no puedo expresar, a través de la narrativa, un sentimiento que me duele mucho, y escribo poesía. También lo hago cuando necesito expresarme de forma condensada”.

Ese próximo poemario, Antología de la herida (Musa a las 9), tendrá tan solo edición digital y recogerá poemas sobre violencia de género. “Es la voz de una mujer que se pregunta cómo puede abordar un problema que afecta a toda la sociedad”, explica, antes de admitir que sí, que en el conjunto de su obra es posible vislumbrar una intensa espiritualidad. Así que le pregunto por Dios y responde con claridad: “Soy agnóstica, porque quizás soy demasiado racional”.

“Pero realmente envidio a quienes tienen fe –asegura–. Pienso en mi madre y en el apoyo tremendo que en la vida le ha dado a ella tener fe. A mí me enseñaron que tener fe es un regalo de Dios, y a mí no me lo ha acabado de dar. Pero creo que sí, que es un regalo, un privilegio, porque tienen un apoyo que no tenemos los demás, que no nos podemos refugiar en la idea de Dios, sino tan solo en la idea del Hombre. Te digo esto, pero a la vez pienso que al mismo tiempo soy muy espiritual, que la razón no lo explica todo y que más allá yo no sé lo que hay”.

Lo dice con el ejemplo de su madre: “La religión ha hecho daño muchas veces cuando se llegan a extremos que caen en la intolerancia, por eso soy muy crítica con los fundamentalismos, pero también creo que hace bien, que beneficia a muchas personas. Por eso, mi madre, que es una persona muy creyente y muy tolerante, ha sido siempre un ejemplo. De que se puede respetar al otro conservando las posiciones propias. Y de que el respeto al otro a ti también te engrandece”, concluye.

En el nº 2.758 de Vida Nueva.

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