Paleoindignados

DOLORES ALEIXANDRE, RSCJ

“Las indignaciones se encierran en dos: las que son razonables y las que no. Entre las segundas hay una que aqueja hace tiempo a algunos eclesiásticos y que está volcada en ciertos libros sobre Jesús que, sin citas en latín ni en alemán, consiguen que a la gente se le caldee el corazón y deduzca por sí sola que tan humano solo puede ser Dios mismo”.

Gente indignada ha habido siempre y a poco que abras la Biblia te la encuentras: israelitas hartos del fast food del maná y protestando contra Moisés; Aarón y Miryam, irritadísimos con su hermano porque había metido a una mujer negra en la familia; Majlá, Noá, Joglá, Milcá y Tirsá, hijas de Salfajad, reclamando la herencia de su padre que por ser chicas no podían recibir (contacto en Facebook o en Num. 27, 1ss). Jonás, enfadadísimo con Dios porque en Nínive se habían convertido sus habitantes y hasta sus mascotas y, para colmo, el ricino que le daba sombra se había secado atacado por la bacteria de los pepinos. A Jonás le dio el pálpito de que el Señor andaba mezclado en el asunto y se lo dijo con cajas destempladas cuando vino a interesarse por los motivos de su enfado.

Mucho tiempo después, los discípulos de Jesús montaron en cólera cuando se enteraron de que los Zebedeos planeaban presentarse a las primarias para hacerse con el control del Reino, aunque ellos se defendían diciendo: “Han sido cosas de mamá”.

Jesús pasó también por momentos de indignación, y si no que se lo pregunten a los vendedores del templo. A Pablo, en viaje cultural por Atenas, le dio un sofoco de ira al ver la ciudad llena de ídolos y a tanta gente adorándolos, a unos en sus pedestales y a otros en los estadios, en los escaparates o en los consejos de administración de los bancos.

Podemos concluir que las indignaciones se encierran en dos: las que son razonables y las que no. Entre las segundas hay una que aqueja hace tiempo a algunos eclesiásticos y que está volcada en ciertos libros sobre Jesús que, sin citas en latín ni en alemán, consiguen que a la gente se le caldee el corazón y deduzca por sí sola que tan humano solo puede ser Dios mismo.

No debe ser mala voluntad, sino que la indignación se les ha ido desorientando y ha ido a parar a un sitio equivocado. Qué lástima desperdiciarla así ¿no?, con lo urgente que es tenerla centrada en causas que tanto la merecen.

daleixandre@vidanueva.es

En el nº 2.757 de Vida Nueva

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