¡Pobre Dios!

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“¡Pobre Dios! Tan olvidado se le tiene que los hombres pretenden organizar el mundo sin contar con Él, que es la misma justicia y equidad. Al final, no es que las cosas se hagan de espaldas a Dios, sino que están, muchas veces, abiertamente en contra del hombre”.

En su nombre se han enfrentado las gentes en mil inútiles batallas, que no trajeron más que destrucción en las casas y siembra de odios en los corazones. Llevaban delante el lábaro, el estandarte de Dios, pero los resentimientos, los deseos de venganza y de afán de ser dominadores y poderosos, eran los motivos y los signos que privaban.

En el nombre de Dios se levantaron murallas y cavaron fosos, más que para defenderse, para marcar territorios y poderío. En el nombre de Dios, se ponían grilletes y pesos, más que en los pies, en el corazón de los hombres, a los que se robaba no solo la libertad, sino su misma dignidad. Se tomaba el nombre de Dios en vano, se ultrajaba su honor.

Son lecciones de una historia mucho más cercana de lo que suponemos, y que nunca se acaban de aprender. Es que tenemos una mollera tan dura o tan llena y completa de arrogancia, que no nos caben ya los buenos capítulos, y que son los más, de la justicia, de la paz, de la misericordia, del perdón y de la amable convivencia como hermanos y amigos.

Cómo es posible que estando Dios en todo lugar y en cada día de nuestra existencia, los hombres se empeñen en vivir en un espacio y tiempos diferentes? Es que la gente se ha empeñado en vivir como si Dios no existiera y echara cuenta de lo que sucede en la conciencia y en el hacer de las personas.

¡Pobre Dios! Tan olvidado se le tiene que los hombres pretenden organizar el mundo sin contar con Él, que es la misma justicia y equidad. Al final, no es que las cosas se hagan de espaldas a Dios, sino que están, muchas veces, abiertamente en contra del hombre. Leyes injustas y malvadas que promueven y animan a la destrucción de los débiles e indefensos, sea en el primer capítulo de su existencia o en la despedida de este mundo. Los que estorban, fuera. Sin más.

Los pensamientos agustinianos de “si quieres llegar a Dios, deja que Dios vaya delante” y aquel otro de “no te escondas de Él, sino escóndete en Él”, no parece que se tengan muy en cuenta. Así nos van las cosas.

¡Pobre y querido Dios! Al final, y más allá de tanto desafuero, sigues pensando que por un solo justo que hubiera, salvarías la ciudad. ¡Pobre y muy generoso Dios!

Nos decía recientemente el papa Benedicto XVI que “el fanatismo, el fundamentalismo, las prácticas contrarias a la dignidad humana, nunca se pueden justificar y mucho menos si se realizan en nombre de la religión. La profesión de una religión no se puede instrumentalizar ni imponer por la fuerza. Es necesario, entonces, que los Estados y las diferentes comunidades humanas no olviden nunca que la libertad religiosa es condición para la búsqueda de la verdad y que la verdad no se impone con la violencia, sino por la fuerza de la misma verdad” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2011).

En el nº 2.757 de Vida Nueva

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