Una izquierda atea y una derecha sin Dios

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Sé de una romería andaluza, sacada de su ostracismo por un triste episodio bélico de la Guardia Civil y que, afectada más tarde por  el ardor iconoclasta de los setenta, creció en significación, aupada por unos socialistas que se desgañitaban dando vivas a mansalva, planeando incluso llevar la imagen a FITUR. No hablo del fervor rociero que antaño dibujara Alfonso Grosso en sus Con flores a María. Hablo de los nuevos fervores nacionalcatólicos del populismo que  nos invade.

Sé de un candidato popular que, al saberse ganador, hincó su rodilla en un reclinatorio y se sumió en una profunda oración. Eso sí, cuando se aseguró de que estaba la comparsa de la prensa. Sé de otro alcalde, socialista él, que en la euforia de la victoria se abrazó a la imagen de su patrona, que en ese día andaba de romería, dándole ebrios vítores. Ya ven. Un laicismo muy religioso el de este país. No hay rincón en el que no se haya cantado una salve, si con ella se ganaba un voto.

Tocan días de juramentos y promesas; de sonrisas y saludos; de alfombras y trituradoras de papel, que se agotan en las tiendas. Son días de vara alta en cortejos religiosos ¡No quiero pensar qué será este año la procesión del Corpus, con flamantes alcaldes estrenando bastón! Llegará el invierno y los pueblos de España volverán a su escenario habitual. Guareschi, Pepone y Don Camilo. La España que amanece con el Rosario de la Aurora y se acuesta renegando de los curas.

Andan los socialistas cabizbajos y sopesando si la andanada de sus leyes frescas y atractivas para los jóvenes les han valido la pena. Les pagan con acampadas en las plazas. Prefirieron el ditirambo irreflexivo y olvidaron llenar la despensa. Andan los populares eufóricos, con un mapa azulado, escobas en la mano y jaleados por un incipiente y lentamente potente grupo mediático, que se les revolverá a la vuelta de unos años. Ya les duelen los oídos de escuchar voces que les piden acabar con ciertas leyes socialistas contra las que tan en contra han estado en estos meses buscando audiencia.

A la Iglesia oficial, aunque el cuerpo le pida un gobierno del PP, o regionalista de derechas, no le viene mal tratar con un PSOE debilitado y noqueado. Se negocia mejor. Su fuerza está en la debilidad. Más fácil es negociar con gobernantes ateos o indiferentes, deseosos de colaborar y dialogar, que con gobernantes con eclesiologías y visiones determinadas y excluyentes. Ya lo decía aquel cura: “A mí me ha ido bien con el alcalde socialista; al menos, me arregló el tejado; pero este del PP, lo que busca es que todos se apunten al movimiento al que pertenece”.

Negociar con quienes apuestan por trasnochadas restauraciones católicas o con nuevos mesías religiosos, teledirigidos, dificultará, y mucho, la labor de entendimiento. Ya se oyen las voces de aquello que llegará.

Habrá que esperar para asistir, Dios no lo quiera, a una furibunda campaña, si el PP gana las elecciones generales de marzo, por parte de quienes pedirán derogar leyes, negociar convenios, erigirse en adalides de la catolicidad y condenar todo lo que se mueva. Así es el integrismo español. El poder viene de Dios y ellos son sus profetas. No se detienen ni ante el Trono ni ante el Altar. Si miedo me da una izquierda sin Dios, más me da una derecha sin Él.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.757 de Vida Nueva.

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