Jóvenes sin pastor

JUAN MARÍA LABOA | Profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas

“Podremos juzgar de mil maneras la protesta de los jóvenes en las plazas, pero no desdeñemos la simpatía que han suscitado en muchos más que no han participado, pero que sienten el mismo hastío y la misma desesperanza. ¿Quién les sugiere y acompaña en un momento providencial como este?”

A menudo, en parroquias, movimientos o grupos de religiosos no saben qué hacer con los jóvenes, una vez confirmados y atiborrados de información y prácticas religiosas; y los jóvenes abandonan nuestros centros porque no somos capaces de ofrecerles tareas y proyectos que les ilusionen y encaucen sus inquietudes. Podemos ocuparlos un año con la preparación de la JMJ, pero ¿qué hacemos después?

En la HOAC se les preparaba para ser trabajadores conscientes y testigos en un mundo difícil; en la JEC, a ser buenos profesionales y prepararse a dar razón de su fe; en la AC de Propagandistas, a conocer el mundo de la política y ser agentes de la Civilización del amor… ¿Y ahora? En algunos talleres se les atiborra de ideología, confundiendo el amor a Dios en los hermanos con la presencia dominante y competidora. ¿En los demás?

Podremos juzgar de mil maneras la protesta de los jóvenes en las plazas, pero no desdeñemos la simpatía que han suscitado en muchos más que no han participado, pero que sienten el mismo hastío y la misma desesperanza. ¿Quién les sugiere y acompaña en un momento providencial como este, en el que se les podría haber presentado la solidaridad de los cristianos en su búsqueda de un mundo distinto, más solidario, justo, trasparente e intransigente con la corrupción, el pasotismo y el “viva la vida” que predomina en nuestra política y en nuestra sociedad?

Me da la impresión de que hemos perdido una ocasión magnífica de estar presentes en ese momento, porque, en el fondo, mucho de lo que critican y exigen es criticable y exigido por los valores cristianos. Podemos hablar a destiempo y no acompañar cuando es el momento. Nos urge y, mucho, estar atentos a las preocupaciones y demandas de nuestros jóvenes y ser capaces de acompañarles en sus gozos y esperanzas, en sus quejas y propuestas.

En el nº 2.756 de Vida Nueva.

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