Hermann Scheipers: “La fe me mantuvo vivo en Dachau”

Sacerdote católico superviviente del Holocausto

JAIME VÁZQUEZ ALLEGUE | Además de los millones de judíos asesinados, en los campos de concentración nazis murieron cristianos, católicos que se negaron a renunciar a su fe. Uno de los pocos supervivientes del Holocausto es Hermann Scheipers, sacerdote católico alemán que permaneció más de cuatro años en el campo de concentración de Dachau. A sus 97 años, acaba de visitar Madrid y Granada para participar en el ciclo Dios presente en las tinieblas, que organizó el Centro Cultural Nuevo Inicio en colaboración con el Movimiento Cultural Cristiano.

Scheipers nació en 1913 en Ochtrup. A los 24 años fue ordenado sacerdote. A los pocos meses, el gobierno nazi lo nombró visitador espiritual de los presos polacos de los campos de concentración alemanes. En menos de un año, se encontró preso en Dachau, uno de los centros de exterminio más crueles del Reich.

¿Cómo llegó al campo de concentración en tan poco tiempo?

Actuando como padre espiritual de los presos polacos, comencé a denunciar la situación en la que se encontraban. Rápidamente, la Gestapo me acusó de ser enemigo del Estado y comenzó un proceso por el que fui acusado y condenado sin juicio. Permanecí seis meses en una cárcel en Leipzig. Durante este tiempo recibí presiones y amenazas para abjurar de mi fe y renunciar al sacerdocio. Un día, un soldado nazi se mofó de mí y del celibato sacerdotal. Se me ocurrió decirle que tampoco Hitler estaba casado. Aquel hombre formuló una denuncia contra mí que hizo que me trasladaran a Dachau, también sin juicio, pero acusado de ser enemigo del Estado por motivos ideológicos.

¿Qué se encontró en Dachau?

Llegué en 1941 y estuve en el campo de concentración hasta 1945, unos meses antes de su liberación. Por mi condición de sacerdote, me hicieron encargado del servicio de comidas. También me tocó estar en los turnos de limpieza durante mucho tiempo. En esos cargos estuve durante varios meses. En Dachau pude ver las enormes atrocidades que realizaban los nazis. En aquellas circunstancias, ofrecí a Dios todo el dolor y me encomendaba constantemente recordando que el mismo Jesús había sido condenado sin derecho y sin juicio. Aquello me daba fuerzas y me permitía seguir adelante. La fe me mantuvo vivo. Me llegué a sentir un apóstol de Jesús. Hoy me sigo considerando un apóstol del Señor.

Una identidad numérica

Aún conserva un trozo de tela, con un número y un triángulo, de la camisa que vestía en Dachau. ¿Qué significan?

El número 24.255 era mi identidad. El triángulo rojo boca abajo, el signo que nos señalaba como enemigos del Estado. Lo llevábamos los presos políticos, los comunistas y los sacerdotes. Con el tiempo, pude acceder a las actas de la Gestapo y a los informes de los presos que el Reich custodiaba en la Oficina de Seguridad de Berlín. Allí descubrí mi ficha y un informe en el que se decía que había sido condenado por ser un defensor fanático de la Iglesia y por ser propenso a generar intranquilidad entre la población reclusa, por lo que ordenaban mi internamiento en Dachau.

Vio morir a miles de presos, desaparecer a millares de personas, fue seleccionado para morir en las cámaras de gas…

Sí, la gente desaparecía y no volvías a saber de ellos. Era algo espantoso. Yo mismo fui seleccionado para morir en las cámaras de gas, pero el campo de concentración no tenía cámaras de gas, por lo que me mandaron a un campo de extermino en Austria. Durante el viaje, me escapé. Yo creo que fue un milagro de Dios. No encuentro otra explicación. Un milagro de Dios, que me eligió para ser testigo y testimonio de la persecución que el régimen nazi ejerció sobre la Iglesia. No olvide que tanto Hitler como Stalin pretendían crear una nueva religión para la que te exigían tu total entrega. Hitler tenía la intención de construir su imperio sobre las confesiones cristianas. Por eso me decían que o era alemán o era cristiano. Pero que ser las dos cosas a la vez era imposible.

Dios le ayudó a sobrevivir al dolor en el campo de concentración y le libró de la muerte. Para usted fue un milagro. ¿Y qué me dice de los millones de judíos asesinados, o los miles de sacerdotes católicos que murieron en las cámaras de gas?

Es verdad, Dios podía parecer ausente, pero no, estaba allí, en medio del dolor, reviviendo su dolor en la cruz, en el sacrificio, en la persecución, en la humillación. Dios estaba a nuestro lado. Me acompañó siempre. Mi liberación fue un milagro, un don de Dios que me ha convertido en apóstol de Jesús y testimonio de su Evangelio. Me salvó permanecer fiel a Dios, a mi sacerdocio y a mi compromiso con la Iglesia.

En el nº 2.756 de Vida Nueva

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