Anastasio Gil: “El misionero es la mejor apuesta para la humanidad”

Nuevo director de Obras Misionales Pontificias

FRAN OTERO | Anastasio Gil (Segovia, 1946) llegó a la pastoral misonera, como él mismo dice, “por sorpresa”. Su formación y dedicación hasta 1999 estuvieron ligadas a la educación y catequesis. De hecho, además de doctor en Teología, es diplomado en psicología educativa, y fue subdirector del secretariado de la Comisión Episcopal de Catequesis. Aquel año, 1999, el presidente de la Comisión Episcopal de Misiones, ahora el cardenal Carlos Amigo, le propuso dirigir el secretariado de su departamento, cargo al que se añadiría la subdirección de las OMP dos años después. [Siga aquí si no es suscriptor]

En los últimos tiempos, ha sido la mano derecha del ya ex director, el arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez. Anastasio coge ahora el testigo –tomó posesión hace tres semanas– y la pastoral misionera en España pasará por sus manos. Ha empezado con la Asamblea de Delegados Diocesanos de Misiones y la toma de sus primeras decisiones.

¿Le sorprendió el nombramiento?

Sentí una profunda alegría. Servir a la Iglesia desde y en la actividad misionera es un privilegio.

Pero no hay nada que no conozca…

Llevo diez años en las OMP, dos más en la Comisión Episcopal de Misiones. En total, doce años de contacto directo con la cooperación misionera. El trabajo va a ser el mismo que el que he venido haciendo. Ahora se añade un plus, porque tengo que tomar la última decisión.

Usted tiene formación en psicología educativa y trabajó en catequesis, ¿por qué ese cambio a la pastoral misionera?

Fue por sorpresa. El entonces presidente de la comisión, Carlos Amigo, me propuso para ser el director del secretariado, una llamada que me invitó a aceptar el secretario general del Episcopado. Me di cuenta de que llegaba a un mundo distinto, pero me ha desbordado en gratuidad.

¿Se había planteado ser misionero?

Sí. En la adolescencia tuve cierta inquietud por ir a misiones, incluso estuve en contacto con el seminario del IEME, entonces con sede en Burgos. Aquello no cuajó y comencé mi singladura sacerdotal en una parroquia, colegio… Ahora mi misión está aquí, porque la vocación misionera no está en propiedad de los que están en territorios de misión; se debe a la fe y a la vocación que cada uno ha recibido.

¿Cuál es, por llamarlo de alguna forma, su programa de gobierno?

Puedo concretar las tres decisiones que he tomado desde que soy director. En primer lugar, dar prioridad a los misioneros y, para ello, estamos elaborando un listado de misioneros. No me importa el número [son unos 14.000]; me importa cada misionero y misionera, que se sientan queridos, apoyados y arropados. En segundo lugar, estar muy cerca de las delegaciones diocesanas para trabajar en la integración de la dimensión misionera en la pastoral ordinaria. Por eso, me iré desplazando por toda España para compartir trabajo y opiniones con los equipos y el obispo. Espiritualmente, ofrezco la misa, todos los días, por misioneros y bienhechores.

España, potencia misionera

¿Es España una potencia misionera?

España cuenta con el mayor número de misioneros por el mundo. Es para dar gracias a Dios. Además, es el segundo país que más coopera con la actividad misionera. Se debe al dinamisno de las comunidades cristianas, parroquias e Iglesia diocesana.

¿Hay razones para el optimismo?

Estoy cansado de que muchos cristianos manifiesten una especie de nostalgia del pasado, creyendo que a la Iglesia le quedan tres telediarios. La Iglesia en España muestra su permanente juventud a través de la misión. Y si cruzamos a la otra orilla, veremos cómo se expande el Evangelio. No tenemos motivos para la nostalgia o el pesimismo. Ofendemos a Dios.

¿Afecta la crisis económica?

Sí. Pero también el secularismo, que provoca que la gente buena, al perder vibración de fe, valore más un proyecto de cooperación que el de carácter apostólico.

¿Qué debe mejorar la Iglesia?

Proliferan las misiones privadas, como parcelas, y perdemos la universalidad. Pronto los obispos publicarán unas orientaciones sobre la cooperación misionera en las que se apunta la prioridad de las OMP para garantizar la universalidad.

Con crisis, secularización… ¿por qué hay que seguir apoyando a los misioneros?

Un misionero es el exponente claro de la dimensión solidaria del ser humano. Contemplar como un hombre o mujer, al margen de los motivos, es capaz de olvidarse de sí mismo para ayudar a los más necesitados, no solo es digno de admiración, sino también de complicidad. Para ser solidario con la humanidad, hay que descubrir el ejemplo de un misionero. Encarna la identidad del voluntario, distinta a la del cooperante. Este último se desplaza por catástrofes naturales o bélicas; el misionero no necesita ir, ya está allí y allí se queda. Es la mejor apuesta para una humanidad en la que sea posible la dignidad de la persona en todas sus dimensiones.

En el número 2.755 de Vida Nueva

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