Una Iglesia que lucha por seguir en pie

El terremoto en Lorca, una llamada a la solidaridad

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | El domingo 15 de mayo era un día de fiesta en el que miles de niños recibían su primera comunión. Así sucedió en toda España. Salvo en Lorca. Del centenar de chavales que iban a vivir esa celebración en cualquiera de las trece iglesias de la ciudad murciana, solo siete pudieron hacerlo: en medio de la plaza de San José, bajo una carpa portátil y en un ambiente íntimo y recogido. [SOLIDARIDAD CON LORCA: Cáritas: 0049 1892 62 2110547428 | Diócesis de Cartagena: 2043 0090 38 2000560158] [Siga aquí si no es suscriptor]

Y es que Lorca era (y seguirá siendo por un tiempo difícil de determinar) una ciudad aturdida, triste. Cuatro días antes, el miércoles 11, minutos antes de las siete de la tarde, dos terremotos, de 4,4 y 5,1 en la escala Richter, habían acabado con la vida de nueve personas (entre las que había un menor y dos embarazadas), producido decenas de heridos y afectado a un número importante de edificios. Durante varios días, tuvieron que pasar la noche al raso muchos de los más de 90.000 habitantes de la ciudad. Otros se habían ido a los pueblos de alrededor. Todos con la misma congoja e incertidumbre de saber cuál era el estado de sus hogares.

Testigo directo de los hechos, su pastor, el obispo de Cartagena, José Manuel Lorca Planes. Tras sentir en el Palacio Episcopal, en Murcia, el temblor del primer seísmo, no dudó en desplazarse inmediatamente a Lorca. En cuanto llegó, se encontró con el segundo impacto, el que verdaderamente ocasionó la tragedia. “Será muy difícil de olvidar lo que vi. Me rodeaban el desconcierto más absoluto, los rostros del nerviosismo, de la impotencia, de la incomprensión”, relata el prelado a Vida Nueva. “Entonces –prosigue–, lo único que podía hacer era escuchar, atender y prestar mi hombro para que la gente expresara los sentimientos que brotaban de su corazón”.

Lorca Planes, testigo directo de la tragedia

El obispo, quien estuviera diez años de sacerdote en Lorca, se muestra “destrozado” por este “reto de la Naturaleza”. Así, aunque las circunstancias planteen un “debate entre la razón y la fe”, repite lo que les explicó a los familiares de las víctimas en el funeral que tuvo lugar el viernes 13, con la presencia de los Príncipes y el presidente del Gobierno, entre otras autoridades: “Son lógicas la desesperación, la angustia y el dolor. Pero hemos de buscar, con el tiempo, la respuesta a nuestras preguntas. Y esta está en Dios. Hemos de confiar en Él, buscando el sentido de la vida al que tantas veces hemos dado nuestro sí”.

Consciente de la dificultad de esta tarea, pide la ayuda de toda la comunidad cristiana. Y, muy especialmente, de los sacerdotes: “A ellos también les vi llorar, impotentes al ver los destrozos en las iglesias. Les acompaño y les pido que sean testigos de la presencia de Dios. Los edificios se pueden volver a levantar, pero hemos de recuperar a las personas tomadas por el miedo”.

Materialmente, el desastre ha sido devastador en el patrimonio eclesiástico. Como explica el vicario episcopal de Lorca, Francisco Fructuoso, tras la inspección, junto a un equipo de arquitectos, la conclusión fue clara: todas y cada una de las trece iglesias de la ciudad están dañadas. Hasta el punto de que permanecerán cerradas durante un tiempo indeterminado. Aunque, aclara, “todas serán rehabilitadas”. Para lo cual “será necesaria una inversión muy grande, en tiempo y en dinero”.

La diócesis tendrá que realizar un gran esfuerzo, pero esperan no hacerlo solos, ya que el centro de Lorca, en el que hay varios templos, está catalogado como Bien de Interés Cultural con categoría de Conjunto Histórico. De ahí que esperen la ayuda de las administraciones públicas y que no se impongan posibles “olvidos”: “Estamos en tiempo de crisis y de dificultades económicas… Por ahora, todo lo que ha llegado desde las instituciones son buenas intenciones. Esperemos que sea así dentro de un tiempo, cuando Lorca desaparezca de la primera línea mediática”. De momento, una buena noticia ha llegado desde el sector privado: una empresa local de cementos ha anunciado que asumirá los costes de la rehabilitación de la iglesia de Santiago, cuyo crucero quedó totalmente derruido.

La prioridad, como señala Fructuoso, es “la atención de los fieles, continuando con las celebraciones eucarísticas y con las distintas actividades pastorales”. Para ello, “cada párroco, contando con nuestra coordinación, busca en los alrededores de su iglesia el lugar en el que celebrar la misa. Por suerte, muchos salones parroquiales permanecen sin daños. Donde no es así, la idea es que las ceremonias tengan lugar en los propios barrios”.

Para solucionar la cuestión de los niños que se hayan quedado sin recibir la primera comunión, se piensa en el pabellón Santa Quiteria, donde tuvo lugar el funeral. Entre las actividades pastorales que son prioritarias en Lorca, y que se continuarán pese a las dificultades, estaría la atención a los inmigrantes, que suponen un 20% del total de la población. Aparte de que muchos de ellos están padeciendo con fuerza las consecuencias de la crisis, gran parte de los afectados por el seísmo son extranjeros.

Conventos destruidos

Pero, además de las iglesias, también ha sufrido mucho el resto del patrimonio eclesial. Es el caso del convento franciscano de la Virgen de las Huertas, que alberga la talla de la patrona de la ciudad –ha sido una escena habitual de estos días ver sacar del exterior de los templos, con gran riesgo para los aventurados, imágenes o sagrarios–, o el de las clarisas. El testimonio de la madre superiora de este último convento, María Jesús García, se ha convertido en un símbolo del sentimiento que invadió a los lorquinos el 11 de mayo.

Después de 40 años bajo un mismo edificio (construido 16 años antes) y de constantes esfuerzos para la mejora de sus instalaciones, unos minutos fueron suficientes para derruir el techo de la capilla y dejar la torre a punto de caer: “Me quedé helada. Era como tener un tesoro y perderlo, todo hecho migas en un momento. (…) Hacía una hora del terremoto. Seguíamos en silencio. Ni una palabra, o unas pocas. Entonces rompimos a llorar y miré al cielo y me pregunté: ¿por qué? No sé, una es religiosa, sí, pero es humana también…”, declaró María Jesús al diario murciano La verdad.

Dos jóvenes rezan en uno de los campamentos para evacuados

Mientras siguen llegando muestras de solidaridad –el obispo ha recibido las condolencias de la Santa Sede, la Conferencia Episcopal y numerosos obispados, entre otras instituciones eclesiales–, la “normalidad” vuelve poco a poco a Lorca. Muchos de los que tuvieron que dejar sus casas ya han regresado. Pero aún hay más de 4.000 personas que permanecen instaladas en campamentos (ahora hay uno central) y no saben qué pasará con sus hogares –los primeros cálculos oficiales hablan de un coste de 70 millones de euros para que la ciudad recupere la situación previa al seísmo–. Los vecinos piden que no se les olvide. Aunque pasen el tiempo y los focos. Al menos saben que la Iglesia, pese a que sus edificios se tambaleen, lucha por que entre todos se mantengan en pie.

Son víctimas, pero están activos

Hay ocasiones en que los habituados a ofrecer solidaridad a cambio de nada, de la noche a la mañana, pasan a ser también víctimas. Es lo que ha ocurrido en Lorca, donde las instituciones eclesiales de acción social han resultado muy afectadas por el terremoto. Un caso paradigmático ha sido el de Cáritas, cuyos voluntarios han debido abandonar seis de sus sedes parroquiales.

Lo mismo ha sucedido con un albergue, un ropero, un centro de atención a inmigrantes y los tres espacios dedicados a menores. Solo se han mantenido sin daños un piso tutelado y un almacén de alimentos, ahora utilizado como punto de distribución para atender a las víctimas. Pese a las dificultades, Cáritas no ha cortado la solidaridad. Trasladando todas las donaciones de materiales (alimentos y enseres de primera necesidad) a su sede de Murcia, desde allí coordinan la acción de ayuda hacia Lorca. Como han explicado sus responsables, este es el momento de volcarse con los que más sufren. Aunque ellos formen parte de los afectados.

En el número 2.754 de Vida Nueva.

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