Olivier Richard: “Cambié los senderos de África por las calles de Madrid”

Voluntario internacional de la JMJ 2011

FRAN OTERO | No es fácil hoy ir contracorriente, hacer casi lo contrario de lo que las convenciones sociales y el pensamiento actual proyectan para cada persona. Unos buenos estudios, un buen trabajo, un buen sueldo, un buen coche… Nada se hace gratis, todo vale algo, y si hay que pisar a alguien para triunfar, se hace. Lo explica muy bien el personaje que interpreta Al Pacino en Esencia de mujer: si es necesario, se vende a alguien para comprar el futuro. Pues bien, con todo esto ha roto Olivier Richard, francés de 24 años, recién licenciado en Empresariales y voluntario internacional de la JMJ Madrid 2011 a tiempo completo.

También su novia, Alexandra, lo hizo; ella dejó su trabajo de profesora en París para acompañar a su prometido. Lo decidieron hace casi año y medio durante un retiro en los Alpes, lugar donde Olivier le pidió matrimonio –se casan en julio–. Allí había otras parejas que habían decidido comprometerse con alguna labor en la Iglesia (solidaria, cultural…), eran decisiones importantes.

“Nosotros pensábamos hacer algo en Asia o en África hasta que me encontré con Yago de la Cierva en Roma; yo estaba haciendo prácticas en Radio Vaticano, y me propuso trabajar para la JMJ como voluntario”, explica.

Tanto él como Alexandra vieron que “la llamada era de Dios” y decidieron cambiar, como el propio Olivier dice, “los senderos de África por las calles de Madrid”. Y eso que no le gusta mucho el tráfico o el ruido de la capital española; sí la acogida, pues le tratan “muy bien”.

Trabaja en el área cultural de la JMJ como encargado de los conciertos y su novia en un colegio en Pozuelo de Alarcón. Que tomaran la decisión rápido, y con una boda por preparar, no fue del agrado de su entorno. Les llamaron “locos” por dejarlo todo y marcharse. Sus amigos se sorprendieron y les dijeron que estaban “malgastando su carrera”. A pesar de la dificultades y de los miedos, Olivier reconoce que haber tomado la decisión con su pareja y con Dios le ha dado “mucha paz interior”.

La experiencia no puede ir mejor. Dice que está transformando su vida y la manera en que la ve. Reconoce haber aprendido a ver las verdaderas prioridades: “Al principio, el sentido de la vida pasaba por ser el jefe de una empresa, en tener mucho dinero… Pero si veo que el Señor me llama a otras cosas, lo dejaré todo”.

A pesar de que conoce la JMJ sobradamente, será para él la primera. “La JMJ es una experiencia de la Iglesia universal, con muchos espejos, que ayuda a alcanzar el encuentro personal con Cristo. El cristiano del siglo XXI debe tener este encuentro; si no lo tiene, no será cristiano”, afirma.

Por una sociedad del ser

Por ello, no escatima en palabras a la hora de lanzar una invitación para que se sume más gente en esta recta final. Un evento que contará con el aliciente de la visita de Benedicto XVI, a quien ve como “el servidor de los servidores”. “Pueden decir que es un hombre muy poderoso, el líder de más de 1.000 millones de fieles; pero cuando uno ve que tiene 84 años y todo lo que hace, se da cuenta de que es un ejemplo de servicio”.

El legado que puede dejar la JMJ es, para él, la esperanza de que es posible vivir de manera distinta, alejadada de uno de los males de la sociedad, el consumismo. “La JMJ es un signo para nuestra generación, un signo de que existe algo distinto, una manera de vivir en la que el ser no venga dado por el consumo. Se trata de construir una sociedad del ser y no del tener”.

Si esto se hace, se podrán alcanzar milagros como el que cierra la conversación: que 20 jóvenes de uno de los barrios más pobres de París participen en la JMJ. “¡Parecen pocos, pero son un mundo! Esto es la JMJ”, añade. Se trata, concluye, de llevar humanidad a sitios donde no la hay.

EN ESENCIA

Una película: Las aventuras de Rabbi Jacob, con Louis de Funès.

Un libro: la Biblia.

Una canción: Adagio, de Albinoni.

Un rincón del mundo: la casa de mis abuelos en los Alpes franceses.

Un deseo frustrado: saber tocar música.

Un recuerdo de la infancia: hacer vela con mi padre.

Una aspiración: ser santo.

Una persona: Alexandra, mi prometida.

La última alegría: un fin de semana cocinando.

La mayor tristeza: la pérdida de mi abuelo.

Un sueño: hacer feliz a mi mujer.

Un regalo: un sonrisa, una mirada, un abrazo.

Un valor: merecer la confianza de los demás.

Me gustaría que me recordasen por… no para nosotros, Señor, sino para gloria de tu nombre.

En el nº 2.754 de Vida Nueva.

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