Desmantelamiento de algunos centros teológicos

JUAN RUBIO | Algunos de los centros de estudios eclesiásticos de España sufren un progresivo “desmantelamiento”, como si se tratara de centrales nucleares, instaladas hace años, y que deben desaparecer por ser peligrosas para la salud. Los garantes de la ortodoxia, con patente de corso, sintiéndose propietarios de la Iglesia, ya montaron el andamiaje para su desmantelamiento. Solo esperan que se cumplan los plazos de una estrategia bien definida, diseñada y no disimulada.

Los jesuitas en Deusto (Bilbao), Cartuja (Granada) y Comillas (Madrid), hartos de sutilezas eclesiásticas, aquejados por la escasez de vocaciones, empezaron a mirar para otra parte, y apostaron prioritariamente por Comillas. Pese a algunas dificultades, siguen trabajando con prestigio y profesionalidad, sin perder su dignidad y misión, con el apoyo que desde Roma se da a su tarea.

En los otros lugares, los jesuitas harán un trasvase a los estudios universitarios generales, públicos o privados, sin perder su identidad y misión, fieles a las directrices de las últimas Congregaciones Generales. Comillas no renunciará a sus facultades de Teología o Derecho, como, en un futuro pudiera suceder con Deusto y Cartuja.

Por otro lado, Valencia y Cataluña mantienen otros ritmos y no son objeto de deseo, como tampoco lo es la Facultad del Norte, con sus sedes en Burgos y Vitoria, o la de Navarra, del Opus Dei.  En Madrid, San Dámaso lucha denodadamente por convertirse en el centro teológico de referencia en España. Si Salamanca lo fue en el siglo XVI, Madrid desea serlo en el XXI. Es la hoja de ruta que cuenta con abundantes bendiciones, y se tiene en cuenta incluso para la provisión de sedes episcopales. Y, para ello, se ponen todos los mimbres.

Hay obispos que, cuando llegan a sus diócesis, lo primero que hacen es adscribir su seminario o centro de estudios a la facultad madrileña, de la que el cardenal Rouco Varela es el Gran Canciller. El caso más reciente es el del arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, quien, poco confiado con la tierra andaluza, ha inscrito en Madrid al centro sevillano, arrebatándolo a Cartuja. Lo mismo hizo en su momento el arzobispo granadino, Javier Martínez, con un desprecio a la facultad granadina, de cuyo cuadro de gobierno forma parte.

Algunos obispos, como sucedió en Palencia, ya llevaron en su nombramiento el encargo de afiliarse a la madrileña San Dámaso. Y así se va completando un alumnado formado por centros adscritos, religiosas y sacerdotes que proceden de otros lugares del mundo.

Y continúa preocupando el progresivo desmantelamiento de Salamanca, la Universidad de la Conferencia Episcopal. De ella dependen, como sucede en Comillas, una buena cantidad de seminarios. Tres centros, adscritos a ella, vienen luchando por su futuro: el Instituto Superior de Pastoral, en el campus de Madrid; el Instituto de Vida Religiosa, de los claretianos; y el Instituto Teológico Compostelano.

En momentos en los que hay que unir fuerzas, sobra la desconfianza y falta la empatía para proyectos comunes. Esta manía de fraccionarse, dividirse y zaherirse tan española, aflora en la lucha de las aulas. Hace falta gente lúcida que, lejos de usar el ámbito universitario, lo sepa situar en el corazón de una cultura moderna sin cerrar círculos, dejando entrar el aire.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el número 2.753 de Vida Nueva

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