‘Agua para elefantes’: poco pan y mucho circo

J. L. CELADA | El circo, durante años autoproclamado “mayor espectáculo del mundo”, ha reunido desde siempre bajo su carpa toda suerte de “maravillas, rarezas y prodigios”. También de penurias, porque –con la salvedad del exitoso Cirque du Soleil– pocas manifestaciones artísticas han encarnado mejor la decadencia de un género, de una profesión y del propio universo de sueños (imposibles) e ilusiones (rotas) que ha venido alimentando y representando a lo largo del tiempo con la ayuda de sus fieras, sus payasos o sus acróbatas.

Lo veíamos no hace tanto con la inclasificable Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia, pero antes nos lo mostraron Henry Hathaway en El fabuloso mundo del circo, e incluso Tod Browning y su grotesca Freaks (La parada de los monstruos).

La penúltima entrega ambientada en estos microcosmos nómadas y endogámicos nos llega de la mano de Francis Lawrence y su adaptación de un best seller de la canadiense Sara Gruen: Agua para elefantes.

Ayudado por la pluma de Richard LaGravenese (cuya reputación como guionista de El rey pescador o Los puentes de Madison no sale aquí demasiado bien parada), el realizador de origen austríaco nos traslada al estadounidense 1931 de la Gran Depresión. Un joven polaco a punto de ser veterinario queda repentinamente huérfano y en la ruina, y acaba dando con sus huesos en un tren circense. Emprende entonces un viaje incierto, tratando de sobrevivir al hambre de la época, mientras descubre las relaciones que rigen su nueva familia. Todo un catálogo de celos, (in)fidelidades, traición y venganza que dan forma a la otra vertiente esencial de esta historia: el melodrama de amores prohibidos, que no entiende de jerarquías ni amenazas.

Integran el clásico triángulo de la discordia el dueño del negocio (Christoph Waltz), su esposa y principal estrella de la función (Reese Witherspoon) y el recién acogido en este hogar ambulante (Robert Pattinson), un aprendiz que pasará de limpiar el estiércol de los animales al adiestramiento de la última adquisición de la caravana: una elefanta que no solo arranca los aplausos de un público deseoso de huir de la realidad, sino que con su presencia contribuye a trazar el perfil psicológico del trío protagonista. El mimo o el maltrato en su cuidado –argumentos socorridos de estas producciones– son el mejor indicador para conocer a los humanos que conviven con ella.

En suma, romanticismo, algo de acción y cierta nostalgia (toda la película está narrada en flashback) se dan cita en una modélica puesta en escena que, sin embargo, deja la sensación de que Agua para elefantes ofrece al espectador poco pan y mucho circo. Un entretenimiento respetable, sí, pero incapaz de saciar el apetito cinéfilo de cuantos seguimos creyendo en el “más difícil todavía” del séptimo arte.

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: Water for elephants

DIRECCIÓN: Francis Lawrence

GUIÓN: Richard LaGravenese, sobre la novela homónima de Sara Gruen

FOTOGRAFÍA: Rodrigo Prieto

MÚSICA: James Newton Howard

PRODUCCIÓN: Gil Setter, Edwin Staff, Andrew Tennenbaum

INTÉRPRETES: Reese Witherspoon, Robert Pattinson, Christoph Waltz, Hal Holbrook, Mark Povinelli, Paul Schneider

En el número 2.753 de Vida Nueva

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