Editorial

Juan Pablo II, un modelo para la Iglesia hoy

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EDITORIAL VIDA NUEVA | La Plaza de San Pedro acogió en la mañana del pasado día 1 de mayo la beatificación de Juan Pablo II, probablemente el acto de estas características que ha contado con mayor participación de fieles y mayor atención mediática en la historia de la Iglesia. Benedicto XVI declaraba beato a su antecesor, el paso previo para la canonización, que, según algunas de las informaciones que se han ido recogiendo en estos días, no podría tardar mucho. Ha asistido una gran cantidad de cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, que acompañaron esta celebración en la que la figura del papa Wojtyla llenó todos los espacios y tiempos durante el largo fin de semana romano.

Un recuerdo agradecido, un homenaje póstumo. El mismo Benedicto XVI justificó la celeridad del proceso apelando a la voz del Pueblo de Dios que, el mismo día de la muerte, pidió que fuera elevado a los altares. Una celebración sin duda histórica y sobre la que se ha escrito mucho a favor y en contra. Nadie duda, sin embargo, de que el acontecimiento se enmarca con luz propia en los anales de la Iglesia, pero también en los anales de la historia general.

Pocos dudaron, tras la muerte del papa Wojtyla, en calificarlo como “Grande”. Su biografía papal, así como su trayectoria previa, estaba cargada de significación. Un Papa que cambió el modelo del pontificado en el mundo y que, en sus largos viajes, no dudó en hablar de la justicia, de la paz, del perdón, trabajando en paralelo para mostrar el rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy. Lo hizo en sus discursos, documentos y homilías. Y también en sus gestos, que, en él, no dejaban lugar para la duda. Empeñado en llevar a la Iglesia al Tercer Milenio, celebró el Jubileo del Año 2000 como un acontecimiento clave para la vida de la institución, pero también para su presencia en el mundo.

Significativa fue su palabra en el campo de la política, de la ciencia, de la economía, de la cultura, etc. No hubo tema del que no hablara y situación en la que no presentara el mensaje del Evangelio, partiendo de dos grandes invitaciones que marcaron una época. Una dirigida a todos los hombres y mujeres, a los regímenes políticos y a los sistemas filosóficos: “¡No tengáis miedo. Abrid las puertas al Redentor!”; y otra invitación a la Iglesia en el umbral del nuevo milenio: “¡Bogad mar adentro!”.

Junto a su significación histórica, en esta beatificación se ha puesto de manifiesto su fuerza espiritual, su gran don a la Iglesia que ahora lo eleva a los altares. Y hay aquí otra clave importante de este acontecimiento. En Juan Pablo II, la Iglesia advierte y contempla virtudes que pueden ayudar a los cristianos hoy a seguir a Jesús. Juan Pablo II confiaba mucho en los modelos de santidad y, prueba de ello, ha sido la gran cantidad de cristianos a los que ha elevado a los altares.

En esos criterios, la Iglesia hoy no puede por menos que declarar que su vida, su entrega al ministerio, su talante y su trayectoria son dignas de ser imitadas en tanto y en cuanto muestran los valores del Reino. Y la Iglesia los propone como modelo ante los demás. No se debe de ir más allá, queriendo hacer de la declaración de virtudes una crítica histórica. A la Iglesia le corresponde ahora continuar su camino en la historia, aprendiendo de quienes nos han precedido con el signo de la fe, algunos de los cuales son propuestos como modelos.

El camino de la Iglesia en el mundo no es otro, como bien dijo Juan Pablo II, que el camino del hombre, según el modelo de Jesucristo. Hacer ver hoy este mensaje con fuerza, con sencillez y con energía, con libertad y profundo amor, es el gran regalo que hoy nos ofrece la figura del nuevo beato Juan Pablo II.

Editorial de Vida Nueva correspondiente al número 2.752 (del 6 al 13 de mayo de 2011).

ESPECIAL BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II