Daño Colateral

JOSÉ Mª RODRÍGUEZ OLAIZOLA | Sociólogo jesuita

“Solo una nota del Vaticano insistía –sin peros– en que no es cristiano alegrarse de una muerte en esas circunstancias. Me siento reconfortado por esa voz de la Iglesia. No sé si esa muerte habría podido evitarse, pero tiene toda la pinta de una ejecución, una justicia sin juicio”.

Esta mañana (del día en que escribo) se ha difundido la noticia de la muerte de Osama Bin Laden. No sé si en unos días (cuando leáis esta columna) habrá aparecido más información. Por el momento, cuentan los cronistas que en un asalto a la casa en la que estaba escondido han muerto también un hijo suyo, otro hombre y una mujer, a la que querían utilizar como escudo humano.

En el telediario, multitud de personas se regocijaban por la “gran noticia”. Solo una nota del Vaticano insistía –sin peros– en que no es cristiano alegrarse de una muerte en esas circunstancias. Me siento reconfortado por esa voz de la Iglesia. No sé si esa muerte habría podido evitarse, pero tiene toda la pinta de una ejecución, una justicia sin juicio y una aplicación de la pena de muerte –con la que estoy en desacuerdo, sea cual sea el delito del infractor, porque quitar la vida no debería estar en nuestra mano–.

En cualquier caso, llevo todo el día pensando en la mujer. ¿Estaría allí por su voluntad, otra víctima más de un fanatismo dispuesto a la inmolación en nombre de no sé muy bien qué convicciones? ¿Estaría retenida contra su voluntad, amenazada y utilizada como escudo humano, víctima, por tanto, de uno y otro bando en ese diálogo grotesco de la violencia? ¿Sería madre? ¿Dejará niños huérfanos, que en el futuro se sumarán a la espiral del odio? ¿Tendría miedo?

Todo es un sinsentido. La lógica de la muerte solo engendra más muerte. No sé si otras dinámicas son posibles. ¿Es inevitable construir la seguridad sobre la sangre? ¿Es la venganza una forma de justicia? ¿Es ingenuo querer creer en otra forma de afrontar los conflictos? No lo sé. Pero, por todas esas víctimas inocentes, daños colaterales de conflictos interminables, hoy solo cabe pedir “perdón”.

jmolaizola@vidanueva.es

En el nº 2.752 de Vida Nueva.

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