Baltazar E. Porras:”Ser creyentes nos invita a convivir en medio de lo diverso”

Primer vicepresidente del CELAM

JOSÉ LUIS CELADA. FOTOS: LUIS MEDINA | Arzobispo de Mérida (Venezuela) desde 1991, Baltazar Enrique Porras Cardozo ha sido también durante el cuatrienio 2007-2011 primer vicepresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), cuya próxima Asamblea General tendrá lugar del 16 al 21 de mayo en Montevideo. Una cita a la que acude con la esperanza de que este organismo “retome con mayor entusiasmo su papel animador”, para que la Iglesia del subcontinente avance hacia la necesaria “conversión pastoral”. Desde esta exigencia, advierte contra una “postura apologética y condenatoria” de la misma y defiende que “ser creyentes en un mundo secular nos invita a convivir en medio de lo diverso”.

¿Qué espera de la próxima Asamblea General del CELAM en Montevideo?

Cada Asamblea General es un momento privilegiado de comunión episcopal. La presencia de los 22 presidentes de las conferencias episcopales del subcontinente, los 22 delegados de cada una de ellas, y los que han ejercido durante el cuatrienio la dirección del CELAM, permite un conocimiento, intercambio y fraternidad que animan más al servicio y ayuda mutua entre los países, lo que, a pesar de una cierta homogeneidad y cercanía, no siempre se traduce en cooperación.El CELAM es un catalizador de las esperanzas de nuestros pueblos.

Espero que la próxima Asamblea retome con mayor entusiasmo el papel animador del CELAM para avanzar en temas como la conversión o reingeniería pastoral desde un análisis más profundo del cambio de época y su incidencia en lo religioso. También que potencie el intercambio entre las regiones, dadas las implicaciones comunes de situaciones como la emigración, el comercio regional, la droga… Y en el campo más específico eclesial, avanzar en propuestas novedosas de formación, intercomunicación más intensa a través de las nuevas tecnologías, los observatorios sociopastorales; y, por supuesto, la presencia profética y sanante de la Iglesia en el campo de lo social y las nuevas formas de pobreza.

¿El futuro de la Iglesia católica sigue pasando por América Latina, o el presente deja ya señales de los mismos problemas que aquejan a la vieja Europa?

En un mundo globalizado, los problemas del primer mundo inciden también en el nuestro. Querámoslo o no, los centros de decisión siguen estando en el norte. Sin embargo, la secularización tiene matices distintos entre nosotros. La confianza en la trascendencia, en lo religioso en general, sigue siendo un elemento dinamizador del pueblo latinoamericano. Sin vanidades estériles: el futuro de la Iglesia católica, no solo por el número, sino por su vitalidad y creatividad, está en nuestro continente.

Quizá les cuesta aceptarlo a las Iglesias de más vieja data, pero necesitamos realimentarnos unos a otros de lo positivo que cada quien tiene. La misionariedad no es ayudar al que no tiene, sino fundamentalmente compartir la riqueza desde las pobrezas de cada quien. Sin superioridades ni complejos.

La Programación 2007-2011 se marcó como objetivo “animar una conversión pastoral en personas y estructuras para que la Iglesia sea más discípula y misionera”. ¿En qué medida se ha logrado?

Son muchas y variadas las experiencias realizadas en este cuatrienio. Por supuesto, no todas del mismo valor. Como dice Aparecida, “ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe” (DA, 365). Para ello, hace falta concebir unas líneas maestras comunes, y una metodología sencilla y concreta. No basta con predicar la conversión, el cambio, hace falta ponerse en camino, y de forma decidida.

¿Se le ha pasado por la cabeza que su actual vicepresidencia podría ser un trampolín hacia la presidencia?

El ejercicio de cualquiera de los cargos de la Presidencia postula, como es lógico, un cierto rodaje y experiencia en el servicio continental. Pero no necesariamente. Cualquiera del casi millar de obispos latinoamericanos es candidato potencial. Entran en juego múltiples factores. En primer lugar, la alternabilidad de las regiones, para que ninguna se sienta excluida; la conveniencia en un momento dado, por motivos pastorales o de significación, de que una Iglesia concreta esté al frente de la animación de servicio y coordinación; por ejemplo, tras las conferencias generales resultaron electos los que fueron vistos como capaces de llevar adelante las conclusiones de las mismas.

Para el V Centenario, la Iglesia primada de Santo Domingo fue quien llevó el timón de la nueva evangelización dinamizada por el beato Juan Pablo II. Ahora está en juego la continuidad del programa fundamental de Aparecida. En los miembros actuales de la Presidencia y entre los presidentes de conferencias episcopales hay muchos obispos capaces de darle dinamismo y vitalidad al CELAM. Es un reto, pero también una oportunidad de servir. Como nos solía repetir Juan Pablo II, “quien viva, lo verá”.

Si se diera el caso de resultar elegido presidente, ¿cuál sería su prioridad al frente de un organismo que aglutina a tantos y tan diversos episcopados?

La conversión pastoral es una exigencia para todos los niveles de Iglesia. En el último medio siglo, si bien es cierto que han surgido nuevos problemas, no lo es menos que ha habido un crecimiento y madurez en las conferencias episcopales. Pensemos, por ejemplo, en las ofertas de formación, en el aumento de seminarios, movimientos y grupos eclesiales de diverso signo, iniciativas en el campo social, publicaciones…; todo ello obliga a repensar qué servicios, de animación o coordinación, deben ser prioritarios, ya que la razón de ser del CELAM es ayudar y servir.

Pobres y cultura

Otras acciones pastorales del Plan Global remiten a la opción por los pobres o a la evangelización de la cultura. ¿Cuál es el nivel de compromiso de la Iglesia latinoamericana y caribeña con estas realidades?

La opción por los pobres y la cultura han sido dos pivotes sobre los que se ha cimentado la alta credibilidad y confianza de la gente, no solo de los creyentes, de la Iglesia como institución. Allí, se han dado también acentos diferentes importantes. La teología y la pastoral latinoamericana no separan –mejor, no divorcian– la pobreza del tema cultural. Al contrario, sin una decidida pastoral por los valores de la educación y de la convivencia ciudadana, en verdad, igualdad y transparencia, no se supera la pobreza.

La verdadera opción por los pobres debe incidir en los comportamientos y decisiones, en gestos concretos, superando todo paternalismo. La persona humana, en su dignidad e imagen y semejanza de Dios, debe ser el centro de toda la vida social y cultural. El compromiso de la Iglesia del subcontinente sigue siendo valiente, pero se topa con un nuevo tipo de anticlericalismo, que mejor sería llamarlo desplazamiento o arrinconamiento de lo religioso, a veces en forma virulenta, de la esfera social.

También en este punto se requiere un diagnóstico multidisciplinar que dé luces. Lo que sí es descartable es una postura apologética y condenatoria de todo lo que se propone desde instancias seculares.

La renovación de parroquias y comunidades era otro de sus desafíos. ¿Hasta qué punto es decisivo un mayor protagonismo de las mismas para hacer frente al auge de las sectas?

En las últimas décadas han surgido varios proyectos de renovación parroquial. Sigue vigente el sentido territorial de la parroquia tradicional. Cómo mantener el espacio concreto y dar cabida a una especialización ambiental, a una dinámica distinta. Una estructura celular, capilar, que aglutine las muchas exigencias de personas y grupos, es una necesidad. Es lo que llamamos parroquias.

El trato personalizado en un mundo donde el anonimato es una de sus características, toca también a nuestras parroquias. Es un reto reformular las estructuras parroquiales para que sean redes de comunidades y grupos, en las que sus miembros se sientan protagonistas, discípulos y misioneros. Las comunidades de base, las pequeñas comunidades, las redes de comunidades, de movimientos y grupos, redimensionan el papel del sacerdote y de todos los agentes pastorales.

El problema no estriba solo en hacer frente al auge de las sectas. Hay que dar respuesta a la nueva sensibilidad social y a un nuevo sentido de pertenencia y de protagonismo que caracteriza a las personas de hoy.

Aparecida y la Misión son las dos referencias más repetidas en homilías y mensajes de los últimos tiempos, pero no pocos fieles siguen preguntándose: ¿en qué se traducen en la vida diaria del creyente?

Así como Medellín y Puebla calaron –mejor dicho, permearon– la sociedad latinoamericana con los temas de la opción por los pobres y la comunión y participación, ahora Aparecida y la Misión tienen el reto de ser novedad. Descubrir lo novedoso de la conversión pastoral, de lo misionero como desafío a la creatividad y a la respuesta de los interrogantes más sentidos de la gente, es la manera de que incidan en la vida diaria del creyente. Ser creyentes en un mundo secular, sin complejos y sin inhibiciones, nos invita a convivir en medio de lo múltiple, lo diverso, la diáspora, para ser más auténticos y ofrecer lo mejor que tenemos: la esperanza en el Señor resucitado que transforma mentes, corazones y estructuras humanas.

En el nº 2.752 de Vida Nueva

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