La paz, final y principio

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“La paz no puede ser únicamente el cese de la violencia y el final feliz de una guerra, sino el convencimiento y la actitud permanente que debe estar en el principio de las relaciones entres las personas y, también, entre los pueblos.”

Nadie había podido tachar de oportunista la iniciativa de Benedicto XVI al convocar una asamblea especial del Sínodo de los Obispos que habría de tratar sobre asuntos referentes a Oriente Medio. El anuncio se había hecho mucho antes de que explotaran los conflictos en no pocos países de la zona y, también ahora, del norte de África.

En aquella asamblea del Sínodo se hablaba del islam y de sus relaciones con los cristianos. La necesidad de construir una sociedad nueva donde el pluralismo religioso sea respetado y donde el fanatismo y el extremismo sean excluidos. Seguir con el fecundo diálogo de la vida, con estima y amor, y oponiéndose a todo tipo de fundamentalismo y de violencia en nombre de la religión.

Los últimos acontecimientos vividos en algunos países de Oriente Medio y del norte de África, con episodios violentos, intervenciones militares y revueltas populares, se han seguido con no poca preocupación por parte de la Santa Sede. Obispos, de distintas conferencias episcopales, han alzado su voz denunciando las injusticias y ofreciendo los criterios que emanan del magisterio pontificio y de la doctrina social de la Iglesia.

Así, la Conferencia Episcopal del Norte de África (CERNA) expresó su opinión contra la guerra en Libia y pidió una solución diplomática al conflicto. “Sabemos que la guerra no resuelve nada, y que, cuando estalla, es tan incontrolable como la explosión de un reactor nuclear. Además, lo queramos o no, la guerra en Oriente Medio, y ahora también en el Magreb, será interpretada siempre como una ‘cruzada’. Y esto tendrá una serie de consecuencias inevitables sobre las relaciones de convivencia que cristianos y musulmanes han entretejido y siguen entretejiendo en el día a día”.

Benedicto XVI, en su mensaje de Pascua del 24 de abril, reiteró su llamamiento para que cesara el uso de las armas, tanto en Libia como en otros países de la zona, y se recurriera a la acción diplomática para encontrar soluciones pacíficas y duraderas.

La paz no puede ser únicamente el cese de la violencia y el final feliz de una guerra, sino el convencimiento y la actitud permanente que debe estar en el principio de las relaciones entres las personas y, también, entre los pueblos.

Decía Benedicto XVI que aspiramos a una ciudad “que enseñe universalidad, respeto a los demás, diálogo y compresión mutua; un lugar donde el prejuicio, la ignorancia y el miedo que los alimenta sean superados por la honradez, la integridad y la búsqueda de la paz. Entre estos muros no debería haber lugar para la mezquindad, la discriminación, la violencia y la injusticia. Los creyentes en un Dios de misericordia, sea que se declaren judíos, cristianos o musulmanes, deben ser los primeros en promover esta cultura de reconciliación y paz” (Jerusalén, 12-5-2009).

En el nº 2.751 de Vida Nueva

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