La Iglesia abre Cuba al mundo

ARACELI CANTERO GUIBERT | En un gesto inusual en la reciente historia cubana, el presidente Raúl Castro reconoció la labor humanitaria de la Iglesia y su aporte de valores espirituales durante sus palabras de apertura del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, celebrado del 16 al 19 de abril en La Habana.

En su informe ante el millar de delegados asistentes a ese importante evento, el dirigente ha atribuido el éxito del reciente proceso de excarcelaciones de presos políticos no solo a la “fortaleza de la Revolución cubana”, sino también al “diálogo de respeto mutuo, lealtad y transparencia con la alta jerarquía de la Iglesia católica, que contribuyó con su labor humanitaria a que esta acción concluyera en armonía y cuyos laureles, en todo caso, corresponden a esa institución religiosa”.

Al referirse a la Iglesia católica, Raúl Castro recordó su encuentro con el cardenal arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, y con el presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC), Dionisio García Ibáñez, arzobispo de Santiago de Cuba, e hizo notar que “los representantes de esta Iglesia manifestaron sus puntos de vista, no siempre coincidentes con los nuestros, pero sí constructivos”.

Necesidad espiritual

En otra nota poco usual, el presidente dedicó parte de su discurso a fundamentar, con citas de su hermano Fidel, del libertador José Martí y del sacerdote Félix Varela Morales, la conjunción entre espiritualidad y sentimiento revolucionario. Así, aseguró, “el Partido debe estar convencido de que, más allá de los requerimientos materiales, y aun de los culturales, existe en nuestro pueblo diversidad de conceptos e ideas sobre sus propias necesidades espirituales”.

Para Emilio Aranguren, obispo de Holguín, “es importante, a 50 años de la nacionalización de la enseñanza y de los servicios sanitarios, que se reconozca que a las Iglesias cristianas les corresponde ofrecer al pueblo los valores espirituales”.

Ya en 1991, el IV Congreso había eliminado la cláusula que impedía a los creyentes ser miembros del Partido. Ahora, Raúl Castro reiteraba la necesidad de “continuar eliminando cualquier prejuicio que impida hermanar en la virtud y en la defensa de nuestra Revolución a todas y a todos los cubanos, creyentes o no”.

Fue en ese contexto en el que se refirió el mandatario comunista al reciente proceso de excarcelación de presos de conciencia en el que la Iglesia católica ha jugado un papel mediador, contando con el apoyo del Gobierno español, que posibilitó que quienes decidieran abandonar Cuba pudieran instalarse en España.

El pasado 1 de enero, Jornada Mundial de la Paz, el cardenal Ortega afirmó tener “certeza moral” de que en los próximos meses los presos serían puestos en libertad. Sus palabras fueron blanco de críticas y escepticismo, pero tal certeza se ha cumplido, y ha incluido a quienes se negaron a abandonar la isla.

Un papel de servicio

Pero este papel de mediación de la Iglesia no ha sido bien visto por todos los segmentos de la sociedad cubana, dentro y fuera del país. Algunos críticos argumentan que los ciudadanos “no deben quedar como espectadores” y que “nadie debe pretender ser actor político desde la Iglesia”.

La Iglesia defendió su actuación negando toda intención de exclusión. En una conferencia de prensa, Emilio Aranguren señaló que el de la Iglesia es un papel de servicio, y que si en otro momento surge la posibilidad de “evitar que seamos nosotros, porque ya todos tienen posibilidad de participar en este tipo de conversación, bendito sea”.

Aranguren, que preside la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia de Obispos Cubanos, señaló que el diálogo sobre las excarcelaciones es una ocasión coyuntural de algo “que viene caminando desde hace ya varios años en diferentes encuentros”. Lo dijo también el cardenal Ortega el pasado mayo, después del encuentro con el presidente Raúl Castro: “Es algo antiguo, que la Iglesia ha practicado de manera discreta, y que en estos días ha tenido un aflorar a la superficie con algunos pasos que lo hacen más evidente”, recalcó Ortega.

Aludía también a la reunión mantenida con Castro, a la que calificaba “como algo nuevo e importante, por no haber hablado de problemas de la Iglesia o necesidades que tiene…Íbamos a tratar sobre Cuba, sobre este momento y sobre nuestro futuro”. Los encuentros se han ido sucediendo; el último fue del pleno de los obispos cubanos con el ministro de Economía, Marino Murillo, semanas antes del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, en el cual este fue incorporado al Buró Político como vicepresidente del Consejo de Ministros, y a quien Castro le ha encomendado que coordine la implementación de sus reformas económicas.

El cardenal Ortega ha reconocido que el Gobierno cubano vive “otro momento de apertura con respecto a la Iglesia a la economía… y a otras cosas”. Y ha expresado su deseo de que este momento “no sea transitorio, como otros anteriores, sino algo que se pueda afirmar entre nosotros…”. Son palabras del 28 de febrero, durante la conmemoración del 25º aniversario del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), evento que, en 1986, cambió el rumbo de la Iglesia en el país. Entonces, representantes de todas las diócesis, laicos, religiosas y religiosos, sacerdotes y obispos optaron por ser una Iglesia orante, encarnada y misionera en medio de la nueva sociedad revolucionaria.

Para monseñor Ortega, el proceso del ENEC solo ha sido superado por la visita del papa Juan Pablo II, en 1998, cuando, gracias a los frutos de aquel encuentro nacional, “el mundo vio una Iglesia que podía hacer misión, podía congregar, y que pudo ser conocida y oída”. Para el cardenal de La Habana, aquella era “una Iglesia que había permanecido”.

Fidelidad

Y han sido esta realidad de permanencia de la Iglesia cubana, “fiel a sí misma y fiel al pueblo de Cuba”, y su prestigio ante la población de la isla caribeña las razones que la han cualificado para su actual papel. Así lo han afirmado distintas personalidades, desde distintas tendencias y desde dentro y fuera de la Isla.

Por ejemplo, Lenier González, director de la revista Espacio Laical, editada por la Arquidiócesis de la Habana, señala que la Iglesia goza de credibilidad por haber mantenido distancia con el Gobierno cubano, de la oposición interna, de sectores del exilio y del Gobierno norteamericano.

Aurelio Alonso, filósofo y militante revolucionario, subdirector de la revista Casa de las Américas, piensa que, en las dos últimas décadas, se ha dado ente la Iglesia y el Gobierno una dinámica de comprensión, “preservando identidades esenciales”, en donde “ninguna de las partes está renunciando a nada a cambio de algo, sino que se involucran ambas desde su lugar y proyecto social propio”. Arturo López-Levy, de la Universidad de Denver, afirma que, por su historia, la Iglesia católica en Cuba “es un actor privilegiado para aportar una disciplina de reconciliación”. Una idea que corrobora la socióloga Yolanda Prieto, exiliada en Nueva York, para quien la Iglesia “trata de ayudar a resolver conflictos, no de enardecerlos”.

El diálogo como vía de solución de problemas no es una posición nueva para la Iglesia en Cuba. Quienes participaron en el ENEC reconocieron que “el diálogo es una actitud, una exigencia irrenunciable a su misión evangelizadora y reconciliadora”. La Iglesia se propuso entonces “fomentar en sus diversos sectores el espíritu y actitud de diálogo, y entablarlo, siempre que sea posible –sin estar condicionada por sus resultados–, seria y sinceramente, con todos los hombres de nuestro pueblo”.

La Iglesia ha vivido esta actitud y ha propiciado el diálogo no solo a nivel de su jerarquía. En 1997, dialogar fue una exigencia de la colaboración para el éxito de la visita de Juan Pablo II. Se creó una comisión conjunta con personas de las estructuras de la Iglesia y del Estado. El obispo de Holguín, Emilio Aranguren, explicó entonces que “en todo ello se va estableciendo una mayor confianza. Se empieza por lo logístico, pero se va llegando a cuestiones de fondo: cuál es el ser de la Iglesia, su misión, su estilo de proceder”.

Con la histórica visita de Karol Wojtyla, la Iglesia cubana salió al espacio público, “y en ese espacio se ha quedado”, ha afirmado monseñor Aranguren. Los obispos no solo se relacionan con la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido o de la Provincia, sino también con empresas y ministerios. Se han establecido canales de relación para la visita a los presos o reclamos ante cualquier situación.

El siguiente paso ahora son las conversaciones sobre el futuro de la nación. Y quienes participaron en el ENEC, atribuyen los avances del presente a aquel encuentro de 1986. “No es que el ENEC haya dejado un rastro; es que la Iglesia en Cuba es lo que es porque hubo un ENEC”, señala el laico de La Habana Gustavo Andújar. Él reconoce que la mayoría los católicos de hoy en la Isla no saben qué fue el ENEC. Pero se pregunta: “¿Cuántos católicos de hoy conocen lo que fue el Concilio Vaticano II? Y, sin embargo, ¿cambia eso lo que el Concilio significó?”.

Laura María Fernández, de Santa Clara, indica que aquel proceso “fue nuestro Pentecostés. Nos enseñó a investigar, planear y realizar eventos importantes desde una metodología participativa”.

En el número 2.751 de Vida Nueva.

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