¿A dónde vas, Cuba?

+ BALTAZAR E. PORRAS CARDOZO, vicepresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y arzobispo de Mérida (Venezuela)

“La Iglesia, por definición, no debe ser neutra, pues profesa y defiende valores; eso se traduce en tratar de concretar hic et nunc todo el bien posible, apoyándolo venga de donde venga y hágalo quien lo haga, aun a riesgo de ambigüedad que siempre debe discernir; y estar dispuesta a pagar el precio de tal posición”.

La peculiar situación que vive la isla caribeña desde hace medio siglo y los tímidos procesos de cambio que se plantean o prevén no son ajenos para el resto del continente. Desde una óptica eclesial, la expectativa es mayor porque por vez primera el Gobierno le pide y ofrece un papel “mediador” a la jerarquía para excarcelar –y emigrar– presos ahora reconocidos como políticos.

La Iglesia, por definición, no debe ser neutra, pues profesa y defiende valores; eso se traduce en tratar de concretar hic et nunc todo el bien posible, apoyándolo venga de donde venga y hágalo quien lo haga, aun a riesgo de ambigüedad que siempre debe discernir; y estar dispuesta a pagar el precio de tal posición. El que viva en régimen “extra-ordinario” y que muchas cosas le parezcan dignas de comprensión, aunque no de justificación, no la exime de “dejar abierta la puerta” para que otros, en su seno o cívicamente, no consideren normales ciertas cosas y puedan y hasta deban hacer señalamientos como ejercicio de justicia, solidaridad y subsidiariedad.

Alguna gente ha querido ver en algunas propuestas o resoluciones del recién finalizado Congreso del Partido Comunista “grandes novedades” (por ejemplo, el límite futuro de los mandatos públicos a un máximo de diez años). La Iglesia, desde enero, “saludó” el esquema del Congreso de “modernización de la economía”, invitando a apoyarla, precisando que eso debía comportar también emitir críticas oportunas o necesarias como participación responsable. De momento, no se ha pronunciado sobre los resultados.

Uno podría preguntarse si dicha participación, tomando al pie de la letra la petición de que la gente se expresase, no debe consistir en señalar que “modernizar la economía” tiene muchos sentidos, en su mayoría al margen de la responsabilidad de la libertad y de su carácter ético. No puede haber reforma económica sin implicar la dinámica política, para que aquella no sea mera “tecnocracia” o “mesianismo” vanguardista, sino orientarla al bien común, como responsabilidad de los actores sociales, léase, en libertad y con nuevas relaciones humanas de alteridad en la comunión y la gratuidad. Todo eso cuadra difícilmente con una política de corte “único”. La Iglesia “no quita ni pone autoridades” ni tiene “recetas técnicas”, pero sí le corresponde pronunciarse sobre si los procesos sociales van en la línea de la dignificación por una mayor participación, corresponsabilidad y autonomía, o no.

Una cosa es reconocer el statu quo como fáctico y otra es admitirlo como bueno e inalterable, sea por principio o por “destino histórico manifiesto”. En ese marco, cabe preguntarse si hay percepción vital contra el “fatalismo” y espacio histórico para la sana crítica y, sobre todo, para propuestas alternativas constructivas, en lugar de ser, aparente o realmente, “coto cerrado” de un único sector auto-designado para “guiar y conducir”. En clave positiva: ante la impresión de “clausura”, de que no hay relevos porque fallaron las decisiones para generarlos, ¿no habría espacio para una propuesta eclesial de explorar todos los caminos para “abrir alternativas”, promover novedad y comunión, y no consolidar las oposiciones y exclusiones, por más dialécticas que quieran ser presentadas?

Acompañemos con la oración y el discernimiento a quienes tienen una misión profética y martirial ineludible: acompañar integralmente a su pueblo en su peregrinar integralmente liberador.

En el nº 2.751 de Vida Nueva.

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