“Que la luz de la paz venza a las tinieblas de la división”

Las revueltas en Oriente Medio y norte de África centran el mensaje de Pascua 2011

El Papa proclama su Mensaje Pascual a la multitud reunida en San Pedro

ANTONIO PELAYO. ROMA | La gran novedad de la Semana Santa 2011 ha sido introducir en la agenda papal un programa televisivo en el que Benedicto XVI ha respondido a siete preguntas de personas desconocidas, algunas desde remotos lugares del planeta. Un éxito repetible, sin duda, y que puede mejorarse, y una sorpresa para quienes siguen empeñados en ver a este Papa como alguien poco dado a aceptar novedades. [Mensaje de Benedicto XVI para la Pascua 2011]

El Viernes Santo, a las 14:15 h., el primer canal de la televisión estatal italiana, RAI 1, transmitió una edición especial del programa de información religiosa “A imagen suya”. Su director, el joven periodista Rosario Carello, había hecho la selección de las miles de preguntas que llegaron a la redacción; inicialmente se pensó en tres, pero al final fueron siete las aceptadas por el padre Federico Lombardi. Joseph Ratzinger grabó sus respuestas el Miércoles Santo, sentado en su mesa de trabajo, sin papeles; no hubo que repetir –se nos ha dicho– ni una sola vez; la única interrupción se debió a motivos técnicos.

La primera pregunta la lanzó Elena, una japonesita de 7 años que, tras el terremoto, quería saber: “¿Por qué tengo que pasar tanto miedo?”. La respuesta papal, en síntesis, fue: “No tenemos respuesta, pero sabemos que Jesús ha sufrido como vosotros, inocentes, que Dios verdadero se muestra en Jesús, está a vuestro lado. Eso me parece importante, aunque no tenemos respuestas si la tristeza sigue: Dios está a vuestro lado y tenéis que estar seguros de que esto os ayudará (…). Estamos a tu lado, al lado de todos los niños japoneses que sufren”.

Maria Teresa Pittito es la madre de Francesco, de 41 años y que hace dos entró en coma. Con su hijo al lado, apareció en la pantalla para preguntarle al Papa: “Santidad, ¿el alma de mi hijo ha abandonado su cuerpo o está todavía en él?”. “Ciertamente –respondió–, el alma está todavía presente en el cuerpo. La situación es como la de una guitarra que tiene las cuerdas rotas y que no se puede tocar. Así también el instrumento del cuerpo es frágil, vulnerable y el alma no puede tocar, por decirlo de algún modo, pero sigue presente. Estoy seguro también de que esa alma escondida siente en profundidad vuestro amor, a pesar de que no comprende los detalles, las palabras, pero siente la presencia del amor”.

La tercera pregunta estuvo a cargo de siete jóvenes cristianos iraquíes que querían razones para permanecer en su martirizado país. A ellos les siguió una musulmana de Costa de Marfil deseosa de pedirle consejo sobre el drama de su país. “Para la recomposición de vuestro país –le dijo Benedicto XVI– no podéis usar métodos violentos, aunque penséis tener razón. La única vía es la renuncia a la violencia, recomenzar el diálogo, la armonía entre cristianos y musulmanes, intentar encontrar juntos la paz, la nueva disponibilidad de abrirse el uno al otro”.

Las dos siguientes preguntas, más teológicas, versaron sobre el descendimiento de Jesús a los infiernos antes de resucitar y sobre el cuerpo glorioso de Jesús. La última se centró en las palabras de Cristo en la Cruz confiando a su madre, María, a los cuidados del discípulo amado. “Estas palabras son, ante todo, un acto humano. Vemos a Jesús como un hombre verdadero que lleva a cabo un gesto de verdadero hombre: un acto de amor a su madre confiándola al joven Juan para que esté segura. En aquella época, en Oriente, una mujer sola se encontraba en una situación imposible”.

Otro momento alto de la Semana Santa ha sido, como todos los años, el mensaje Urbi et orbi del Domingo de Pascua (PDF). Al finalizar la misa, celebrada ante más de cien mil fieles, Benedicto XVI se asomó al balcón central de la loggia de las bendiciones de la Basílica de San Pedro. Flanqueado por los cardenales diáconos, Jean Louis Tauran y Raffaele Farina, dio lectura al mensaje, uno de los más breves que recuerdo: “Hasta hoy, incluso en nuestra era de comunicaciones supertecnológicas, la fe de los cristianos se basa en el anuncio, en el testimonio de aquellas hermanas y hermanos que vieron primero la losa removida y el sepulcro vacío, después a los mensajeros misteriosos que atestiguaban que Jesús el crucificado había resucitado; y luego a Él mismo, el Maestro y Señor, vivo y tangible”.

En la parte más “política” del texto, expresó su esperanza de que “pueda alegrarse la Tierra, que fue la primera en quedar inundada por la luz del Resucitado. Que el fulgor de Cristo llegue también a los pueblos de Oriente Medio para que la luz de la paz y de la dignidad humana venza a las tinieblas de la división, del odio y la violencia. Que en Libia, la diplomacia y el diálogo ocupen el lugar de las armas, y en la actual situación de conflicto se favorezca el acceso a las ayudas humanitarias a cuantos sufren las consecuencias de la contienda”.

Acoger a los refugiados

No se olvidó tampoco del problema migratorio: “Que llegue la solidaridad de todos a los numerosos prófugos y refugiados que provienen de diversos países africanos y se han visto obligados a dejar sus afectos más entrañables; que los hombres de buena voluntad se vean iluminados y abran el corazón a la acogida para que, de manera solidaria y concertada, se puedan aliviar las necesidades urgentes de tantos hermanos”. Y remató el mensaje con un llamamiento a la “reconciliación y el perdón” en Costa de Marfil, y a que Japón y otros países probados por las calamidades naturales encuentren “alivio y esperanza”. “En nuestro corazón –concluyó– hay alegría y hay dolor; en nuestro rostro, sonrisas y lágrimas. Así es nuestra realidad terrena. Pero Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros”.

El resto de las celebraciones de la Semana Santa se desarrollaron según las pautas habituales. El Jueves Santo por la mañana, los protagonistas habían sido los sacerdotes que participaron en la Misa Crismal. Benedicto XVI bendijo los óleos de los catecúmenos y enfermos, así como el santo crisma, exaltando la figura de Juan Pablo II, que representa siempre la esperanza frente a la “vergüenza por nuestros errores”.

Consecuencia de ellos, vino a decir, es nuestra incapacidad para abrir a los hombres el acceso a Dios. “¿No nos hemos transformado tal vez nosotros –se preguntaba dramáticamente– en un pueblo de increyentes y alejados de Dios? ¿No es verdad que Occidente, los países centrales del cristianismo, están cansados de su propia fe, aburridos de su historia y cultura, no quieren ya conocer la fe en Cristo? Tenemos razón para gritar a Dios en esta hora: ¡No permitas que nos convirtamos en un no-pueblo. Haz que te reconozcamos de nuevo!”.

Por la tarde, el Pontífice se trasladó a su catedral romana de San Juan de Letrán para presidir la Misa ‘In coena Domini’, cuya colecta fue destinada a favor de las víctimas del terremoto de Japón. En su homilía, el Papa volvió a referirse a la necesidad de reevangelizar a tantos cristianos actuales “indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas”.

“Por las parábolas de Jesús sobre los banquetes –añadió–, sabemos que Él conoce la realidad de que hay puestos que quedan vacíos, la respuesta negativa, el desinterés por él y su cercanía. Los puestos vacíos en el banquete nupcial del Señor, con o sin excusas, son para todos nosotros, ya desde hace tiempo, no una parábola, sino una realidad actual, precisamente en aquellos países en los que había mostrado su particular cercanía”.

El Viernes Santo, ya entrada la noche, en el Vía Crucis en el Coliseo, Ratzinger no llevó la cruz en ningún momento; lo hicieron, entre otros, su vicario, el cardenal Agostino Vallini, una familia etíope, un franciscano y una muchacha egipcia. “Miremos bien –dijo el Papa– a este hombre crucificado entre la tierra y el cielo, contemplémosle con una mirada más profunda y descubriremos que la Cruz no es el signo de la victoria de la muerte, del pecado y del mal, sino el signo luminoso del amor, más aún, de la inmensidad del amor de Dios, de aquello que jamás habríamos podido pedir, imaginar o esperar”.

Fue larga la Vigilia Pascual –desde las 21:00 h. hasta bien pasadas las doce–, durante la cual Benedicto XVI administró los sacramentos de la iniciación cristiana a seis catecúmenos. “La Iglesia –aseguró– no es una asociación cualquiera que se ocupa de las necesidades religiosas de los hombres y, por eso mismo, no limita su cometido solo a dicha asociación. No, ella conduce al hombre al encuentro con Dios y, por tanto, con el principio de todas las cosas. Dios se nos muestra como creador, y por eso tenemos una responsabilidad con la creación (…). La vida en la fe de la Iglesia no abraza solamente un ámbito de sensaciones o sentimientos o quizás de obligaciones morales. Abraza al hombre en su totalidad, desde su principio y en la perspectiva de la eternidad”.

El Domingo de Pascua por la tarde, Benedicto XVI se retiró a su residencia de Castel Gandolfo para descansar y prepararse para las celebraciones de la beatificación de Juan Pablo II.

Mensaje de Benedicto XVI para la Pascua 2011 (PDF).

En el nº 2.751 de Vida Nueva.

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