El diaconado permanente: signos de Cristo servidor

Mn. JOAN JOVÉ CAMÍ, director del Secretariado para el Diaconado permanente de la Diócesis de Lleida | Medio siglo después de que el Concilio Vaticano II restableciera el diaconado permanente en la praxis de la Iglesia, su presencia en muchas diócesis sigue siendo todavía hoy casi testimonial. Este Pliego nos invita a descubrir brevemente sus raíces bíblicas, su papel en los diferentes períodos de la historia, su dimensión teológica y espiritual o su lugar en la pastoral. Ojalá que esta lectura –acompañada del testimonio de cuatro diáconos permanentes– nos ayude a responder algunos interrogantes en torno a una figura cuyo ministerio de servicio reivindica un mayor protagonismo en nuestras comunidades cristianas.

INTRODUCCIÓN

Cuando en la Iglesia se habla de diáconos permanentes, se está apuntando –tal como indica el Concilio Vaticano II en la constitución Lumen Gentium, n. 29– a aquellos “varones de edad madura, aunque estén casados, y también a jóvenes idóneos, para quienes debe mantenerse firme la ley del celibato” a quienes se les ha conferido el primer grado del sacramento del Orden, de manera “que reciben la imposición de las manos ‘no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio’”, es decir, para que ejerzan “el diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía”.

El diaconado, que durante muchos siglos había desparecido en la praxis de la Iglesia, fue restablecido en el Concilio Vaticano II. Pero, de hecho, en la mayoría de las diócesis no ha tenido una acogida excesivamente entusiasta. Después de 50 años, aún hay diócesis que no lo tienen y, en la mayoría, son pocos los diáconos –llamados “permanentes”–. Incluso en alguna se ha hecho una pausa para repensar el sitio que pastoralmente les corresponde.

La restauración del diaconado como grado propio de la jerarquía ha suscitado toda una serie de interrogantes:

  • ¿Por qué restaurar este diaconado cuando, en la práctica, lo que puede hacer un diácono lo puede hacer un laico?
  • ¿Qué añade la ordenación diaconal al laico?
  • ¿No hay el peligro de que la ordenación diaconal sea un obstáculo a la promoción de los ministerios laicales?
  • ¿No se habrá recuperado el diaconado permanente solo por la falta de sacerdotes?

Para responder a todas estas preguntas, hay que empezar haciendo una afirmación: el diaconado es un sacramento. Ahí está su identidad. Otra cosa será el lugar que pastoralmente le pertenece. Lo que hace un diácono no es idéntico a lo que hace un laico; al menos, en el orden de la gracia. Lo característico del diácono es ser signo de Cristo-servidor. Así como lo característico del obispo y del sacerdote es ser signo de Cristo-pastor. El diaconado llega hoy, pues, no como suplencia a la falta de sacerdotes, ni como amenaza a los ministerios laicales.

Son la teología y la historia las que nos podrán ayudar a descubrir cuál es la identidad del diácono y cuál debe ser su lugar en nuestra pastoral. No hemos de pensar en reproducir una copia exacta de lo que fue el diaconado primitivo, ya que las circunstancias son diferentes.

Las necesidades concretas que plantean las comunidades cristianas y las respuestas que el Espíritu va sugiriendo nos han de llevar a descubrir el sitio del diaconado actualmente. Pero no es posible saber cómo ha de ser el diaconado hoy en día sin tener un conocimiento profundo de cuál ha sido su historia y cuál es su identidad.

HISTORIA

  • Siglos I-II: Los diáconos en la Iglesia primitiva ejercen funciones en los tres campos de la actividad ministerial:  la Palabra, la liturgia y la caridad y forman parte del equipo rector, que junto con el obispo y el presbiterio tienen la misión de salvaguardar y proveer la unidad y la paz en la Iglesia.
  • Siglo III: “La tradición apostólica” y la Didascalia Apostolorum nos muestran la realidad de los diáconos en este siglo. La espiritualidad específica del diácono es el servicio.
  • Siglos IV-VII: A medida que se van creando las parroquias rurales, se va imponiendo casi como un axioma que no tiene que haber ninguna parroquia sin su diácono. El Concilio de Nicea (325) tiene que recordar a los diáconos que son inferiores a los presbíteros y deben ocupar el lugar que les corresponde. El diácono prepara a los catecúmenos, proclama el Evangelio, guarda el orden en las celebraciones, se ocupa del ministerio de la caridad, pero cada vez más existe la tendencia a centrarse solo en el culto.
  • Siglos VIII-XII: El diaconado se convertirá en una etapa necesaria para llegar al sacerdocio.
  • Siglos XIII-XX: El Derecho Canónico de 1918 casi no significó ningún cambio. El diácono podía predicar, exponer el Santísimo, bautizar y dar la comunión por causa grave.
  • La restauración del diaconado. Sería el Concilio Vaticano II, en el año 1964, en la constitución sobre la Iglesia, el que autorizó el restablecimiento del diaconado permanente

TEOLOGÍA

El diácono NO ES:

  1. Un monaguillo cualificado ni un sacristán reubicado.
  2. Un sacerdote rebajado o medio cura.
  3. Un laico promocionado para acaparar el trabajo apostólico de los laicos.
  4. Una solución funcional de emergencia a la falta de sacerdotes.
  5. Un hombre ordenado exclusivamente al servicio del altar.

El diácono ES:

  1. Un servidor de la comunidad, haciendo posible que el apóstol se dedique a lo que le es propio (Hch, 6, 3-4).
  2. Ordenado y vinculado directamente al ministerio episcopal, al servicio del Pueblo de Dios.
  3. Sacramento de Cristo servidor.

Un gran regalo de Dios

Soy Luis Ángel Murga Gutiérrez, diácono permanente de la Diócesis de Santander desde el 12 de octubre de 2009. Estoy casado y soy padre de tres hijos. En la actualidad presto mis servicios como diácono en dos unidades pastorales de pueblos cercanos a Reinosa, mi ciudad natal y donde tengo mi ocupación laboral.

Hace ya unos días, me pidieron que escribiera acerca de mi diaconado permanente, pero tenía un evento tan importante que no he tenido mucho tiempo: nuestro hijo mayor, Luis Ángel, se ordenaba diácono temporal, pues si Dios quiere será ordenado sacerdote el año que viene. Lo hago ahora, que ya ha sido ordenado. Fue el Día de San José, el Día del Padre, y ¡qué mejor regalo para un padre que su propio hijo siga sus propios pasos en lo que respecta a la fe!

Fue una celebración muy emotiva para mí y para nuestra familia, el poder ponerle a mi hijo los ornamentos propios del diácono (estola cruzada y dalmática) y el abrazo de diácono a diácono. Eso es algo inenarrable. Así que ahora que estoy más tranquilo, aunque sigue la emoción de ese Día del Padre y ese gran regalo, voy a centrarme en lo que supone para mí ser diácono permanente.

Se trata de un gran regalo de Dios, es –como su nombre indica– un servicio a la Iglesia, es poder atender una serie de pueblos que no tienen presencia sacerdotal. El poder servir a la Iglesia, ante tantas necesidades que hay, es para mí un gran honor, pues como he dicho al principio estoy en dos unidades pastorales que abarcan unos cuantos pueblos cerca de Reinosa y que, con la escasez de sacerdotes que hay, no tendrían nada más que una celebración al mes algunos; otros, todavía menos.

Pero ya no es tanto la celebración como el poder atender y llevar la comunión a los enfermos, que los jóvenes puedan tener una catequesis para que se puedan confirmar, poder hacer una visita a las personas mayores que están solas en esos pueblos… Esas son las principales tareas que yo puedo realizar durante los fines de semana, pues diariamente me debo a mi puesto de trabajo, el que sustenta mi familia. En definitiva, es una ayuda al sacerdote para poder atender al mayor número de fieles.

Aunque suponga un gran esfuerzo, pues hay compaginar trabajo, familia y servir a la Iglesia, y el tiempo libre es escaso. Hay veces que acabas agotado, pero te queda buen sabor de boca cuando, después de visitar a alguna persona de algún pueblo, ves que la has hecho feliz, que necesitaba que la escuches, que la acompañes, que pueda comulgar, que pueda oír la Palabra de Dios… Todo eso me ayuda a realizarme como cristiano, como fiel seguidor de Jesucristo, que entregó su vida por el bien de todos, así que yo intento entregar mi tiempo libre.

Una vida plena de servicio

Soy Fernando Aranaz Zuza, diácono adjunto a la Capellanía del Centro Penitenciario de la Diócesis de Pamplona-Tudela. El diaconado es para mí un gran don que he recibido de Dios y que ha cambiado mi óptica de la vida. Aporta una dimensión nueva a mi familia desde mi papel de esposo, padre y diácono. Dios me permite ver a los presos con los ojos de la fe. Siento que vivo una vida plena con el sentido propio de la imitación a Cristo servidor de todos, que vino no a ser servido sino a servir. Me siento afortunado por poder dar testimonio de mi alegría y esperanza a los hombres y mujeres que desde la cárcel viven desesperanzados en uno de los rincones más grises de nuestra sociedad.

El diaconado es el gran desconocido de nuestra Iglesia: solo 300 diáconos en nuestro país, dejando sus vidas con una apretada agenda de familia, trabajo y ministerio entre los más pobres. La sociedad está necesitada de personas que con su compromiso de vida testimonien que Cristo está vivo y que nos ama a todos con locura.

Los diáconos tenemos la ventaja de que, siendo clérigos, estamos muy cercanos a los laicos, ya que trabajamos en la vida civil, somos padres y esposos. Considero que es un lujo poder estar cercano y alegrarme y sufrir con quienes menos tienen y más sufren en nuestra sociedad. Mi vida solo cobra sentido en la medida en que soy capaz de imitar al Cristo que comía con los pecadores y prostitutas, oraba a Dios Padre y partía y compartía su pan con todos.

Pliego íntegro, en el nº 2.749 de Vida Nueva.

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir