Benedicto XVI, preocupado por la población civil libia

El Papa pide a la comunidad internacional que garantice ayudas humanitarias

ANTONIO PELAYO. ROMA | “En los días pasados, las preocupantes noticias que llegaban de Libia han suscitado también en mí una viva ansiedad y temores. Los transformé en una especial oración al Señor durante los Ejercicios Espirituales. Sigo ahora los últimos acontecimientos con gran aprensión, rezo por los que se ven envueltos en la dramática situación de ese país y dirijo un apremiante llamamiento a cuantos tienen responsabilidades políticas y militares para que les preocupe, sobre todo, la incolumidad y la seguridad de los ciudadanos y garanticen la llegada de los socorros humanitarios. A la población deseo asegurar mi conmovida cercanía mientras pido a Dios que un horizonte de paz y concordia surja lo antes posible en Libia y en toda la región del Norte de África”.

Con estas medidas palabras, Benedicto XVI resumió su reacción y la de la Santa Sede ante la operación militar Odyssey Dawn (Odisea al amanecer), autorizada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el 18 de marzo y llevada a cabo por una coalición de países para obligar al coronel Gadafi a respetar el alto el fuego y adoptar una postura abierta ante las justas reivindicaciones de su pueblo.

Como es fácil percibir, una vez más la incolumidad de las poblaciones civiles y la apertura de corredores humanitarios constituyen la máxima preocupación del Papa, al que le llegan noticias de penosas situaciones y dramas entre las fuerzas rebeldes  concentradas en ciudades como Bengasi y Misurata.

Para entender mejor el significado de las palabras del Pontífice, la Secretaría de Estado sugiere releer el discurso que Benedicto XVI pronunció ante la ONU durante su visita a los Estados Unidos en abril de 2008. “Todo Estado –dijo entonces– tiene el deber primario de proteger a su población de las violaciones graves y continuas de los derechos humanos. Si los estados no son capaces de garantizar esta protección, la comunidad internacional debe intervenir con los medios jurídicos previstos en la Carta de las Naciones Unidas y con otros instrumentos internacionales. Esta acción de la comunidad internacional no debe nunca ser interpretada como una imposición no deseada o una limitación de la soberanía. Al contrario, son la indiferencia o la falta de intervención las que producen un daño real a esos pueblos”.

La Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas con Libia desde 1995 y el primer nuncio fue, precisamente, el español José Sebastián Laboa, que era al mismo tiempo representante diplomático del Papa en Malta; fue sustituido por otro español, Félix del Blanco. En la actualidad, el nuncio es Tommaso Caputo, que reside, como sus predecesores, en Malta.

El número de católicos es muy reducido (unos 100.000, muchos de ellos trabajadores extranjeros) y están divididos en tres vicariatos apostólicos (Bengasi, Derna y Trípoli) y una Prefectura Apostólica, en Misurata. El vicario apostólico de Trípoli, Giovanni Martinelli, franciscano, ha declarado que la operación militar ha sido lanzada con demasiada prisa. “Confío en una rendición –añadió–, pero no creo que Gadafi ceda”.

Como él mismo reconoció, durante la semana que ha dedicado con toda la Curia romana a los anuales Ejercicios Espirituales, el Papa se ha mantenido informado de cuanto estaba sucediendo en Libia, así como en Japón. No podía ser de otro modo. Al concluir el retiro, el 19 de marzo, Benedicto XVI le agradeció por carta al director de los Ejercicios, el carmelita francés François-Marie Léthel, haber escogido como hilo conductor de sus meditaciones algunos santos y santas especialmente queridos por Juan Pablo II “como estrellas luminosas que giran en torno al sol que es Cristo luz del mundo”.

“Satisfacción” por la sentencia de Estrasburgo

También durante los Ejercicios Espirituales llegó al Vaticano la grata noticia de la nueva sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que, contradiciendo una primera sentencia de una sección del mismo Tribunal, considera que la exposición pública del crucifijo no viola ningún derecho humano porque “no es un método de adoctrinamiento, sino expresión de la identidad cultural y religiosa de los países de tradición cristiana”.

Como se recordará, el 3 de noviembre de 2009, el Tribunal de Estrasburgo (acogiendo el recurso presentado en 2006 por Soile Lautsi) emitía una sentencia según la cual “la exposición del crucifijo en las escuelas menoscaba la libertad para adherirse a una religión diversa de la católica y también la de quien no quiere adherirse a ninguna religión, especialmente si está unida a personalidades en formación como son los alumnos”. El dictamen (emitido por siete jueces) fue entonces objeto de múltiples controversias y el Estado italiano decidió presentar un recurso ante la Grande Chambre del Tribunal, negando que la presencia pública del crucifijo en las escuelas represente violación alguna del artículo 2 de la Convención Europea de Derechos Humanos. Lo hizo en vistas a la audiencia de la Gran Cámara prevista para el 30 de junio de 2010, y se adhirieron a la propuesta italiana Armenia, Bulgaria, Chipre, la Federación Rusa, Grecia, Lituania, Malta, Mónaco, Rumanía y San Marino.

El director de la Sala de Prensa hizo una declaración el viernes 18 en la que manifestaba la “satisfacción” de la Santa Sede ante la nueva sentencia. “Se reconoce –afirma el padre Federico Lombardi– a un nivel jurídico muy autorizado e internacional que la cultura de los derechos humanos no debe ser puesta en contradicción con los fundamentos religiosos de la civilización europea, a la que el cristianismo ha dado una contribución esencial. Se reconoce también que, según el principio de subsidiariedad, es un deber garantizar a cada país un margen de apreciación sobre el valor de los símbolos religiosos en la propia cultura e identidad nacionales y sobre el lugar de su exposición  (como, por otra parte, ha sido repetido estos días con sentencias del Tribunal Supremo de algunos países europeos). En caso contrario, en nombre de la libertad religiosa se tendería de forma paradójica a limitar e incluso negar esta libertad, acabando por excluir del espacio público cualquiera de sus expresiones. Haciendo esto se violaría la misma libertad, oscureciendo las específicas y legítimas identidades”. Esta sentencia es inapelable y definitiva.

El tema de la identidad nacional ha estado muy presente esta semana en Italia, al celebrarse, el 17 de marzo, los 150 años de la unificación política de la nación italiana. Con dicho motivo, Benedicto XVI dirigió un mensaje al presidente de la República,  Giorgio Napolitano, en el que afirmaba que “el cristianismo ha contribuido de modo fundamental a la construcción de la identidad italiana a través de la obra de la Iglesia, de sus instituciones educativas y asistenciales, fijando modelos de comportamiento, configuraciones institucionales y relaciones sociales; también mediante una riquísima actividad artística: la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música”.

El día anterior a la fiesta nacional (contestada por los extremistas de la Liga Norte de Umberto Bossi), el secretario de Estado, cardenal Bertone, visitó a Napolitano en el Palacio del Quirinal para entregarle el mensaje pontificio. Comentando esta efeméride, Gian Maria Vian escribía en L’Osservatore Romano, que él dirige: “Sin la tradición cristiana, en particular sin la tradición católica y sin el Papado, en conclusión, Italia no habría sido lo que fue, ni sería hoy lo que es”.

El viernes 18 tuvo lugar en el Vaticano la presentación de la iniciativa del Pontificio Consejo para la Cultura denominada Patio de los Gentiles. Para exponer las grandes líneas del programa que se desarrolla en París el 24 y 25 de marzo, intervinieron el cardenal Gianfranco Ravasi; el embajador de Francia, Stanislas de Laboulaye; y el director ejecutivo, el padre Jean-Marie Laurent Mazas. El objetivo es ofrecer dos días de encuentro y de diálogo entre creyentes y no creyentes; los escenarios donde esto tendrá lugar son la UNESCO, la Universidad de la Sorbona, el Instituto de Francia y el colegio de los Bernardinos, inaugurado por Benedicto XVI durante su visita a París, en septiembre de 2008.

En el nº 2.747 de Vida Nueva.

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