Museo Diocesano de Zaragoza, un espacio de reflexión espiritual y estética

El rehabilitado Palacio Episcopal cuenta con 5.000 metros cuadrados para exposiciones

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Aunque se ha hecho esperar, como un sueño, casi 45 años, el Museo Diocesano de Zaragoza ya luce en su esplendor. Finalmente se ha ejecutado el proyecto de Domingo Buesa, con el concurso del Estudio BAU de Arquitectura y del diseñador Boris Micka. El resultado, según el propio Buesa, director científico del Museo, es “funcional, moderno, didáctico y muy visual”. Un museo que ocupa de 5.000 metros cuadrados, dividido en tres plantas y 15 salas, que expone 286 piezas y que ha sido concebido en torno a tres conceptos teológicamente hablando: “Estudio, oración y gobierno”, según lo describe Buesa.

Un detalle del artesonado, del siglo XVI

Impulsado ya por monseñor Elías Yanes hace una década y, de modo definitivo, por el actual arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña, el Museo es una larga aspiración a la que ha contribuido el Gobierno de Aragón con 2.800.000 euros, mientras que el resto del presupuesto lo han asumido los fondos diocesanos. El director del Museo y delegado episcopal de Patrimonio, Mario Gállego, destaca no solo que es “una idea ya acariciada durante muchos años”, sino que expone “una colección importantísima de expresión de fe, porque lo que hemos hecho es poner al servicio de la comunidad el testimonio de nuestra fe”.

De ahí que insista en que, como el resto de museos diocesanos, es más que “un mero museo de bellas artes, es un museo pastoral, un espacio de reflexión espiritual y estética, profundamente integrado en la vida de la diócesis y comprometido en el servicio de proteger, catalogar y salvaguardar el rico legado histórico y artístico de la Iglesia de Zaragoza”.

Y qué mejor marco para custodiar este “legado de la fe” que el Palacio Episcopal, configurado como tal en el episcopado del renacentista Hernando de Aragón, nieto de Fernando el Católico.

El Museo está ubicado en la parte más antigua de “las Casas del Obispo”, por lo que se incorporan a su visita restos de las estancias románicas, góticas, mudéjares y renacentistas, con importantes elementos arquitectónicos recuperados de las obras de restauración.

“La decisión de ubicarlo en esta zona –explica Gállego– respondía a cuestiones históricas y patrimoniales: eran las estancias más antiguas del conjunto edificado y en las que se intuía que aún quedaban importantes vestigios que salvaguardar. La parte, dentro del Palacio Arzobispal, destinada a Museo la integraban cinco unidades más o menos reconocibles y, en cierto sentido, independientes: la Crujía del Ebro, la Galería, el Cuerpo entre patios, el Torreón oeste y el Antiguo paso a la Diputación del Reino. Cuando comenzamos a preparar el proyecto, lo primero fue entrar en el edificio que lo iba a alojar y, a medida que levantábamos los planos, el palacio nos abrumaba con sus incógnitas. Parecía querernos decir que ocultaba más de lo que enseñaba…”.

De hecho, durante las obras se encontraron valiosos elementos artísticos tapados o escondidos en obras anteriores (una puerta con yeserías góticas, un artesonado del siglo XVI, elementos mudéjares…). Todos se han incorporado al recorrido, de forma que durante la visita hay que estar atentos tanto a la colección como al propio edificio.

La primera planta, que coincide con el palacio medieval y renacentista, está dedicada a “María del Pilar”. Es decir, a lo largo de siete salas se plantea el “origen apostólico” de la sede de Zaragoza y su vinculación a la Virgen del Pilar, desde que, según la tradición, se aparece al apóstol Santiago a orillas del Ebro. En la sala 2, en donde se ha recuperado el Aula Episcopal de don Dalmau de Mur, destaca la virgen gótica de Franci Gomar, de mediados del siglo XV, y diversas imágenes románicas y góticas en la sala 6. Sorprende cómo en esta planta se ha reconstruido la propia historia constructiva del palacio (sala 3) y la fachada original de la derribada iglesia de Santiago de Zaragoza (sala 7), insertándose entre importantes restos arqueológicos (sala 5), incluido el arcón funerario de san Braulio de Zaragoza, personaje clave en la cultura hispanovisigótica.

El paso a la segunda planta, “El esplendor de la liturgia”, está marcado por el Concilio de Trento. En cuatro salas se “explica el mundo de la oración individual y comunitaria, en torno a la figura de Cristo como referencia de Salvación”, un mundo en el que “la piedad personal del Renacimiento desembocará, tras Trento, en la piedad compartida por todos, la de los grandes eventos como la procesión presidida por la Eucaristía”, describe Gállego.

Ello se ve, bajo el magnífico artesonado del palacio mudéjar (salas 8 y 9), en el papel de mecenas del arte gótico que jugaron los obispos de Zaragoza y, ya en la sala 10, en piezas renacentistas, barrocas y rococó, entre las que destacan las pinturas de Martínez, Luzán o, especialmente, Bayeu y su “Inmaculada”. En la sala 11 se ha reconstruido un “Altar eucarístico”, en donde se exhiben relicarios barrocos y una selección de ornamentos y objetos litúrgicos, entre los que se encuentra el Cáliz del Compromiso de Caspe.

Mientras que en la sala 12 hay una riquísima colección de custodias y cruces parroquiales. Ya en la tercera planta, el palacio renacentista, el discurso museístico está dedicado a “Los sucesores del los apóstoles”. En estas tres salas (13, 14 y 15), el protagonismo recae en la colección de retratos episcopales y en otros objetos, como el trono donde se sentó Juan Pablo II en su visita a Zaragoza. Un audiovisual, en el que cinco históricos prelados narran la aportación de los obispos al desarrollo de Aragón, cierra la visita a un museo que, recuerda Buesa, “tenía que responder al territorio diocesano, explicar la historia de la diócesis hasta nuestros días y reunir piezas de gran calidad artística”. Y así es.

DOS TORRES Y DOS CAPILLAS PARA EL PILAR

El Cabildo Metropolitano de Zaragoza decidió aprovechar la presencia de la Infanta Cristina para la inauguración del Museo Diocesano, el pasado lunes 21, para presentar, también, las restauraciones ejecutadas durante los últimos años en la Basílica del Pilar, tanto de las capillas de San Antonio de Padua y San Juan Bautista, como de las torres de la fachada norte, la de Santa Leonor y la de San Francisco de Borja, en donde se ha instalado un moderno ascensor panorámico.

Las obras han sido dirigidas por el arquitecto Teodoro Ríos Solá, quien destaca, sobre todo, la restauración y limpieza de las capillas, ambas de gran devoción popular. Tanto la de San Antonio de Padua –“la intervención, documentada, estudiada y concensuada, ha servido para recuperar una joya del Barroco aragonés y devolver el esplendor a una capilla que recibe una gran cantidad de fieles a lo largo del año”–, como la de San Juan Bautista, en la que se ha restaurado, además, el retablo y la talla del venerado Santo Cristo, del siglo XVII.

En el nº 2.747 de Vida Nueva

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