Xavier Urios: “Los jóvenes sí cambiarán para siempre Perú”

Director de la Oficina de Desarrollo-Procura de la Compañía de Jesús en Lima (Perú)

(Javier F. Martín) Joaquín, un pequeñajo revoltoso de tres años, es el despertador automático de Xavier Urios, director de la Oficina de Desarrollo-Procura de la Compañía de Jesús en Lima (Perú). Cada mañana se encarga de que su padre esté listo para la jornada. Desayunan juntos y Xavier emprende, andando, el camino hacia la oficina. Mientras, Joaquín se queda revolviendo juguetes y emprendiendo proyectos en su bulliciosa mente, ideada para resolver su mundo, el mundo de todas las utopías.

El trabajo de Xavier (un español de 39 años, máster en Administración y Dirección de Fundaciones y otras Entidades sin Fines de Lucro por la Autónoma de Madrid) también está vinculado con la búsqueda de soluciones. En este caso, “buscar ayuda para los proyectos pastorales, educativos y sociales” que la Compañía tiene en Perú.

Y eso que los jesuitas están presentes en 15 departamentos a través de sus ONG, emisoras de radio, la red nacional de colegios Fe y Alegría, universidades, parroquias y el vicariato apostólico de San Francisco Javier, de Jaén. “De esta forma, llegamos a atender a miles de personas de distintas edades y sexos, centrando la atención en los más excluidos”. Son personas que “se pasan el día recurseando (buscándose la vida). Probablemente, tendrán dos o tres chambas (chapuzas) para completar el salario de su trabajo principal, lo que les da para vivir con dignidad”. Y es que “el salario mínimo en Perú solo cubre la tercera parte de los ingresos para una familia con dos hijos”.

Urios tiene más de una década de experiencia en gestión de proyectos sociales. Ha trabajado para diferentes ONG y agencias de cooperación en África, Europa y América Latina. En este tránsito, se ha encontrado con la sociedad peruana, una mezcla “de gente amable y atenta que no duda en abrirte su casa y su vida. Pero también es una tierra donde sufre hoy la humanidad.

La palabra que define nuestra sociedad es la exclusión”, a pesar de que el desarrollo económico ha generado la idea de que Perú comienza a superar las profundas grietas que separan los distintos estratos sociales. Esta percepción, para Urios, es falsa, pues “la realidad es que tanto desarrollo no ha conllevado un incremento de la calidad de vida de los más pobres, ni un descenso de la pobreza parejo a las grandes cifras macroeconómicas”. Por ello, confía más en la sociedad que en las grandes estructuras políticas o económicas: “Encuentro motivos para la esperanza en las nuevas generaciones. Son menos excluyentes, menos preocupadas por las diferencias. Ya no quieren emigrar porque saben que aquí hay oportunidades para vivir con dignidad; tienen curiosidad por conocer su país. Ellos sí cambiarán este país para siempre”.

Testigo mudo

De momento, él ya se siente cambiado. En medio de los retos de cada jornada, manifiesta que “es difícil irse un día alicaído a casa, ya que siempre surge una persona que se ofrece a ayudar, como, en la Biblia, la viuda con sus dos denarios en el templo. O alguien que viene a ti feliz, como uno de los empleados, porque consiguió duplicar la cantidad que le encomendó su Señor”. Además, concluye, “lo más reconfortante es ser testigo mudo de la conversión diaria y cotidiana de tantos hombres y mujeres ante el dolor y el sufrimiento que mueve y conmueve”.

Xavier ha aprendido a escuchar, a ser paciente, a maravillarse “con la pequeña Iglesia universal que uno encuentra en una capillita en mitad de la selva”, pero también “a saber perder la paciencia cuando soy testigo de una injusticia” y a “dar las gracias por tanta gente que colabora en la construcción del Reino”. Y ha aprendido a hacer las cosas más deprisa para ganar esos minutos que le permiten, ya por la tarde, jugar con Joaquín, ese pequeño que, como su padre, pone en orden el mundo de las utopías.

EN ESENCIA

Una película: Los cinco sentidos, de Jeremy Podeswa.

Un libro: 2666, de Roberto Bolaño.

Una canción: Como un burro amarrado a la puerta del baile, de El último de la fila.

Un deporte: tenis.

Un rincón del mundo: Burriana, en Castellón.

Un deseo frustrado: volver a África.

Un recuerdo de la infancia: sentado en las piernas de mi padre y él diciéndome “qué salao eres”.

Una aspiración: que mi hijo nade este año sin manguitos.

Una persona: Maite, mi esposa.

La última alegría: mi hijo Joaquín.

La mayor tristeza: eso es muy personal para una entrevista.

Un sueño: volver a empezar de nuevo en cualquier país del mundo que no haya estado nunca.

Un regalo: algo hecho con las propias manos.

Un valor: el perdón.

Que me recuerden por… ¡por favor, que se olviden de mí pronto!

En el nº 2.745 de Vida Nueva

Compartir