El sacerdocio no pasa de moda

Cuatro jóvenes, convocados por ‘Vida Nueva’, nos cuentan por qué quieren ser sacerdotes, con motivo del Día del Seminario

(Fran Otero. Fotos: Luis Medina) Se acerca como cada año el Día del Seminario bajo el lema El sacerdote, don de Dios para el mundo, tomado de las palabras que Benedicto XVI dirigió a los sacerdotes en la clausura del Año Sacerdotal en junio de 2010. Y nos aproximamos a este día, 19 de marzo, festividad de San José, en un momento concreto en el que el clero envejece a marchas forzadas en España y aparecen dudas en torno al relevo generacional. De hecho, las estadísticas de seminaristas publicadas recientemente por la Conferencia Episcopal Española (CEE) no despejan los interrogantes.

Si bien es cierto que el número de seminaristas ordenados asciende un 15 % –de 141 en 2009 a 162 en 2010–, el número total de los que hay en España este curso desciende un 3 %, pasando de 1.265 a 1.227. A esto se le añade la escasez de vocaciones en las diócesis más rurales, quizá, aunque no sea el único motivo, a causa de la despoblación.

Sin embargo, hay más desafíos. Cómo llegar a la sociedad en general y a los jóvenes en particular, qué hacer para revitalizar la figura del sacerdote, zarandeada por los casos de pederastia, o cómo aunar esfuerzos entre sensibilidades diferentes en la evangelización son algunos de los retos.

Para hablar sobre estos temas y algunos más, Vida Nueva ha reunido hace unos días en Madrid a cuatro seminaristas con la misma vocación, pero diferentes carismas. Ante todo, destaca la comunión, aunque creen que no vendría mal un mayor conocimiento y colaboración entre las distintas realidades. Al final, comparten lo que son: jóvenes valientes, preparados y dispuestos a entregar su vida al mundo de hoy como sacerdotes.

Experiencias

De izq. a dcha., Rodrigo, Jesús, Paulo y Juan Ignacio

Uno de ellos es Jesús Zoyo, de 30 años, que entró hace tres en el Seminario Conciliar de Madrid. Fue un chico de parroquia hasta que la vida le propinó un duro revés –perdió a su padre a los 18 años– y se alejó de la Iglesia. Sus amigos le atrajeron de nuevo, pero el sacerdocio era lo último que se le “pasaba por la cabeza”. Su planes eran otros: estudiar –terminó Ingeniería Industrial–, casarse… Fue en la parroquia donde vio claro que estaba llamado al sacerdocio; allí, a medida que se involucraba, crecía la inquietud. Tomó la decisión y ahora se confiesa “muy feliz”.

Paulo Duarte es portugués y tiene 31 años. Dejó su trabajo como azafato de vuelo y decidió enrolarse en la Compañía de Jesús porque sentía que “tenía que hacer algo activamente por la Iglesia”. Respondió a la llamada y ya lleva siete años y medio con los jesuitas. En este período, ha estudiado Filosofía, ha impartido clases y ahora cursa el primer curso de Teología en la Universidad Pontificia Comillas. “Este mundo puede aportar algo, y yo puedo darle algo como sacerdote”, dice.

Parecido es el caso de Juan Ignacio Merino, de 26 años, que está en el seminario Redemptoris Mater de Madrid, perteneciente al Camino Neocatecumenal. Le hizo plantearse la vocación la “profunda insatisfacción” que sentía a pesar de tenerlo todo: había terminado Periodismo, tenía novia, daba clase de pintura y estaba en el mundo de la música. El “vacío” fue el que le llevó a discernir y a sentir “que el Señor me estaba llamando a entregarme por entero a él”. Hoy dice sentirse “lleno” y “contento”.

Completa el encuentro Rodrigo Nieto, de 29 años y natural de Cáceres, recién ordenado diácono del Arzobispado Castrense; toda una vocación, o dos.

Rodrigo Nieto y Jesús Zoyo

Cómo debe ser un sacerdote

Se ponen las cartas sobre la mesa y cada uno expone cómo debe ser el sacerdote de hoy. “Santidad de vida, entrega, amor a la Eucaristía, conocimiento de la Palabra y buena formación”, enumera Jesús Zoyo. De una fuerte relación con Dios y de escucha de los signos de los tiempos habla Paulo, que insiste después en la necesidad de trabajar en “la madurez intelectual de los presbíteros”, siguendo el camino marcado por Joseph Ratzinger, sin descuidar el resto de aspectos. “Se necesita madurez para el diálogo político, cultural… y, por ello, hay que profundizar en los estudios”, añade.

Para Juan Ignacio, la Iglesia necesita sacerdotes “humildes, santos y misioneros”. “Que la gente vea en ellos a Cristo”, puntualiza.

Rodrigo Nieto aborda, por su parte, una cuestión dolorosa para un aspirante a ministro de la Iglesia: los abusos sexuales cometidos por algunos clérigos. “El que comete el delito, que lo pague”, señala, aunque desliga totalmente de esta cuestión el debate sobre el celibato. “No es ese el problema”.

Jesús cree que estos casos “afectan”, pero añade que suponen también un impulso a la formación y a la conciencia de fragilidad. Dice con claridad que cuanto uno mejor formado esté, más seguridad tendrá a la hora de afrontar su vida sacerdotal. Le ve el lado positivo: “Se ha purificado la intención y voluntad de los seminaristas”.

Paulo reconoce que le causó cierta “inquietud”, aunque nunca se planteó abandonar. Califica estas acciones de “herida fuerte” y reconoce al Papa su respuesta recordando el discurso a la Curia con motivo de la Navidad. En aquella ocasión, refiriéndose a una visión de Hildegarda de Bingen, el Pontífice dijo que “el rostro de la Iglesia está cubierto de polvo, y así es como lo hemos visto. Su vestido está rasgado por culpa de los sacerdotes”.

Juan Ignacio toma la palabra para afirmar que los casos de abusos “hay que condenarlos y tomar medidas”. Destaca la respuesta del Papa, que, en su opinión, demuestra que “está dando la vida por su Iglesia”. Por tanto, apunta que lo importante es “ayudar a los sacerdotes a ser hombres de oración y de la Palabra; hombres de Dios”.

Por otra parte, hay otro desafió importante, el del envejecimiento del clero y su relevo. Las vocaciones descienden, sobre todo, en Europa, crisis de la que España no escapa. Los seminaristas lo ven de otra forma. Jesús dice que no cree que la situación sea “tan alarmante”. Tras reconocer que sí hay dificultades en algunos lugares, apunta que hoy en día lo difícil “no es ser seminarista, sino entrar en el seminario”.

Paulo Duarte y Juan Ignacio Merino

En el Redemptoris Mater, y en el Camino Neocatecumenal, las cosas son distintas. La vocaciones crecen, y mucho. Lo constata Juan Ignacio: “La inquietud está en los jóvenes y los seminarios [los Redemptoris Mater] están llenos”. “No es tan alarmante, va a haber sacerdotes”, coincide con su compañero diocesano.

Paulo lo explica desde la realidad jesuita: hay una disminución de vocaciones, pero “un boom” en África o en la India. “La imagen que hay es que no hay vocaciones, pero las hay, eso sí, concentradas en muchos sitios”, agrega. Nieto valora que las decisiones que toman los jóvenes hoy son “vitales”. “Ahora, el que pretende ir al seminario es porque quiere”, apunta confrontando esta situación con la de épocas pasadas en las que eran muchos los que pasaban, al menos, por el seminario menor.

La comunión, la colaboración y la no confrontación en la misión entre nuevos movimientos, congregaciones religiosas o parroquias son también asignaturas pendientes. Paulo Duarte no considera que haya malas relaciones, pero sí reconoce que podría haber más, y lo ejemplifica diciendo que nunca ha estado en contacto, por ejemplo, con seminaristas diocesanos de Madrid viviendo en la misma ciudad. “Podría haber un poco más de relación. Somos Iglesia y no la Compañía de Jesús o los redentoristas… La comunión es necesaria”, concluye.

De esta misma opinión es Rodrigo, que incluiría dentro de la formación de los seminaristas experiencias en grupos eclesiales, nuevos movimientos y congregaciones que permitan al aspirante conocer la riqueza que hay en la Iglesia. En esta cuestión, los cuatro tienen una palabra en la boca: comunión.

La sociedad, un desafío

La relación con la sociedad es importante y, por ello, el aspirante jesuita insiste. “Hoy en día, la sociedad es un desafío positivo, también de aprendizaje. Todo el mundo se plantea cuestiones espirituales”, dice para concluir que los sacerdotes tienen que “escuchar y aprender”. Jesús subraya que la situación actual es “apasionante”, porque permite “entregarte hasta la extenuación”. “El que no se entrega y no se desgasta es porque no quiere. Es algo muy bonito, porque permite al sacerdote vivir su vocación con un trasfondo de misión”.

Juan Ignacio percibe una sociedad que “necesita el amor de Jesucristo”. “Hay mucho sufrimiento; se tiene de todo, pero hay una profunda insatisfacción. Lo único que les puede salvar es este amor, y tiene que haber alguien que anuncie esto. Es mi misión”, sentencia.

Para cerrar el diálogo, hacen una llamada a los jóvenes para que se planteen en serio la vocación sacerdotal. “Esto es fantástico, la mejor heredad. Se puede estar contento y feliz siendo célibe y dando la vida por los demás”, continúa el seminarista del Redemptoris Mater.

Paulo Duarte propone lanzarse a “la locura” de la entrega a los demás, a arriesgarse… como Jesús lo hizo. “Si ven que su vocación es esa, que no tengan miedo. Merece la pena dejarlo todo y entregarlo por el Señor. Devuelve el ciento por uno. Esta vida da la felicidad y la paz”, aporta Jesús.

La invitación más directa, al estilo de lo eslóganes publicitarios, la deja el diácono castrense, que cierra el encuentro: “Si algún joven se lo está pensando, que venga, vea, compruebe, y seguro que les gustará”.

En el nº 2.745 de Vida Nueva.

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