Raúl Vera: “La gran mayoría de los mexicanos somos de segunda clase”

‘Vida Nueva’ entrevista al obispo de Saltillo (México), Premio Rafto 2010 de Derechos Humanos

(Texto y fotos: Pablo Romo Cedano) El 7 de noviembre, Raúl Vera López, obispo de Saltillo (México), recibió el prestigioso Premio Rafto 2010 “por su lucha por los derechos humanos y la justicia social en su país natal”. Este preciado galardón, que le fue entregado en Bergen (Noruega), distingue desde 1987 a personas que se han destacado en su lucha por las libertades y la justicia social. En cuatro ocasiones, los premiados lograron después el Nobel de la Paz. Este religioso dominico es el primer obispo católico que lo recibe. El jurado le ha considerado “un decidido crítico contra los abusos de poder y defensor de los migrantes, los pueblos indígenas y otros grupos en desventaja dentro de la sociedad mexicana”.

Ese empeño le ha valido ser amenazado de muerte varias veces, lo mismo que a su equipo diocesano de derechos humanos. Desde la diócesis, se ha denunciado la complicidad de autoridades con la extorsión de migrantes, la cercanía de funcionarios con el crimen organizado, el abuso y violación de mujeres por soldados y, fundamentalmente, se pone el foco en cómo los ricos se hacen más ricos a causa de los pobres cada vez más pobres.

¿Qué significado tiene este premio para usted?

La situación que vive México está haciendo que muchas miradas se concentren en el país. México se ha convertido en uno de los países más violentos del mundo, donde el respeto a los derechos humanos está en entredicho. La Fundación Rafto quiere apoyar a nivel mundial la defensa de esos derechos y siempre enfoca su mirada a regiones donde estos se violan sistemáticamente.

Y decidieron poner luz a nuestra realidad. Ahí están los presos políticos de San Salvador Atenco; los migrantes y el holocausto que está significando su tránsito por nuestro país; la violencia generalizada por el crimen organizado… El premio es un apoyo al conjunto de defensores que en México están en peligro por defender al más necesitado.

¿Y por qué a un religioso?

No me lo dan por ser religioso. Tiene un carácter simbólico que trasciende mi persona. Cuando me preguntan por qué defiendo los derechos humanos, respondo que es que yo soy obispo, y, por tanto, debo predicar el Reino, como Jesús lo hizo. Defender los derechos humanos no es una vocación especial, es el quehacer teológico y pastoral normal de un obispo y de cualquier creyente.

Predicar el Evangelio es proclamar, defender y promover la dignidad humana. La vocación del hombre, que Cristo nos muestra, es la dignidad de la persona humana, es el mandamiento del amor al prójimo… La persona que va descubriendo el valor de la dignidad humana no puede dejar de ver el todo en un horizonte más amplio. Me sorprende la capacidad que tienen los hermanos indígenas, esa impronta humanista de ver todo el conjunto, de caminar juntos por defender la vida y todo lo que significa.

Servidumbre política

¿Cuál es la situación de México que hace que le concedan ese premio?

Hemos llegado a una situación en donde el sistema político es un sirviente del poder económico. Este se aprovecha de la incapacidad que tiene dicho sistema de autocriticarse y evaluarse, de medir las consecuencias que está produciendo. Es una estructura que sistemáticamente viola los derechos, sobre todo de los pobres. ¡Está dañando el tejido social!

Hay personas que toman decisiones que afectan a mucha gente y no alcanzan a calcular el daño tremendo que hacen, tanto para el presente como para el futuro. ¡No ven! La nación no aguanta más. Hay situaciones paradigmáticas, como la de la Mina de Pasta de Conchos. Ahí vimos cómo, por decisiones egoístas y ambiciosas, se dejó a los mineros a su suerte. Ni siquiera los restos de los que quedaron atrapados en la explosión del 19 de febrero de 2006 han sido rescatados, excepto los de dos personas, de las 65 que eran.

Desistieron de seguir buscando supervivientes. La empresa teme que los restos se encuentren todos en conjunto, lo que significaría que, al menos, un grupo de ellos sobrevivió a la explosión y se quedaron reunidos cerca del tiro vertical de la mina para tener oxígeno mientras llegaban hasta ellos. Pero ese rescate se le hizo caro a la empresa. Datos posteriores revelaron que existió una alta probabilidad de que hubiera mineros que habían sobrevivido. La empresa Minera México sigue protegida por el Gobierno Federal.

Como consecuencia de esa explosión, se modificó la ley de explotación minera, que acabó favoreciendo al dueño de la mina, Germán Larrea, uno de los hombres más ricos del mundo, al que se le otorgó la franquicia de la explotación, no sólo del carbón en la región, sino también del gas metano…

A eso me refiero cuando afirmo que las decisiones están subordinadas a los intereses económicos sin tener en cuenta la dignidad de la vida humana. En muchos aspectos, así está siendo conducido el país por el actual sistema político.

La gran mayoría de los mexicanos somos de segunda clase. Hay un pequeñísimo grupo de primerísima clase a quienes se les concede todo. ¿Por qué? Porque este pequeñísimo grupo sostiene al sistema con todas sus irregularidades. Lo vemos con la televisión monopólica, que, cuando quiere, ataca impunemente al que se le pone enfrente.

Vivimos en un momento muy delicado, fíjese solamente las fantasías que venden al pueblo: la boda de ensueño, donde una representación de príncipe, el precandidato de un partido político a la presidencia de la República, y una representación de princesa, que viene de la televisión más poderosa del país, protagonizaron estos días esa boda en orden a que el pueblo le dé el voto a él. ¿En qué país estamos viviendo? [Don Raúl se refiere a Enrique Peña Nieto, candidato del PRI a las elecciones del 2012, impulsado descaradamente por la empresa Televisa. Peña contrajo matrimonio con una actriz de la gran compañía televisiva].

Vivimos en un país con una clase política lejanísima a las necesidades y sufrimiento del pueblo.

Ser católico es mucho más

¿Qué diría a los lectores de Vida Nueva?

Pues que, desgraciadamente, mucha gente cree que basta con decirse católico y cumplir ciertos ritos para serlo. ¡Eso no basta! Es una pena tener en el país un partido que presume de ser católico pero no hace nada por la gente. Es una mentira, está arrojando al país a la ruina. Hoy, como Iglesia católica, debemos dar otros signos: un entendimiento de lo nuclear de Jesús. Es necesario radicalizar la opción por Jesús, no hacer un Jesús a nuestra medida.

La inclusión es otro signo. Entender que la patria se construye con la participación de todos. La Iglesia tiene que convencerse de que debe vincularse con los grupos que están trabajando por la justicia y la dignidad de la vida humana para sacar adelante, juntos, la vida del planeta. Por eso entiendo cada vez más a san Pablo: si no comprendes que estás en un banquete que tienes que compartir, no has entendido nada. Nuestro Señor es muy claro y dijo que no van a entrar al Reino, aunque digan que comían con Él y lo escuchaban predicar en las plazas. El amor vivido y practicado nos va a definir al final de la vida en este mundo.

En el nº 2.744 de la revista Vida Nueva

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