El Prado expone el silencio de Chardin

El Museo acoge la primera exposición monográfica dedicada, en España, al gran maestro de las naturalezas muertas

"Pompas de jabón"

(Juan Carlos Rodríguez) Jean Simeón Chardin (París, 1699-1779) fue un pintor único, que disfrutó del éxito y al que Cézanne, Matisse, Picasso, Morandi y Lucien Freud consideraron su maestro. El gran pintor del silencio. Es, precisamente, ese silencio que emana de sus naturalezas muertas lo que le diferencia de la mayoría de los especialistas en este género, considerado hasta entonces menor. “Uno se sirve de los colores, pero se pinta con el sentimiento”. Así describía Chardin su forma de hacer pintura.

Y eso es lo que nos encontramos en el Prado: “Con el paso de los años, sus obras respiran cada vez mejor. El aire circula con naturalidad entre los objetos y las personas. Ganan en armonía, en sencillez, en silencio, en perfección…”, afirma el comisario de la exposición, Pierre Rosenberg, director honorario del Musée du Louvre y máximo especialista en el pintor. Esto es: Chardin, pese a que eludió la pintura bíblica y mitológica, transpira silencio, pausa, reflexión, armonía, lentitud, paz, sobriedad. Valores todos ellos en falta siempre a nuestro alrededor.

Como ocurría con Turner, el Prado insiste en saldar deudas pendientes con artistas no bien conocidos en España y a los que nunca se les había dedicado una muestra. Los grandes coleccionistas de Chardin fueron británicos, suecos, austríacos, alemanes, rusos y norteamericanos. De hecho, solo hay tres obras suyas en colecciones españolas, las tres en el Museo Thyssen.

La exposición es, ciertamente, breve, 57 obras, pero es que Chardin fue un pintor contenido, de extrema lentitud, detallista, siempre en busca de la perfección. “El artista pintó poco, 200 composiciones, a veces repetidas en varios ejemplares. Obtener el préstamo de sus escenas de género, escasas y a menudo frágiles, así como de sus naturalezas muertas, no es tarea fácil, teniendo en cuenta, además, que los museos propietarios de cuadros de Chardin suelen estar bastante solicitados”, explica el comisario.

La exposición, como sostiene el director del Museo del Prado, Miguel Zugaza, “constituirá una oportunidad excepcional para dar a conocer su obra por primera vez en España”.

"La bendición"

Excepcional también porque, como señala Rosenberg, reúne “sus obras más bellas”. Tras su paso por el Palazzo dei Diamante de Ferrara, la exposición llega a Madrid gracias al patrocinio de la Fundación AXA, pero incorpora 16 obras que no se han incluido en la presentación italiana, entre las que cabe destacar La raya, una de sus pinturas más importantes, procedente del Musée du Louvre; Los atributos de las artes, del Musée Jacquemart-André de París, cuadro de grandes dimensiones de tema alegórico que se presta por primera vez a una exposición; o las tres versiones de La joven maestra de escuela (National Gallery de Londres, National Gallery of Art de Washington y National Gallery of Ireland en Dublín), que, por primera vez, se reúnen.

“Creemos que la exposición de Ferrara y de Madrid hace justicia al artista –señala Rosenberg–. Por supuesto, y tal y como esperábamos, algunos propietarios han preferido prestar sus cuadros a uno solo de los recintos, ya sea en Ferrara o en Madrid, pero la exposición, tanto en lo que concierne a naturalezas muertas como a escenas de género, y con independencia del período de actividad del artista, permite obtener una visión de conjunto de la actividad del pintor a lo largo de su carrera y en sus diversas etapas. Permite calibrar la evolución de su estilo hacia una sobriedad cada vez más marcada”.

Pintar al natural

Chardin nunca pintó escenas mitológicas ni bíblicas porque tan solo se sentía preparado para “pintar al natural”. Es decir, “solo sabía pintar lo que tenía delante de los ojos”, como afirma  Rosenberg. Por ejemplo, como señala el comisario, “los rasgos fundamentales de la pintura italiana eran la invención y la imaginación. Exigía una formación que Chardin no tenía y que no tardó en descubrir que no era apropiada para él”. Por esta razón, volvió la espalda a la pintura italiana y española, incluso a la francesa. “En otras palabras –sigue diciendo–, el mundo de Chardin es el de la pintura nórdica, flamenca y holandesa. Decir que influyó en él es cierto, pero no basta para comprender la originalidad de su obra y explicar su genio”.

Chardin no viajó. De pintura, ya fuera antigua o contemporánea, solo conocía la que podía ver en París. “Lo que retuvo de esas colecciones, aquello que admiró, fueron las naturalezas muertas flamencas de Jan Fyt o de Pieter Boel, y las escenas de género holandesas al estilo de las de Gerard Dou”. Siendo contemporáneo de Meléndez Valdés –este murió unos años antes que Chardin, en 1790–, apenas conoció sus naturalezas muertas.

Ni las de Zurbarán. Como tampoco las de Crespi. “Entre los grandes pintores franceses del siglo XVIII –Watteau y Boucher, Greuze y Fragonard, Hubert Robert y David–, Chardin ocupa un lugar aparte. Su obra, que no puede compararse con ninguna otra en su siglo, es única. Y es única por sus temas, por la forma en la que maneja los pinceles y, sobre todo, por la forma en la que concibe la pintura”, sentencia el comisario.

"La cesta de fresas salvajes"

La exposición es cronológica, porque, como indica Rosenberg, “la cronología es muy importante para Chardin, porque cada cuadro es una nueva reflexión, un nuevo interrogante y una nueva aventura”. Así que arranca con las naturalezas muertas y bodegones de la segunda mitad de los años 20, entre los que figura la célebre pintura La raya, procedente del Louvre. Con esta obra ingresó en la Real Academia de Pintura y Escultura, pero fue admitido dentro de una categoría menor, la de “pintor de animales y frutas”. Es cuando amplía sus intereses e introduce animales vivos en sus composiciones, como reflejan dos de los lienzos del Museo Thyssen que se exponen en esta primera parte de la muestra, Gato con trozo de salmón, dos caballas, mano y mortero y Gato con raya, ostras, jarro y hogaza de pan.

La siguiente sección comienza con los bodegones de los años 30, entre los que figuran Un pato de cuello verde atado al muro y una naranja amarga o Naturaleza muerta con una jarra de loza y dos arenques. Es a partir de los años 30 cuando, influido por la pintura holandesa del siglo anterior, aborda las escenas de género. Chardin capta el recogimiento de sus personajes y demuestra una gran habilidad para otorgar una serena dignidad a las simples tareas domésticas. Escenas populares que luego se centran en el entorno burgués de su segunda esposa. Con obras como La joven maestra de escuela alcanza la popularidad. En los años 50 y 60 regresó a las naturalezas muertas, género que había casi abandonado.

Estas se distinguen de las de los años 20 por la multiplicación de las especies de animales de caza, variedad de frutas y de objetos (porcelanas o cristalería) que utiliza. De esta época se incluyen en la exposición la deliciosa La cesta de fresas salvajes, Vaso de agua y cafetera y Ramo de claveles, tuberosas y guisantes de olor en un jarrón, obra maestra de la National Gallery of Scotland. En las obras la ejecución es más ágil, más lisa, y demuestran el interés de Chardin por los reflejos y las transparencias, la luz y las sombras. Dos retratos en pastel –exhibidos en el Salón de París de 1771– ponen punto final.

En el nº 2.744 de la revista Vida Nueva

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